Creo en un solo Dios de Stefano Massini
[Žižek] destaca, por un lado, la instrumentalización política de los horrores del holocausto para legitimar las acciones políticas del Estado de Israel y, por otro, la analogía de este conflicto con un síntoma neurótico: la acción que se repite en busca del beneficio libidinal que proporciona persistir en un punto muerto1.
Azucena Ester Joffe, María de los Angeles Sanz
Tres mujeres se encuentran en escena, dos tienen una razón para pensar cómo piensan sobre la situación de ambas posiciones: la profesora de historia judía, y la joven palestina que se va a ofrecer como víctima propiciatoria a la causa en la que cree. La tercera es un soldado mujer de la fuerza norteamericana de ayuda por la paz, toda una ironía, escuchando el relato de su situación, y de cómo se siente en el lugar. Una mercenaria, que hoy abraza a quien mañana se verá obligada a apuñalar por la espalda. Tres mujeres, donde la solidaridad necesaria está atravesada por los acontecimientos de una lucha que no termina. Cada una llevará adelante un monólogo tenso, e intenso donde las posiciones serán expuestas con determinación; también las dudas, las contradicciones y el dolor, el profundo dolor que aparece cuando el miedo atraviesa los cuerpos y las mentes ante el conflicto. En una disposición espacial en triángulo, cuyos vértices se modifican según quien de los tres personajes está bajo el haz de luz para hablar, para explicar su situación, los personajes van contándonos el recorrido de una historia que tiene cronológicamente un destino, un final esperado. En un juego temporal, el relato se enuncia desde un presente de la enunciación, pero nos narra un pasado, que no entenderíamos simplemente con la foto del diario, con la noticia escueta o detallada de la cronología de los sucesos; porque como sucede habitualmente nos faltaría una de las voces principales, la de la víctimas. En una anacronía el personaje de la profesora dice sobre aquel día, 29 de marzo de 2002: “Todavía no lo sé, pero faltan un año, diez días y 8 horas para aquel disparo en el bar de Rishon Lezion en Tel Aviv”. La religión y la rebelión, la vida y la muerte, las creencias y el descreimiento frío y calculado, y la humanidad cubriendo con su manto todo, son el entramado de un drama que se teje en las altas esferas de la geopolítica pero que se sufre en las calles de los barrios, entre las paredes de las casas, en las mentes y los cuerpos de los participantes. Massini escribe la textualidad de la pieza en 2011, es por lo tanto, a un año del atentado a las torres gemelas, y en un punto álgido de las relaciones entre Israel y Palestina. Un conflicto que data de la década del 40, cuando el 29/11 de 1947, la Asamblea General de la ONU votó la creación de dos Estados, uno hebreo y otro árabe, en la ribera occidental del río Jordán y la zona internacional de Jerusalén. Esta decisión fue rechazada inicialmente por los Estados árabes vecinos y la Población árabe de Palestina2. Pero la pieza no es una línea histórica sobre el conflicto, sino en un búsqueda de las subjetividades que lo integran, pone en las voces de tres posibles protagonistas a desnudar sus almas frente al espectador, que sacará luego sus propias conclusiones.
Un conflicto demasiado complejo que nos desangra más allá de la distancia real y que el autor, Stefano Massini, aborda con liviandad. En cambio, la escritura escénica de Edgardo “El Negro” Millán construye un sólido relato a partir de tres personajes, si bien es una obra pensada para una sola actriz. El elenco le otorga la textura perfecta a cada criatura, con distintos trazos pero víctimas por igual de un sistema siniestro. Las tres generaciones quedan expuestas en su soledad, solo están contenidas en sus propias palabras en un espacio escénico donde se materializa el “no tiempo”, entre la vida y la muerte.
Ficha técnica: Creo en un solo Dios de Stefano Massini. Traducción: Patricia Zangaro. Elenco: Noemi Morelli, Estela Garelli, Antonia Bengoechea. Escenografía y vestuario: Julieta Ascar. Diseño de luces: Félix “Chango” Monti – Magdalena Ripa Alsina. Diseño sonoro: Pablo Abal. Fotografía: Sebastian Miquel. Producción ejecutiva: Rosalía Celentano. Prensa: Varas-Otero. Productor asociado. Norberto Alocén. Asistente de dirección: Jose Araujo. Dirección y puesta en escena: Edgardo “El Negro” Millán. Teatro Payró. Estreno: Junio de 2018. Duración: 70’. Funciones: jueves 20:30 hs.
1 Reseñas bibliográficas. Revista de Filosofía y Teoría Política, 41: 253-267 (2010), Departamento de Filosofía, FaHCE, UNLP: pp 256-7. http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.4491/pr.4491.pdf
2 Para mediados de 2000, el 98% de los árabes palestinos vivían bajo jurisdicción de la Autoridad Nacional Palestina. El resto de las tierras palestinas, al igual que el espacio aéreo, las aguas territoriales y las fronteras terrestres de las regiones antes mencionadas se encuentran bajo control total de Israel. En esas condiciones Israel llevaba a cabo la construcción de colonias hebreas, levantaba el muro de contención, creaba zonas militares cerradas y llevaba a cabo incursiones y arrestos periódicos. En 2000 tuvo lugar la segunda intifada, motivada por la visita del líder derechista hebreo Ariel Sharon y varios de sus seguidores a la Explanada de las Mezquitas. Durante la intifada, representantes de grupos extremistas palestinos comenzaron a realizar ataques terroristas en territorio de Israel contra la población civil. Israel respondía a los ataques de misiles y bombas con la eliminación de los líderes militares palestinos y operaciones militares. La confrontación se agudizó luego de que el grupo radical Hamás tomase el poder en la Franja de Gaza en enero de 2006. (Sputnik Mundo)