Archivos Mensuales: junio 2024

«La vaca atada» de Helena Tritek

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“La Vaca atada” de

Helena Tritek

En el país donde no todos tenemos la vaca atada

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

La vaca atada, no es un título más, es la frase que identifica a una clase social, la que lo tiene todo, y disfruta de todo, la que se cree dueña del país, la que piensa que la patria son ellos, por lo tanto, los únicos que pueden usufructuar sus recursos, negociar con sus riquezas, codearse con el primer mundo, la vieja Europa, como la llamaban, los que tienen, entre otras cosas, la vaca atada. De la metáfora a la realidad, el asunto de la vaca era cierto, la llevaban en sus viajes a Francia para tener leche fresca en la travesía, y luego carnearla a la llegada al país galo. Llevaban la vaca como llevaban a la servidumbre con ellos, para gozar de todo lo que poseían, estuvieran donde estuviesen. Servir y ser servidos, marcaba una diferencia, que también se acentuaba luego entre los de abajo, las mujeres servían a los hombres que ejercían cargos de mayor responsabilidad, con prestigio, ser mayordomo, no era lo mismo que ser quien cuidaba de los dormitorios. En la primera larga escena donde se ve a dos integrantes del staff de la casa, acicalándose y planchando su ropa antes de asumir su rol, las sirvientas ya listas y preparadas, se encargan de traerles un mate. Jerarquías que hacen a la desunión de los de la misma clase social, y a ese deseo aspiracional, a esa falsa idea de pertenencia.

Helena Tritek a través de la parodia nos describe una página de algunos de los protagonistas de nuestro pasado, que sin embargo, siguen ejerciendo su poder a pesar de los años, las vicisitudes, y las rebeliones populares. Han vuelto una vez más y desembozadamente. Ya no llevan la vaca atada porque vuelan en Boeing. Desayunan en Buenos Aires, cenan en París. El relato no sólo nos quiere llevar a la memoria para que rememoremos el pasado, sino nos quiere hacer ver como en espejo que estos barros, vienen de aquellos lodos. Y lo logra con humor, y situaciones que por momentos se quedan en la superficie de los hechos, pero que se resumen en la figura del personaje de la hija, la pequeña de doce años, que en su discurso, reúne todas las piezas, y nos explica, quienes son, y que piensan de nosotros y de ellos mismos. Más inquietante aún, nos deja muy claro, que la historia se repite, o continúa, porque ellos ya no estarán, pero habrá otros que seguirán sus huellas, y su pensamiento.

Con una escenografía casi despojada, y un muy buen vestuario acorde con la época, 1920, las muy buenas performances de las actrices y de los actores que constituyen el elenco, nos sumergen en un mundo que pareciera el mismo que habitamos, en geografía y tiempo, pero que no lo es para todos. “La vaca atada” es una metáfora de un país, que se cree, blanco, occidental y cristiano, que desconoce su propia identidad, y que ignora o quiere ignorar la vastedad de una patria que no termina en los límites del campo, o entre las parisinas calles de Recoleta.

Ficha técnica: “La vaca atada” de Helena Tritek. Actúan: Fito Yanelli, Silvina Quintadilla, Milagros Almeida, Julieta Raponi, Miguel Ale Granado. Diseño de iluminación: Eli Sirlin. Asistencia: Carlos Farías. Fotografía: Silvana Galdy. Diseño gráfico: Seedy González Paz. Prensa: Paula Simkin. Teatro: El Portón de Sánchez. Domingos 18hs.

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«Viejos Laureles» de Cristina Sisca

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“Viejos Laureles” de

Cristina Sisca

Siempre quedarán los artistas.

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

En la sala Teatro Abierto del Teatro del Pueblo,  Cristina Sisca presenta la dramaturgia de “Viejos Laureles” de la mano de Cristina Miravet, un racconto a través de la memoria de dos personajes / actores que juegan entre las discusiones propias de una pareja de años, a recordar los momentos intensos de su profesión, y los nombres que los hicieron posibles, como  la figura de Alfredo Alcón, y su memorable actuación en “La muerte de un viajante” de Arthur Miller. Los actores, quienes son los que ponen alma y cuerpo en la escena, no son habitualmente los que luego quedan en el recuerdo de todos, salvo unos pocos, y tal vez por un tiempo. Figuras memorables, nombres que parecían inolvidables, no resuenan en el imaginario actual no sólo de la mayoría de los espectadores, sino tampoco en aquellos que sin saberlo siguen sus pasos, sus deseos, sus ambiciones, y se les parecen tanto.

Una mirada retrospectiva por un universo desconocido, es entonces la propuesta de la dramaturga, a través de las muy buenas actuaciones, en la composición de los tres personajes que componen. Una mirada necesaria. La actriz, el actor, el posible intermediario entre la gloria y la subsistencia, en este caso, el sueco, representado por el amigo fiel de los tres y una puesta en abismo donde todos como personajes, atraviesan el tiempo, para relatar la accidentada vida del profesional independiente, una constante agudizada en este presente distópico. La lucha y  el desafío diario de seguir un sueño, que muchas veces pide sacrificios que no se redimen nunca, o que se aceptan con resignación.

Romper los vínculos que nos unen a nuestra historia cultural, es un suicidio como sociedad. Espacios como el Teatro del Pueblo, que le dan prioridad a nuestros dramaturgas/ os, y a nuestra historia, son indispensables, para conformar una necesaria ligazón entre el pasado que nos constituyó y el futuro que deseamos construir. La cultura es el conjunto de detalles, de pinceladas que conforman nuestra identidad, descuidarla, es borrar como en una vieja foto, los personajes que la crearon para dejar sólo un espacio vacío, una tierra yerma.

“Viejos laureles” hace un paneo sobre una época donde la radio, el teatro, el cine, incluso la primera televisión, la que nace en 1951, y se consolida en la década del 60, con el viejo canal 7, era un sueño, una posibilidad de profesionalidad, y de sobrevivencia. Medios, espacios que estuvieron de pie no sólo por los grandes nombres, sino también por el trabajo amoroso e incansable de todos los que constituían el semillero de donde surgirían los nuevos nombres, y los personajes que marcaron una época.

Ficha técnica: “Viejos Laureles” de Cristina Sisca. Actúan: Víctor Anakarato, Hugo Mouján, Mirta Seijo. Diseño de vestuario, escenografía y realización de escenografía: Paula Molina. Redes sociales: Koru Comunicaciones. Diseño de iluminación: José Binetti. Fotografía: Rosa Laszewicki. Diseño gráfico: Patricio Azor. Asistencia: Facundo Balbuena. Dirección: Cristina Miravet. Prensa: Sonia Novello. Producción: Cristina Sisca. Teatro del Pueblo, sala Teatro Abierto. Sábados 18hs.

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«Mongo y el Ángel» de Héctor Oliboni

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“Mongo y el Ángel” de

Héctor Oliboni

¿Los ángeles existen? Deberían existir

Creer en los milagros, hace los milagros posibles.

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

En la sala Teatro Abierto, del Teatro del Pueblo, se presenta todas las noches del viernes, una pieza que nos habla de nuestro presente, a partir de tres personajes por fuera del sistema, y de nuestras preocupaciones cotidianas. Un linyera muy particular, una trabajadora de la noche, y un artista que carga su vida en la caja deshilachada de un violín. Pensando en las paradojas, Héctor Oliboni escribe una dramaturgia sensible, para hablarnos de la insensibilidad de un siglo, que recién comienza, pero que ya en sus cortos años nos ha demostrado una línea de pensamiento que nos hace, con ayuda de la tecnología, cada vez más egoístas, más solitarios, más individualistas; donde la solidaridad y la comunidad, el ver al otro con ojos de prójimo es un bien escaso, y no cotiza en el mercado. Así construye a sus personajes, desde una mirada donde habita la ternura, así es Pino, que esté fuera de la realidad, o dentro de ella, no tiene demasiada importancia, si tiene y mucha su forma de relacionarse con el otro, tan desamparado como él, pero al que siempre puede darle alivio, con una palabra, con sólo verlo, prestarle atención, o con la magia que hace surgir una moneda.

En un habitus cargado de ángeles y fantasmas, la puerta de un teatro cerrado, donde alguna vez habitaron los milagros, las risas y los duendes, Pino tiene su casa, o al menos su lugar en el mundo, en ese mundo marginal, por donde pasamos muchas veces y no detenemos la mirada.  Allí también se encuentra Mongo, con una historia de dolor y culpa, que sabremos hacia el final de la pieza, y la presencia luminosa de Liliana, que le pone color y fiesta, a esos dos hombres. Liliana tiene el trabajo más antiguo del mundo, y esa definición también es muy antigua, pero certera, porque ella no reniega de su vida, sino que considera su hacer no desde la moral general, sino como decían los anarquistas, una salida laboral para las mujeres acorraladas por la necesidad del mundo burgués capitalista, y como ella afirma, le permite ser libre y elegir, aunque sea cada vez menos. Porque los años corren, y las “chicas nuevas” son cada vez más nuevas y más chicas.

La escenografía diseñada por Ariel Vaccaro, nos permite sentir el abandono de los personajes, pero a la vez por transición la de la cultura, en una ciudad, en un país, donde la misma debe pelear y defenderse de la desidia de los gobernantes, y producir también el milagro de la sobrevivencia. La iluminación va creando los climas, y ratifica las elipsis de tiempo. El vestuario forma parte de la composición de esos personajes, que sin embargo, se muestran mejor desde adentro hacia afuera, exaltando una subjetividad que desborda sobre todo en el personaje de Pino, el ángel necesario, para torcer el destino de los otros dos. Muy buenas actuaciones, donde destaca Martín Urbaneja, en el juego entre las miradas, la gestualidad, y el carácter misterioso de su labor, ¿quién es él? Tal vez en ser común con sentido humano, o un ángel caído en el filo entre la ficción y la realidad.

Dije al principio que los tres están construidos desde la ternura, y así lo entiende su director Marcelo Velázquez, que provoca que todos y cada uno encuentren en el espectador una necesidad de amparo, de empatía, de deseo que finalmente les vaya bien, sin importar que fue de su vida antes de ese encuentro inusual. Hay muchos mundos dentro del mundo que conocemos, y el teatro tiene por costumbre bucear en cada uno de ellos, para enfrentar al público no sólo al reconocimiento de lo conocido sino para abrir los ojos a lo que queremos ignorar porque nos duele demasiado.

Ficha técnica: “Mongo y el ángel” de Héctor Oliboni. Elenco: Bautista Duarte (Mongo), Silvina Katz (Liliana), Martín Urbaneja (Pino) Diseño y realización de escenografía: Ariel Vaccaro. Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux. Diseño de vestuario y caracterización: Paula Molina. Música original y ambientación sonora: Fernando Laub. Fotografía: Lucas Suryano. Diseño: Ana Willimburgh. Redes: Carolina Krivoruk. Producción ejecutiva: Cristina Sisca. Asistencia de dirección: Lucas Suryano. Dirección: Marcelo Velázquez. Prensa y Comunicación: Kasspress (Laura Mathieu) Teatro del Pueblo. Sala Teatro Abierto. Viernes 20hs.

«La desobediencia de Marte» de Juan Villoro

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“La desobediencia de Marte” de

 Juan Villoro

Amanece, y Marte es dueño de la hora.

“La interrelación de los actores es indispensable. Yo comparo ese engranaje de un actor con otro con el acto de amor. Y todos sabemos que en esto no hay término medio: Se ama o no se ama. “ (Tadeus Kantor)

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

Como un juego de muñecas rusas, como una tela construida entre los pliegues de la ficción y la realidad, así es el tejido de la dramaturgia de Juan Villoro en “La desobediencia de Marte”. Lo real, ¿Qué es lo real? Lo que está fuera de la escena, el momento en que ocurre todo arriba del escenario, lo que no se narra y está oculto pero nutre el desarrollo del relato ficcional, ¿Qué es lo real? Una discusión entre dos científicos es lo primero que vemos en un espacio escénico que simula una casa del Renacimiento, con sus luces y sombras, sus búsquedas de lo infinito, sus miserias. Allí dos personajes: Johannes Kepler y Tycho Brahc; el buscador de estrellas, y el contador sistemático. Ambos se necesitan, ambos se desconfían y repelen. Amor y odio entre las envidias del saber científico, y entre el que guarda para sí las delicias del poder, y el que vive en la indigencia, la enfermedad, la pérdida y el abandono.

Los diálogos fluyen entre niveles de mal latín y peor alemán, hasta que el reflejo del cristal se rompe, y vemos que los personajes son actores, y los actores personajes. Entonces es otro duelo el que comienza entre el pasado y el presente, que modificará para siempre el futuro de ambos. El duelo se vuelve personal, y lo que se discute es la metodología de la actuación, de un plano estelar a uno más terrenal. La fama de la exhibición mediática, el trabajo a veces ignorado de los grupos independientes, la vieja disputa entre calidad y cantidad. El valor de la experiencia, el calor de la pasión por una profesión no siempre reconocida en su total dimensión. Pero Villoro no se queda en esa primera grieta producida por el discurso revelador. Nos introduce en otro territorio, que es de lo personal. Los actores tienen una vida que no le pertenece ni al dramaturgo, ni a los personajes, aunque a veces parezca que éstos son referentes claros, de sus problemáticas actuales. Hamlet o el Rey Lear. Shakespeare, siempre él, para enfrentarnos hoy al mundo complejo de las relaciones humanas.

Todo entonces es una vorágine, entre el siglo XVII, el siglo XX, y el presente donde suenan los celulares. Todo encerrado en el discurso muy bien construido por el dramaturgo, por la precisión de magníficas actuaciones, por la solidez con la que encaran sus personajes, y esa espiral que como la serpiente se muerde la cola, para convertirse en dragón. Tycho Brachc es Omar Nuñez, o viceversa, pero también es el actor que representa, y a la vez es alguien que vuelve del pasado en un tiempo límite a reconstruir un presente. Johannes Kepler es Lautaro Delgado Tymruk, ese cuerpo enfermo, destruido que sólo se mantiene en pie por una mente prodigiosa, y es también el actor que ha decidido serlo, y quien luego sabrá lo que nunca imaginó, o sí. Ambos en escena, o ampliando el espacio escénico hasta llevarlo al escenográfico, tienen un desenvolvimiento excelente, y nos ofrecen una historia con capas, donde el ayer y el hoy de la discusión de dos hombres condenados a necesitarse se desenvuelve ante nuestros ojos.

Todo con una muy buena dirección de Marcelo Lombardero, un vestuario de época cuidado, como también lo está la iluminación, y una distribución espacial de la escenografía que les permite a los actores entrar y salir del personaje, en giros coreográficos. Un disfrute desde la primera impresión, que crece al calor de los diálogos, que se expande en los cuerpos y que nos hace salir del teatro, con la satisfacción de haber visto una puesta que no sólo habla de sí misma, sino también, de nosotros, de lo universal a lo personal.

Ficha técnica: “La desobediencia de Marte” de Juan Villoro. Actúan: Lautaro Delgado Tymruk, Osmar Nuñez. Entrenamiento actoral: Ignacio González Cano. Asistencia de producción: Fara Korsunsky. Realizadora de barbas: Mónica Gutiérrez. Realizador de nariz: Santiago Castro. Realización de vestuario y atención de funciones: Shirley Bentacor. Caracterizadora en funciones: Karina Lezcano.  Diseño de vestuario: Luciana Gutman. Diseño de escenografía: Matías Otarola. Asistente de dirección: Mercedes Marmorek. Producción en gira: Alejandra García. Productor: Nicolás Fiore. Stage Manager: Tamara Gutiérrez. Diseño de iluminación: Horacio Efrón. Prensa: Natalia Bocca. Director: Marcelo Lombardero. Teatro Payró. Duración: 90 minutos. Sábados 21hs.

«Guacho, un ardor en la boca» de Sandra Franzen

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“Guacho, un ardor en la boca” de

Sandra Franzen

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

Guacho, sin padre conocido, un desposeído sin reconocimiento, porque el que lo engendró se desentiende de sus obligaciones y mucho más de ofrecer su amor, la nominación es despectiva; gaucho – guacho, encierra además la discriminación hacia los pueblos originarios. Madre pobre, progenitor, el patrón, que trata a quienes lo sirven, mucho peor que a su hacienda. Un tema tan real, como intangible, tan conocido y a la vez naturalizado, que pasa inadvertido por una indiferencia ignorante y cómplice. Ese el nudo conflictivo de la dramaturgia de la puesta, escrita por Sandra Franzen. Un abandonado que circunstancialmente se hace cargo de otro, de una pequeña envuelta en harapos, que pide vivir y no convertirse en un bulto de carne, presa del hambre de los animales salvajes, un guacho, sin nombre, sin rumbo, sin futuro.

El poder del patrón contra el humillado de su sangre, su manera de sentirse poderoso, en el cuerpo violado de la mujer, en el cuerpo castigado del guacho. Sin ley, sin castigo, el poder acciona su vil existencia y luego traslada a su víctima la culpa de haber nacido. En un tempo lento, tal vez demasiado, las acciones narradas se suceden en un tono que construye una meseta que hace que el espectador espere el momento de la resolución. Martín Urbaneja se viste con la piel del personaje con acierto, de ese ser indiferente al mundo que lo ignora, y por primera vez se siente alguien, cuando debe cuidar de esa vida arrebatada a su destino. Su actuación convence, a pesar que no se logra el clima necesario para hacer sentir al espectador esa agonía repetida, del hombre a la recién nacida.

En una escenografía que simula una tapera donde todo es ausencia y deterioro, la voz relata el pasado, el suyo, y el futuro de la niña que la brutalidad y la crueldad del dueño de la tierra convertirá en humo. Guacho, el hijo sin padres, el bastardo, el necesitado de un afecto que no llega, entre el barro del desconsuelo, y la brutalidad del paisaje. Un texto duro y necesario. Un testimonio que se expone en el cuerpo del actor.

Ficha técnica: “Guacho, un ardor en la boca” de Sandra Franzen. Actúa: Martín Urbaneja. Diseño y realización de escenografía: Víctor Salvatore. Diseño de vestuario: La Maine. Diseño de iluminación: Mateo García y Cintia Miraglia. Música original: Gonzalo Domínguez. Diseño gráfico: Cintia Miraglia. Fotos: Nacho Lunadei. Prensa: Natalia Bocca. Asistencia de dirección: Mateo García. Producción ejecutiva y artística: Alejandra García. Dirección: Cintia Miraglia.

«Estrujadas» de Nazareno Molina

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“Estrujadas” de

Nazareno Molina

Una familia, un mundo.

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

Una sala de una clase media acomodada vemos en el detalle de la cuidada escenografía, allí ingresan las tres mujeres, las recibe Aída la persona que se ocupa de los quehaceres domésticos en ese domicilio hace años. Nerviosa hace una pregunta irreverente, las tres mujeres vienen del velorio del padre. Todo parece una situación triste pero “normal”, sin embargo, en esa aparente calma, hay un tsunami que se está gestando, que está a punto de estallar. La familia y sus secretos, los que pesan más que una tonelada de piedras, y que alguna vez y frente al final, debemos dejar en esta orilla, para irnos más livianos a la otra. Pero como en un juego de dominó, una ficha cae, y todas las demás seguirán su rumbo inevitablemente.

Las acciones se irán sucediendo, las preguntas serán hechas, y sin embargo, el silencio será el cómplice de dos de las mujeres con respecto a la tercera. Nazareno Molina en su dramaturgia trabaja asiduamente con el secreto familiar, y sus consecuencias, las heridas que produce, las injusticias que borra o ignora. En su rol de, actor y director, nos ofrece ágiles diálogos, y una buena dosis de humor, en el personaje de Aída, y en su manera de relación con la madre, necesaria para aliviar una tensión dramática que se resuelve al final, aunque no del todo. ¿Quiénes somos si no sabemos nuestro origen? ¿Cómo podemos tener un futuro sobre la base de un pasado oculto? ¿Cuántas preguntas surgen, y cuánto dolor incierto encuentra su explicación si de pronto vemos como la luz de la verdad  surge finalmente?

Ramón, el padre ha muerto, y ha dejado como legado la punta de un iceberg que tiene una profundidad enorme para ese grupo familiar, pero sobre todo para una de las hijas que además busca su identidad de género, y una vez aceptada por el entorno, se va a enfrentar a otra disyuntiva inesperada. El prejuicio, el chismerío, la hipocresía, la falta de valor para enfrentar los hechos, el secreto como solución, forman un combo peligroso. La enfermedad como síntoma, Isabel y su celiaquía, la liberación de Rosario que siente que tiene una posibilidad de decir lo oculto, aunque el temor la detenga, y el dolor de Mateo, tienen un motivo cercano. Las actuaciones llevan adelante con fluidez y sensibilidad las acciones, y nos hacen reír y reflexionar, bajo la dirección de Nazareno Molina, que busca que cada cual se luzca en su rol. Los efectos sonoros de la extra escena recrean la verosimilitud, un muy buen vestuario, engamado, que al igual que la escenografía guarda la distancia de clase, entre unos y los otros. Porque en toda esta historia, la problemática de clase cumple también su protagonismo. La historia se basa en un hecho real, y el espectador, ajeno en un principio a la semántica del texto, siente que algo lo toca de todo lo dicho y exhibido, porque como afirmaba Serrat: “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Ficha técnica: “Estrujadas” de Nazareno Molina. Actúan: Mirta Seijo, Silvia Dell’Aquila, Nazareno Molina y Miriam Schlotthauer. Diseño de iluminación: Vanesa Gumiero. Diseño gráfico: María Belén Sala –Sala B Diseño- Diseño de escenografía y vestuario: Sabrina López Hovhannessian. Organización de vestuario: Adriana Avella y David Rodríguez Rey. Realización escenográfica: Jimena Nicole Pascuali y Sofía Guerra. Asesoramiento en maquillaje: Nancy Valar. Fotografía: Fiorella Romay. Locución: Pablo Duarte. Luminarias: Rubén Andreatta. Coiffure: Corinne Aranda. Grabación de sonido: Iván Grigoriev. Operación técnica y asistencia de dirección: Magdalena Rodrigo. Asistencia de producción: Grupo Estrujadas. Producción: Marcelo Lombardo y Nazareno Molina. Puesta en escena y dirección: Nazareno Molina. Teatro: Complejo Cultural Ítaca. Domingos 16,30hs.

«Seré» de Lautaro Delgado Tymruk y Sofía Brito

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“Seré” de

Lautaro Delgado Tymruk y Sofía Brito

Un instructivo de fuga

“Qué el dolor no nos sea indiferente” (León Gieco)

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

Lautaro Delgado Tymruk no es la primera vez que entrega sus herramientas, su cuerpo, su voz, para ser atravesadas por un nombre de aquella noche oscura que fue la última dictadura cívico – militar. Lo hizo en la recordada “Un domingo en familia” de Susana Torres Molina, donde también una historia real era llevada a escena como memoria y como forma de comprensión de la humanidad atravesada por el amor a la familia y el compromiso político. Esta vez él construye su dramaturgia junto a Sofía Brito, desde la dolorosa experiencia de un sobreviviente de la Mansión Seré, como se la conocía, único momento donde la huida fue una realidad para cuatro detenidos en aquella noche del horror.

Una caja negra, que en algún momento de la puesta será iluminada por un recorrido de luces a piso, al igual que la mesa donde aparecen objetos, que nos van ilustrando el relato. El relato, el que hizo Guillermo Fernández en 1985, en el Juicio a las Juntas militares, para dar cuenta del horror propio y ajeno, en aquellos años, donde la vida y la muerte era sólo una ruleta rusa. La detención indiscriminada, la tortura sistematizada, la muerte un destino cierto, y en él, mientras tanto la vida continuaba, como si nada pasara dentro de esas paredes, iguales o similares a muchas otras que también conformaban un cubo de siniestro futuro. Salvo las Madres se atrevían a realizar preguntas incómodas, acercarse a la más profunda oscuridad, para buscar respuestas del paradero de sus hijos, de todos porque cada uno de ellos eran para ellas sus hijos.

Esa voz eterna en la grabación, atraviesa el cuerpo del actor que se convierte en un muñeco que gesticula sus palabras; que nos ofrece en escena una actuación excelente donde la sincronización y los silencios, densos y dolorosos, van llenando ese espacio casi desnudo, oscuro, y vemos sin ver, las horas, las semanas, los meses que constituyeron una travesía por el infierno. Un hombre que recorre el camino de la deshumanización más atroz, testigo necesario para que podamos reconocer el pasado y entender el porqué de la necesidad de una memoria que no debe desfallecer y menos ser ninguneada por la pos verdad que nos circunda.

Palabras que van tejiendo una historia que se puede reproducir en tantas otras sin voces, ni cuerpos que podamos ver u oír. Sus palabras dan justo en el blanco de la mentira organizada; y las nuestras como decía el admirado Eduardo Pavlovsky son sólo balbuceos. Qué podemos agregar ante una realidad que se expone ante nuestros ojos con toda su crudeza. Una  voz y  un cuerpo que si bien no pertenecen a la misma persona, no aparecen disociados sino por la magia, la magia del teatro, sentimos como una unidad inquebrantable. La magia de la huida a lo Houdini, la magia del espacio escénico, que reconstruye en nuestra imaginación los hechos; los hechos que por momentos parecieran ser inenarrables, del mismo modo que son imposibles de olvidar. Todo conjuga para conmover, conmocionar, sin golpes bajos, porque el relato no ahonda en lo más crudo de la tortura, en la descripción de esos cuerpos aniquilados, humillados, sino pone el foco en la resistencia, en la lucha, en la posibilidad de sobrevivir aún rodeados del horror, de mantener la humanidad que quisieron destruir por todos los medios inimaginables. Por eso el final es la frase que aparece en el original flyer que nos dieron a la entrada de la sala, y el clavo salvador, a la salida de la puesta: “Hay que actuar”. Una frase donde el doble sentido es la conjunción perfecta entre lo real del relato, y la ficción del cuerpo del actor.

Ficha técnica: “Seré” de Lautaro Delgado Tymruk y Sofía Brito. Performer: Lautaro Delgado. Iluminación: Ricardo Sica. Producción Ejecutiva: Adriana Yasky. Escenotecnia: Richy Salguero. Dramaturgista: Conrado Beretta. Maqueta: Gustavo Brito, Isolda Maur. Teatro Beckett. Domingos 19hs.

«Nena gorda» de Bárbara Bonfil y Laura Fernández

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“Nena gorda” de

Bárbara Bonfil y Laura Fernández

Entre el deseo y el mandato

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

¿Cuáles son las heridas que deja en una persona el bullying que sufrió en su infancia, y hasta cuándo? ¿Por qué debe una niña de 9 o 10 años verse entre el deseo de querer ser, la posibilidad, y la frustración a raíz de su cuerpo? Su cuerpo que es mirado por los otros, y que es mirado por ella a partir también de la mirada de los otros. ¿Los modelos que elige para compararse la obligan a aceptar ser diferente, o  a querer a toda costa convertirse en lo que por su estructura no será? ¿Cuántas veces el bullying es consciente, la burla provocada, o es simplemente una frase dicha sin pensar, como al pasar pero que deja su estela de dolor por venir de la persona menos pensada?

El ideal de belleza, o el ideal de cuerpo ideal para la danza, no es otra cosa que un mandato social. A lo largo del tiempo, si analizamos los canones nos veremos con cuerpos, siempre femeninos, pasados por la lupa del deseo ajeno, y definiéndose como bellos o no, de acuerdo a una mirada masculina, desde la pintura hasta el salón social. También es una cuestión de clase. El cuerpo delgado, casi intangible y etéreo, no era el más solicitado y requerido como bello, si el que lo miraba pertenecía a una clase campesina, que necesitaba brazos fuertes, aún en las mujeres, y caderas anchas para la procreación. Entonces, el ideal de cuerpo delgado es de una élite que luego impone hacia abajo de la pirámide sus propios parámetros de lo bello.

La danza también es el espacio de una élite, de una especial selección de cuerpos como la que se lleva adelante en los exámenes de ingreso al Teatro Colón, para formar parte desde muy niñas de su ballet. La exigencia de ser para pertenecer es de una brutalidad desafiante y a la vez indiferente por los sentimientos que desgarra, por las identidades que daña, por los sueños que destruye. Bárbara Bonfil, nos plantea su historia, en un biodrama construido con los restos del naufragio de su deseo de bailar. Videos que la señalan en su frustración, luego de hacernos un recorrido minucioso por su anhelo, y por la academia que creería lo haría posible. La academia y la familia, y el sacrificio propio y ajeno, todo van conformando un relato, que nos habla de la discriminación, como los siete camisones en su décimo cumpleaños, y su vida que se divide entre el deseo y la necesidad. Con una actuación visceral, por momentos crispada, nos vamos internalizando en un dolor que aún no ha apagado su fuego.

Muñecas, cuerpos maleables por la actriz, videos que funcionan como documentos irrebatibles, recuerdos, memoria, una memoria selectiva fijada en esa infancia herida, son los elementos bañados de un rosa provocador, que nos lleva también a otra discriminación de género. Si es nena todo debe ser rosa, en sus variadas tonalidades, porque así lo marca una convención, que ya olvidamos de donde surgió, como el azul para los varones. El cuerpo como temática constructiva y deconstructiva de una realidad que se abisma en las dietas, los nutricionistas, que más allá de lo recomendable para la salud, encierran un mandato, el de el parámetro de belleza, al que según parece debemos someternos todas y todos.

Ficha técnica: “Nena gorda” de Bárbara Bonfil y Laura Fernández. Actúa: Bárbara Bonfil. Escenografía y vestuario: Laura Cardoso. Iluminación: Matías Noval. Audiovisuales: Amine Mohamed Baukhelfa. Diseño sonoro: Mariano Kosiner Blanco. Voz en off: Luisa de Barrigue de Fontainieu. Diseño gráfico: Carolina Arnes. Prensa: Corre  y Dile. Asistente de dirección: Carolina Niño de Guzmán. Dirección: Andrea Varchavsky. Teatro: El Crisol. Sábado 20hs.