El argentino que nunca dudó
Mariana Rodrigo
marucitarodrigo@gmail.com
Hay quien dice por ahí que cuando la experiencia es sublime, despalabra.
¿Enmudece? No. El asombro se deja oír y la emoción también. Lo que atrofia son las palabras que buscamos para nombrar aquello que se vio.
Esa experiencia teatral que despalabra es del orden del misterio, del amor, del horror, de lo sagrado.
Despalabra y aturde.
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¿A qué se refiere usted, amigo mío, cuando dice “soy argentino”? ¿A una particular categoría de suicidas?
Yo tenía un amigo que gritaba “San Martín, Rosas, Perón” cada vez que tenía que responder cuál era su patria.
¿Peleó contra toda esperanza, señor? Eso es, hoy, ser argentino.
Así respondería una criatura de Rivera. Pero mi amigo era peronista de Perón.
“¡Y de Rosas y de San Martín!”, se apuraría a reforzar si supiera que lo cito.
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Rivera nos acerca a un Rosas en primera persona -difícil juzgar(nos) en primera persona- y junto a Audivert, De la Serna y Mangone lo desdoblan y nos los traen en bambalinas.
Quien supo cuidar el sueño de otros, espada en mano, hoy la usa para atizar el brasero con el que un miserable puñado de carbón pretende limpiarle el frío inglés y la nieve que se le estancó en el corazón.
Nos muestran al Rosas del exilio, viejo, traicionado, que escribe compulsivamente intentando evitar el olvido, ese exilio al que teme y al que no está dispuesto a viajar.
Nos muestran también al otro. Nos traen al Rosas joven, esbelto, que monta hasta en el escenario a su yegua Victoria. A ese que se ríe de Sarmiento y prepotea al gaucho Urquiza. Juntos, como el uno mismo que crean, nos dibujan tanto los hilos de la diplomacia inglesa como esa ampulosa caballerosidad rioplatense, de la mano del afrancesado compatriota que se le ofrece de abogado.
Nos traen al Rozas niño que pone el culo para recibir los azotes de su madre y al Rozas niño que decide dejar de serlo, enarbolando la S con la que forjará su propio destino sin deudas ni herencias que agradecer.
Nos traen a la Manuelita esposa que dejó de ser hija cuando su padre enviudó y a la que dejó de ser primera dama cuando eligió a su primer caballero, su compañero de cama y su ciudad de destino, lejos del padre que también fue marido.
Pero Audivert y De la Serna y Mangone nos traen también lo más entreverado de nuestra historia patria y un espejo gigante y deformado, lleno de manchas, pliegues y palabras amplificadas, símbolos, preguntas y dedos que apuntan y señalan.
Nos traen a este Rosas que lleva 25 años de exilio y que sabe que se ha ganado, sobradamente, el derecho a que hablemos de él. Él, el argentino que nunca dudó.
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La música en vivo de Claudio Peña, la escenografía de Alicia Leloutre, el vestuario de Julio Suárez, la iluminación de Leandra Rodríguez, completan la experiencia y terminan de dibujar el camino hacia el que nos dejamos llevar sabiendo que sería vano oponer cualquier tipo de resistencia.
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Construir al monstruo.
Deformar. Amasar. Bucear.
Cruzar las barreras de la mente consciente.
Romper el control.
Perderlo.
Recuperarlo intuitivo y creador.
Ideas que retumban cuando nos preguntamos por esos cuerpos que hallaron Audivert y De la Serna para construir ese -¿esos?- Rosas de niño a viejo, de gaucho a farmer. De dueño de todas las pampas a exiliado limosneando un home.
Esos cuerpos que por momentos exceden lo que parece ser humano, olvidan el pacto de ficción y representación y nos hacen comprar sin reparo ni miramiento la columna doblada, las piernas chuecas en o, los dedos atrofiados y los pies ajados del Rosas de Audivert.
O ese cuerpo que se transforma entre infinitos pesos y niveles, se achica tras un poncho, se esconde y fantasmea tras una capucha, se trasviste tras la mantilla de una dama y se erecta bajo la capa de un brigadier. Del Brigadier que, en el cuerpo de De La Serna, romperá la cuarta pared, y todas las que se le crucen, para mirarnos a la cara y escupirnos sin ninguna piedad, acotando el gentilicio original, que “quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los porteños”.
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Hay (pocas) propuestas teatrales que superan todo lo que podíamos esperar, aún esperando mucho. Hay puestas y propuestas que nos recuerdan por qué era que el teatro tiene (y hace) sentido. Pareciera que esa dupla de enormes que co-dirige Andrés Mangone parafraseara al Rivera hombre y estuvieran convencidos de que ninguna obra de teatro, por buena que sea, puede cambiar el mundo, pero tienen que hacerlas.
Y que nunca se detengan.
Porque todavía hay una pregunta que no podemos responder pero también el teatro debe seguir formulando:
¿qué revolución compensará las penas de los hombres?
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Supe que en los últimos años mi amigo le agregó líderes a su panteón personal.
Pero estoy segura de que ni su altar doméstico, transformado en relato patrio, logra aún arriesgar una respuesta.
Ver más sobre el proceso de creación de El farmer.
Ficha técnica: Título: El Farmer. Autor: Andrés Rivera.. Adaptación: Pompeyo Audivert, Rodrigo de la Serna. Dirección: Pompeyo Audivert, Rodrigo de la Serna, Andrés Mangone. Elenco: Pompeyo Audivert, Rodrigo de la Serna. Músico: Claudio Peña. Vestuario: Julio Suárez. Escenografía: Alicia Leloutre. Iluminación: Leandra Rodríguez.Música original: Claudio Peña. Funciones 2019: Teatro La comedia – Viernes y sábados 22.30hs. Producida y estrenada por el Complejo Teatral de Buenos Aires en 2015.