La oscuridad de la razón (1993/ 2015)
de Ricardo Monti
Una Orestíada con sabor a Pampa
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
El dramaturgo Ricardo Monti, tiene como característica de su escritura atravesar el relato histórico argentino con distintos procedimientos que devienen de poéticas algunas clásicas otras absurditas; en este caso la tragedia griega, La Orestíada es el centro de una historia que se eleva como un ritual eterno para dar cuenta de una realidad revisada una y otra vez con la finalidad de encontrar un sentido que nos ilumine en nuestra construcción subjetiva como integrantes de un país que se formó a través de las luchas fraticidas. En la puesta que la actriz / directora Virginia Innocenti presenta en la sala del Centro Cultural de la Cooperación, este trasvasamento entre un mundo, el griego, y el nuestro, y su incipiente construcción de una realidad histórica, queda explícito en el juego que se propone entre textualidad y otros signos escénicos: vestuario, sonidos, música, iluminación. Una puesta que lleva adelante entre los pliegues de las palabras, -Monti tiene una dramaturgia de autor de laboratorio, con toda la metáfora que eso implica-, la intencionalidad de desplegar a la mirada del espectador una estrategia de sentidos que van uniéndose en una trama delicada y fuerte a la vez, donde la violencia constitutiva de nuestro núcleo de origen, deviene en un capítulo más. Francia y Buenos Aires, dos poéticas en ciernes, el neoclacisismo presente desde Rivadavia y el romanticismo que llega de la mano de Mariano, dos universos, dos imaginarios, que se encontrarán en el suelo propio para resolver la controversia estética en el marco de la tragedia familiar y política. La pregunta por un origen oscuro, como la razón que sola de por sí no alcanza para comprender aquello que es del orden de la tripas, aquello que va más allá de la lógica conceptual, y que entra en el registro de una subjetividad que amenaza y concreta porque se siente amenazada en límite del amor, entre lo incestuoso y lo verdadero. Ese amor que roza las relaciones, padre / hija; madre / hijo; hermana y hermano; hermano contra hermano. Esta última es la relación que finalmente desatará la tragedia, lucha fraticida que trajo la muerte y la desolación. Volver sobre aquella relación hoy como ayer tiene un sentido que se multiplica en cada mirada, la de la dirección, la de los actores, la de los espectadores, que pueden decodificar desde su propio registro aquello que se le ofrece desde la escena en un texto cargado de metáforas, y una puesta que se guarda muy bien de ser críptico. Las actuaciones, no todas con la misma intensidad y registro, donde se destaca la figura de los personajes femeninos, que son los que guardan en sí la concepción de punto e inicio de un origen, figura femenina ligada a una naturaleza desbordante como la americana, dadora de vida, que a la vez necesita para regenerarse la sangre de sus hijos. El personaje de María en el cuerpo de la actriz Ana Yovino la fuerza y la astucia que se requiere, bajo la construcción de la palabra de Monti, y tiene en Daniela Salerno en el rol de Alma una inquietante antagonista. Una puesta en escena enigmática donde las imágenes visuales construyen a la perfección el clima entre lo ritual y lo onírico, una escenografía poética donde nuestra mirada se pierde tratando de leer en cada recoveco de los pocos elementos en el espacio lúdico, o mejor dicho en los diferentes espacios construidos, que la precisa iluminación recorta y revela según requiera la situación dramática. Una fuente / lavatorio de vidrio que contiene agua para lavar los pecados o buscar el olvido; una enorme red / telaraña que atrapa y devora o una simple mesa / lecho donde nada se oculta. Mientras el tiempo de la historia está suspendido en un lugar otro, imposible anclarlo, pues es un presente inestable que sufre saltos, perturbaciones, en una temporalidad interna que se articula así misma. Otro acierto es el personaje que construye Maia Mónaco, quien a partir de la música en vivo, de su voz y de los diferentes sonidos – intensos y/o sutiles – son otro hilo conductor metafórico, subrayando o contraponiendo, construyendo las imágenes auditivas que sumadas a la plasticidad antes mencionada refuerzan la perspectiva creativa de su directora. Un hecho teatral que se distancia del texto dramático pero que mantiene el núcleo duro de la particular escritura de Monti.
Ficha técnica: La oscuridad de la razón de Ricardo Monti. Elenco: Ana Yovino, Luciano Suardi, Pablo Mariuzzi, Lorena Skékely, Maia Mónaco, Daniela Salerno, Juan Luppi. Asistencia de dirección: Luciano Percara. Escenografía y vestuario: Julio Suárez. Iluminación: Leandra Rodríguez. Música original y en vivo: Maia Mónaco. Imagen Jironadas 1999: Adolfo Nigro. Diseño gráfico: Silvia H. González. Prensa: Duche & Zárate. Producción ejecutiva: Silvia Barone. Centro Cultural de la Cooperación: Sala: Solidaridad. Duración: 95’. Estreno: 11/04/2015.