Archivos Mensuales: febrero 2023

«Proyecto Toño» Experiencias de vida narradas y recorrido de Audiodrama

Estándar

“Proyecto Toño”

Recorrido Audiodrama

Toño: El príncipe del Abasto / Experiencia Vidas Narradas

 Escritas por Mariano Stolkiner sobre el relato de vida de Antonio Castaño

Cada historia de vida es una historia construida por el relato.

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Mariano Stolkiner hace un movimiento necesario dentro del campo teatral de Buenos Aires: reconoce como sujetos a ser narrados aquellos que no tienen voz. Entre ellos toma a un personaje de la inmigración más reciente, Antonio Castaño, colombiano. Esa inmigración que no aparece con habitualidad en los escenarios porteños, que convive con nosotros desde hace muchos años pero que no es visibilizada por la dramaturgia que sigue mirando y escribiendo en la mayoría de los casos para la clase media, a la que sus autores pertenecen. Por eso, y por la calidad del trabajo, cuidado, respetuoso, y responsable “Proyecto Toño” es una propuesta no sólo interesante sino necesaria.

Dividido el trabajo en dos partes: el primero, un recorrido por los lugares que desde su llegada a la ciudad Toño recorrió en su afán de encontrar una salida laboral y un espacio para vivir. El Abasto, fue y es, esa micro geografía donde encontró la posibilidad de otra realidad. Donde ya se siente uno más de todos, y agradece con bellas palabras la bienvenida. Cada uno portando un auricular, fuimos haciendo una travesía de localización mientras escuchábamos con atención su palabra, y el relato que la persona, ya en el personaje narrado, nos hacía de los avatares por los que había transitado. La música, las canciones fueron también puntualmente elegidas para no sólo matizar el relato, sino para darle un espesor a partir de la poesía de sus letras. La segunda parte, fue en la sala teatral, allí nos esperaban los protagonistas del evento: Un pianista, Rafael Sucheras, la voz del narrador, José Luis Gallego, que por carácter transitivo le daba corporalidad a Toño, y el propio Toño, sentado a su lado, aportando con su gestualidad su aprobación o no a lo que se iba narrando de su propia vida. Cámbiale la palabra, es muy fuerte, no, digamos otra en su lugar, le dice a Gallego comenzado el relato.

¿Cómo fue la vida de Toño en Colombia? ¿Qué lo llevó a pensar en abandonar su país y a elegirnos para su segunda tierra? ¿Qué dejó y a quienes extrañaba? La historia se devela página a página, en el diario  escrito de su vida. Desde su estancia en la calle con su madre, la pérdida de su hermano, la ida al correccional, su adopción por una familia que lo rescata de la soledad, la figura de Melba, la mujer que supo darle un hogar, su pérdida, su amor por Zoraida, su casamiento con Melisa, sus hijos, los golpes de la vida, que nos van cambiando, las encrucijadas que nos plantean elecciones difíciles y a veces irrevocables. El reencuentro con el amor en Buenos Aires, y otra vez el destino obligándolo a elegir. Toño tiene muy claro sus prioridades, y la primera son sus hijos, porque quiere romper con esa tradición de familia de abandono paterno, y quiere como cuenta en la metáfora de los cajones, que cada uno cumpla su función, y no se cargue uno más que otro, para no quebrar el equilibrio. A fondo de escena una pantalla nos va mostrando  los dibujos que ilustran la voz del narrador de la mano de Yanina Corigliano. Donde otra historia se hace presente en el recuerdo de Toño, la que nos enseña que la vida da para todos y que compartir es una ley de vida.  

Hacia el final, todos estamos conmovidos y un poco más sabios para entender el mundo de los que necesitan habitar otros territorios, otros aires, por las razones que sean. Para no sólo reconocer un nombre o una nacionalidad, sino la humanidad que en uno nos habita a todos. “Proyecto Toño” tiene como trabajo performático y teatral, una calidad que nos habla del cuidado de los realizadores, para que todo cobre sentido, para que nada esté por qué sí en escena. Porque si el relato en la calle, y el de la escena se cruzan en algunos puntos inevitables, el que se sucede en la sala, guarda detalles, sensaciones, expresiones y una gestualidad que enriquecen lo visto y escuchado anteriormente, le da consistencia al relato. Esta pieza tiene un antecedente: “Zoraida, la reina del Abasto”  estrenada en 2019 y luego en streaming en 2020, cuya dirección también le pertenece a Mariano Stolkiner.

Ficha técnica: Experiencia Vidas narradas: “El príncipe Toño”. Dirección y diseño de puesta: Maria, no Stolkiner. Narrador oral: José Luis Gallego. Intervenciones: Antonio Castaño (Toño) Música en vivo: Rafael Sucheras. Ilustraciones: Yanina Corigiliano. Música original y diseño sonoro: Rafael Sucheras. Diseño lumínico: Julio López. Realización de escenografía: Tomás González. Producción general: El Balcón de Meursault. Asistencia de dirección y producción: Eleonora Di Bello. Esta obra fue realizada mediante el apoyo de la Fundación Williams en el marco del “Programan Cuentan”. Sala El Extranjero.

Experiencia recorrido audiodrama: “Toño, El Príncipe del Abasto”. Voz del recorrido: Antonio Castaño (Toño) Diseño y edición sonora: Rafael Sucheras. Producción general: El Balcón Meursault. Asistencia de dirección y producción: Eleonora Di Bello. Dirección y diseño de puesta: Mariano Stolkiner. Esta obra fue realizada mediante un apoyo de Abasto Barrio Cultural.

«Noestango» en el marco del FIBA

Estándar

“Noestango” Creación y Coreografía de

Grupo Noestango (Lisandro Eberle, Ollantay Rojas, Milagros Rolandelli)

“No usaremos tacos / No usaremos gomina / No usaremos vestimentas de los años ’40 / No revolearemos a las mujeres como trapos de piso / No buscaremos el efecto ni el aplauso después del final de la música / No romperemos la cuarta pared buscando la complacencia del público / No haremos homenajes a glorias pasadas / Todo lo anterior tendrá su excepción si se hace para exponerlo como problemática / No respetaremos el Manifiesto, lo cuestionaremos incansablemente/ Sin otra alternativa, consideraremos que nuestra obra es sólo un acto de fe. (Manifiesto)

Sí, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires. (Astor Piazzolla)

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Cuando un grupo de cualquier actividad artística se emplaza a escribir un manifiesto, lo que hace sin duda es marcar un territorio. Dejar afuera lo que no es, pero por contraste afirmar lo que sí quiere ser, lo logre o no. Por otra parte, está dentro del campo situándose en los márgenes del mismo, es decir, escapando a la centralidad, al status quo, ejerciendo la función de vanguardia, de ruptura con una tradición que reconoce pero que no quiere continuar. Como se afirma en el programa de mano, El Octeto Buenos Aires presentó en 1965 un decálogo escrito por Astor Piazolla, propio de su tiempo. Imitando aquél gesto el grupo Noestango, hace lo mismo pero con el aroma y la energía de este siglo. Un decálogo de la danza, afirman, pero no de cualquiera, sino de aquella que simbólicamente nos representa a todos aunque haya nacido en Buenos Aires. Argentina igual tango, es una de la ecuaciones que nos representan a todo nivel.

Cuando ingresamos a la sala, en penumbras, la iluminación de Agnese Lozupone tuvo un interesante y efectivo desarrollo en todo el transcurso de la obra, nos encontramos con un grupo heterogéneo, entre disciplinas y géneros: músicos y bailarines. En minutos el espacio se llenará de una ejecución precisa y envolvente de una orquesta, la del Quinteto Revolucionario: Cristián Zárate, Esteban Falabella, Sebastian Prusak, Sergio Rivas, Joaquín Benítez Kitegroski. Piazzolla está en el aire de las notas, y pronto estará en los excelentes bailarines que ejecutan como un instrumento su cuerpo para dar curso a una narrativa sin palabras que nos llevarán a cuestionar las relaciones de parejas: las de baile y las sentimentales.

El tango como danza está presente, pero sus movimientos se cargan de otros significados en los significantes que dibujan y se cruzan en escena. Como se afirma en el manifiesto del grupo, nada en el vestuario rememora nostalgia de los cuarenta, el momento más popular del tango, el de las grandes orquestas. Nada nos recuerda sus inicios prostibularios. Los bailarines, ( David Alejandro Palo, Marcela Vespasiano, Nicolás Minoliti, Lisandro Eberle, Milagros Rondadelli), se detienen y observan una filmación de los viejos tiempos y de la manera de bailar de entonces, y la traducen al hoy. Cuerpos neutros en su apariencia que bajan a piso y que se elevan y por momentos parecieran no tocar el suelo, cuerpos que chocan entre sí, y ejercen una violencia que nos habla de un contexto social violento, y también del encuentro y la necesidad de afecto, sin distinciones. Las escenas no dan respiro, porque los integrantes de los grupos casi no lo tienen, por más que en el diseño de la coreografía, se busqué cada tanto el reparo de la silla para unos y otros. En escena, todo es vértigo. Un vértigo empujado por la calidad de la ejecución de la música de Piazzolla, que traduce como nadie hasta hoy, el vigor y la velocidad de la vida en la ciudad. Todo es un disfrute, para todos los sentidos.

No recurrir a la tradición musical tanguera, atravesarla desde la música y la danza, esquivando los estereotipos, produciendo nuevos sentidos, en una ciudad nueva que Piazzolla tal vez dibujo en sus notas como un visionario, utilizar el cuerpo como si fuera un instrumento más dentro de una sinfonía, que suena y resuena en nuestros oídos, ya sin discusión, es una forma de reconocerla y prolongarla con nuevas herramientas, es señalar un proceso de que desde allí se puede cambiar y crecer. Es un desafío que el grupo realiza en escena como un acto de magia.

Video: Jorge Cruz

https://www.facebook.com/100010759094893/videos/1532507083925578

Ficha técnica: “Noestango” creación y coreografía: Lisandro Eberle, Ollantay Rojas, Milagros Rondadelli. Bailarines: David Alejandro Palo, Marcela Vespasiano, Nicolás Minoliti, Lisandro Eberle, Milagros Rondadelli. Músicos: Quinteto Revolucionario: Cristian Zárate, Esteban Falabella, Sebastián Prusak, Sergio Rivas. Bandoneonista invitado: Joaquín Benítez Kitegroski. Música: Astor Piazzolla. Iluminación: Agnese Lozupone. Escenografía: Micaela Sleigh. Vestuario: Estefanía Boccanfuso. Sonido: Gustavo Corrado, Alejo Pérez. Fotografía: Gabriela Ferreyra. Prensa: Daniel Franco. Redes sociales: Alita Casal. Diseño gráfico: Billy Petrone. Asistente de producción: Lucía Ohyama. Gestión y producción: Eliana Staiff. Dirección: Ollantay Rojas. Sala: El Galpón de Guevara.

Decálogo de El Octeto Buenos Aires en 1955:

1-Agruparse, preferentemente, con fines artísticos dejando en segundo plano la faz comercial.

2- Abandonar gradualmente las participaciones en otras orquestas, para rendir en este conjunto la máxima eficacia.

3- Hacer el tango tal como se siente, eliminando toda clase de influencias extrañas que puedan incidir sobre los propósitos fijos.

4-Tratándose de un conjunto integrado por solistas, cada uno de los cuales tiene una participación musical destacada, no hay director. Se reconoce sólo una conducción musical: Astor Piazzolla.

5-El repertorio estará formado por obras de actualidad, de la Guardia Vieja y las nuevas creaciones que se vayan produciendo.

6- Para aprovechar en todas sus posibilidades los recursos musicales del tango, no se ejecutarán obras cantadas, salvo contadas excepciones.

7- Considerando que el conjunto debe ser únicamente escuchado por el público, no se actuará en bailes. Por consiguiente, las actuaciones se limitarán a radio, televisión, grabaciones y espectáculos.

8-La utilización de instrumentos nunca incorporados a orquestas de tango (guitarra eléctrica) y otros efectos (percusión) así como la total estructuración de las obras con su giro moderno, serán explicadas previamente a toda interpretación, a fin de facilitar de esta manera su inmediata comprensión y alcance.

9-Considerando que nada es fruto de la improvisación, las partituras estarán escritas dentro del mayor perfeccionamiento musical posible que pueda lograrse en este género, lo que facultará a que sean consideradas por los expertos más exigentes.

10- a) Elevar la calidad del tango. b) Convencer a los que se han alejado del tango, y a sus detractores, de los valores incuestionables de nuestra música. c) atraer a los amantes exclusivistas de músicas foráneas. d) Conquistar al gran público, tarea descontada como ardua, pero segura, tan pronto pueda escuchar los temas reiteradas veces. e) Llevar al extranjero, como embajada artística, esta expresión musical del país donde el tango tuvo su origen, para mostrar su evolución y justificar aún más el aprecio con que lo reconocen.

«La casa de las pelucas Kosher» de Karina Hepner

Estándar

“La casa de las pelucas Kosher” de

Karina Hepner

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Hay un viejo chiste que habla de las madres que dice: si un hijo no quiere comer, una madre italiana dice “comé que si no te mato”, la madre judía diría, “si no comés, me muero”. La tal humorada habla de dos cosas, del concepto de la culpa con el que las madres judías educan a sus hijos, y por otro lado, el nivel de sobreprotección que ejercen. Pero en la pieza de Karina Hepner, su madre judía, tiene en esa sobreprotección, una forma, que al final de cuentas está en todas las formas de sobreprotección, del más absoluto desamparo hacia su hija, y de una manipulación feroz a través de la culpa, de la que no es ajena la crítica a la tradición de la religión ortodoxa. “Sí,  tu padre y yo éramos primos, por eso vos naciste así.”

Una madre viuda, que necesita sobrevivir y que imagina un negocio, que otra cosa podría imaginar si seguimos con el estereotipo, de fabricar y vender para la ‘cole’, pelucas bendecidas por el rabí, o sea pelucas Kosher, como la comida. Pero volviendo al prejuicio, no puede hacerlo si no es de una forma arbitraria para sus empleadas, que no son de la comunidad, sino que las tiene enjauladas, metáfora de los pajaritos encerrados que trabaja la hija  y que ella quiere poner en libertad, al mismo tiempo que busca la suya propia. Porque su especial manera de ser, no le impide darse cuenta de las maniobras de su progenitora para mantenerla a su lado.

Canciones, diálogos en idish y costumbres se suceden en la puesta de este neo – grotesco que nos exhibe un mundo que se nos muestra hipócrita, pero con una estructura deshilachada, que guarda su mejor momento cuando nos introduce en el taller oculto, y vemos entonces su densidad dramática y muy buenas actuaciones, mientras observamos la realidad que esconde el proyecto, y al mismo tiempo el plan que está a punto de ser ejecutado entre las obreras y la hija de la dueña del taller.

El resto de las acciones necesitan explorar más el procedimiento de la parodia con el que trabaja a los otros personajes: las posibles clientes, la nueva empleada, la persona enviada por la Amia para ayudar con la hija, que parece una niña, pero no lo es. Las actuaciones en estas secuencias quedan a mitad de camino entre la parodia y el humor grotesco que buscan representar, de tal forma que en el conjunto se pierde el sentido de su presencia. Desde mi lectura, el punto de vista pasa por tres tensiones que guardan texto y puesta: la de la madre con la tradición, y la que mantiene con su hija especial, la de ella con el dinero y sus empleadas,  y la que sucede entre las empleadas cuando llega la tercera. Las otras situaciones podrían estar o no, y el fondo de la cuestión no cambiaría. Ursi Ducó compone con acierto una madre judía de clara referencia, y sigue como una singular coreografía el curso de un movimiento centrífugo, en círculos, que nos hablan de ese mundo claustrofóbico que vuelve sobre sí mismo.  Ella encarna un rol que recuerda al personaje de Saverio en “El Organito”, donde el afán de dinero y sobrevivencia cierra las puertas a cualquier cuestionamiento de orden moral.

Una situación límite, desmesura, el juego con un lenguaje otro, la falta de escrúpulos de los personajes, el estereotipo y la parodia como procedimientos, la crisis generacional y su falta de comunicación, son los ingredientes que componen una historia que se atreve a cuestionar las tradiciones.

Ficha técnica: “La casa de las pelucas Kosher” de Karina Hepner. Actúan: Marina Apat, Bettina Brozzo, Karina Hepner, Natalina Imbrosciano, Brenda Lem, Magalí Meliá, Catalina Motto, María Nydia Ursi Ducó, Paloma Santos. Cover: Clarisa Balcarce. Dirección: Nicolás Sorrivas. Asistencia de dirección: Irene Bruno. Diseño de escenografía y vestuario: José Escobar. Diseño de luces: Sebastián Francia. Diseño sonoro. Prensa: Caro Alfonso. Diseño gráfico: Leandro Marenzi. Redes Sociales: Juan José Romero. Espacio Callejón.

«Encuentro de poetas» de Alejandro Spangaro y Ana Yovino

Estándar

“Encuentro de poetas” de

Alejandro Spangaro y Ana Yovino

Sobre Textos de Vicente Zito Lema y Jacobo Fijman

“Lo dijo William Blake: La locura es el camino de la sabiduría. Sólo hacia una salvedad. No era la locura vulgar o el rapto de un instante de extravío, sino aquella locura persistente (If the would persist in his folly) que llevaba hacia la trascendencia del ser” (Juan Jacobo Bajarlía)

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Un encuentro es el lugar donde las sintaxis de pensamiento se unen, no siempre claro, pero en este caso, había una sintonía muy particular entre ambos poetas, encuentro que se da en un contexto convulso, difícil para la libertad de pensar. Unirlos en una puesta de teatro es un acierto para la sensibilidad del espectador, que se reencuentra con ambos en esa pequeña sala que crece, se expande hacia las alturas en una disposición escénica que recuerda a la distribución espacial del medioevo. Como entonces, Dios está presente, en el imaginario del poeta encarcelado en el psiquiátrico, atropellado por una ciencia que trata, pero no entiende, y entonces arremete contra lo incomprendido con herramientas espurias. Su Dios aparece también en la imagen de la virgen María, única posible novia eterna del poeta, en la señal de la cruz a la que recurre a pesar de ser judío; igual que Jesús.

El tablado hacia arriba donde la figura de María cantando se sucede a la del músico que produce los sonidos que tal vez habiten su cabeza, y el violín que era su instrumento. Cielo y Tierra, cielo e Infierno, porque debajo de esa estructura aparece un gran cubo, con entradas y salidas por donde el actor, Alejandro Spangaro, lleva adelante ambas figuras, la de Fijman (1) y la Zito Lema, donde el horror se desata en el electroshock y en los relatos de la incomprensión, donde el cuerpo castigado se traduce en verso, en arte, en la maravilla de una ilación de las palabras que son música y fuerza, que son de una profundidad que invade los sentidos. Un cubo de cartón cubierto de frases, como una gran galera de mago, que el actor usa para convertir ese espacio reducido en un mundo, el del poeta Jacobo Fijman, rodeado por las sombras, juegos de iluminación, y por dos grandes paneles donde la voz del poeta estalla en palabras, que se unen en versos, que constituyen poesía, limpia y dura.

La dirección de Ana Yovino envuelve todo en una atmósfera donde reina lo surreal, y al mismo tiempo suma el relato de los hechos concretos, una verdad que lástima los cuerpos y las almas que tienen en su haber para su bien o su mal una extrema sensibilidad. Porque el poeta que es invisibilizado y el que lo busca con desesperación, tienen la piel transparente de tanto sentir. De hospicio en hospicio Fijman no pierde su mística, su religiosidad necesaria, y el peso ostentoso de sus contradicciones. Así lo ve Juan Jacobo Bajarlía en 1986, y lo describe en su Post Scriptum: “Su ser se desplegó así entre dos vidas que se extinguían mutuamente para rehacerse en otras instancias”.

El personaje y el actor se funden en una sola imagen y nos devuelven en las duplicidad de las máscaras ese cuerpo exacerbado en una fina telaraña nerviosa, y en un cuerpo que tiene las necesidades vulgares de cualquier otro ser humano; más el recogimiento, la soledad que le permita crear, alejado de la incomprensión. Todo cierra en la puesta, con recursos genuinos, nada está por agregar algo más, sino que cada elemento cargado de sentido cumple una funcionalidad específica, suma y hace crecer una biografía sintetizada por los minutos de la puesta, pero cargada de una intensidad reveladora. Un placer para todos los sentidos, expectantes ante la poesía y ante dolor que sólo puede ser redimido en versos. Ambos poetas reunidos por la ficción teatral hasta el año pasado, luego de la muerte el 4 de diciembre de Vicente Zito Lema tienen su encuentro definitivo en el paraíso de la palabra que es sin duda la poesía.

Bibliografía:

Bajarlía, Juan Jacobo, 1992. “Fijman, Poeta entre dos vidas”. Buenos Aires: Ediciones de La Flor.

Hemeroteca:

Hernández, Mario, 2018. “El Cristo Rojo: Jacobo Fijman es un poeta excepcional” Entrevista a Vicente Zito Lema, 13/10/2018. https://rebelion.org/el-cristo-rojo-jacobo-fijman-es-un-poeta-excepcional/

  • Jacobo Fijman es el filósofo Samuel Tesler del Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal que compartió trabajo con grandes poetas y periodistas de su época, fue amigo de Oliverio Girondo, de Marechal, de Enrique Molina, de Pablo Neruda. En un momento llegó a tener un reconocimiento muy importante en la literatura y en el periodismo argentino, pero también es cierto que sufrió ciertos desequilibrios espirituales que lo llevaron primero al aislamiento de sus amigos y compañeros escritores y poetas de la época y que termina olvidado y dado por muerto en el Hospital Borda. (Zito Lema, entrevista)

Ficha técnica: “Encuentro de poetas” de Alejandro Spangaro y AnaYovino. Intérprete de Vicente Zito Lema y Jacobo Fijman: Alejandro Spangaro. El anunciado: Gerardo Morel. La novia: Julia Conlazo. Fijman violinista: Brian Andrés Pombinho Soares. Escenografía: Giselle Bosio y Alejandro Spangaro. Realización escenográfica: Alejandro Spangaro. Vestuario, diseño y realización de máscaras: Giselle Bosio. Diseño de iluminación: Betina Robles. Música original y diseño sonoro: Gerardo Morel. Violín grabado: Corina Guerrero. Asistente de dirección: Ana Belén González. Foto y video: Silvio Gatto. Diseño gráfico y redes: Gabriela Ramos. Prensa: Giacani- Lauro. Dirección general: Ana Yovino. Sala: Mil80.

«Catch, última pelea» de Gustavo Gotbeter

Estándar

“Catch, última pelea” de

Gustavo Gotbeter

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

La pieza de Gustavo Gotbeter nos introduce en una relación fraternal rota, que tiene su puesta en abismo en la competencia de catch que llevan adelante en la empresa familiar. El padre, le ha asignado a cada uno un lugar, en la construcción de un personaje que los identifica en el ring, y en la vida. El hombre de las nieves, un contrincante odiado, el rival de La Momia, aquél en que el público descarga su frustración. La Momia, admirado y querido, por niños y adultos, seguido por una cohorte de mujeres que se le ofrecen y lo vitorean. En el medio la presentadora del show, que canta y que en cada una de sus canciones nos introduce en esa lucha sin cuartel entre los dos.

Una rivalidad que se potencia, y los lleva a la tragedia, una vez más, cuando el dueño de ese circo fallece y deja a su libre albedrío a los dos hermanos para que decidan finalmente como resolverán el encono, luego de cumplir con los últimos deseos de su progenitor. El dramaturgo parece decirnos lo que empieza mal, termina peor. La primera lectura literal nos lleva a esta descripción sino fuera porque la metáfora de la humanidad toda, desde Abel y Caín, nos ronda como una fantasmal imagen desde el comienzo. Las rivalidades entre hermanos no son consecuencia de, sino una constante de intensidad dramáticamente humana. La tragedia que conllevan también. Así como lo es, la figura femenina, fuente de deseo, y testigo secundaria de todo lo que ocurre sin poder evitarlo.

Pero la puesta se apoya en el espectáculo, y los dos hermanos, volverán en flash- back a contarnos de donde nace es odio visceral de uno hacia el otro; desde un presente que tiene al admirado atado a una silla de ruedas. El espacio cuenta entonces con un ring que se arma en escena para la ocasión, y con elementos que cuelgan en él, como los trofeos obtenidos por La Momia. Por otra parte, la memoria colectiva de un programa donde el catch era un éxito televisivo, “Titanes en el ring” está presente, y la música y los personajes nos remiten a él como homenaje. Tanto es así, que se alienta al espectador a seguir con vítores o abucheos, igual que entonces, las acciones de los personajes enfundados en sus señalados vestuarios. Una puesta dinámica, tensa por momentos, que apela a la ruptura de la cuarta pared en el diálogo con un espectador que recuerda y tal vez añora, que nos narra desde un trabajo corporal intenso, muy bien realizado por los actores, más allá de las palabras, a través de la música y la voz, una historia eterna desde lo singular a lo universal de la humanidad toda.

Ficha técnica: “Catch, última pelea” de Gustavo Gotbeter. Actúan: Santiago Cejas, Rocío Panozzo, Manuel Lorenzo. Dirección: Marcos Arana Forteza. Diseño de vestuario y escenografía: Vanesa Abramovich. Realización de escenografía: Aníbal Fuentes. Redes sociales: Pablito Lancone. Realización de vestuario: Mónica Mazzitelli, Mario Pera. Música original: Leandro Costa. Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez. Fotografía y diseño gráfico: Nahuel Lamoglia. Asistencia de escenografía y vestuario: Juana Lewin. Asistencia de producción ejecutiva: Ailén Schnabel. Asistencia de dirección: Carolina Portnoy. Prensa: Daniel Franco. Producción ejecutiva: Adriana Yasky. Coreografía: Luciana Monasterio. Teatro El Extranjero.

«Canción de Carnaval» de Ignacio Torres

Estándar

“Canción de Carnaval” de

Ignacio Torres

“Ama y haz lo que quieras” (San Agustín)

“Somos sujetos sujetados por historias de amor que constituyen en nosotros formatos de amor idealizados, tanto en su resolución positiva como negativa, tanto de expansión de la vida como de la muerte” (Darío Sztajnszrajber)

Finalmente siempre hablamos de lo que nos interesa: la vida, el amor, y la muerte.

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Dentro del universo de los unipersonales que en los últimos años, post – pandemia se han convertido en un clásico en el campo teatral de Buenos Aires, Ignacio Torres desde una textualidad dramática fragmentada, horadada por la música y los efectos visuales y de sonido en escena, trabajados por la dramaturgia escénica de Mariano Stolkiner  nos propone el relato de una historia de amor diferente en la intensidad de los sentimientos que las abarca a todas. La obsesión posesiva toma dimensiones monstruosas y edita una manera desenfrenada de expresar su deseo. En un espacio despojado, que se va llenando con pocos elementos de significantes y significados: una heladera de mano, un tupper que guarda pedazos de una torta ofrenda, una linterna, el juego de luces, el sonido de la lluvia, y la construcción que el espectador va haciendo desde su propio sentido de los acontecimientos. Porque el sintagma de canción de carnaval, porque el carnaval es el espacio –tiempo de la metamorfosis, de ser otro, de convertirse en el otro diferente e inalcanzable.

Un ámbito el académico, un juego intenso con el lenguaje y sus definiciones de diccionario, los significados ambiguos y arbitrarios de las palabras, su tensión en los diálogos que las pierden y guardan en el silencio, en lo no dicho, su fuerza centrífuga, son algunos de los elementos que van tejiendo una red de memoria, tan selectiva como todas, donde cada recuerdo es una huella, una pista para el desenlace. Una imagen marca un punto de inflexión: el video que alguien sube a internet de dos peces en su pecera geografía que los hace verse en espejo, uno a otro, hasta la muerte.

Los significantes devoran las acciones: heridas en el cuerpo, el hombre lobo, la voracidad ante la comida.  El cuerpo como una geografía a recorrer, a conquistar y colonizar en el imperio amoroso. Todo conjuga para que leamos los fragmentos en un todo que cierra con el corazón dibujado a piso que le da sentido al relato. Todo conjuga, porque en el centro de esa vorágine está el cuerpo de Luciano Crispi, que con una excelente performance nos lleva desde allí, desde un cuerpo y su circunstancia a seguir sus palabras, casi hipnotizados. Tiene en escena una pregnancia, un magnetismo que hace que el espectador, quede suspendido, es decir, que capturado por su persona, en su dimensión tridimensional, sigamos atentos a cada uno de sus gestos, a los movimientos que siguen el ritmo de la música, a la ferocidad con la que come el bizcochuelo como metáfora. Nos narra una historia de amor, de un amor ágape como definían los griegos, es decir, donde no “hay ganancia, ni sumatoria, ni crecimiento. Es despojamiento, desapropiamiento, expropiación de sí mismo” (DSZ;134) En un caso extremo de posesión, el que se funde y el fundido en el otro, se despojan de su subjetividad, para dar nacimiento a otro que los contenga.

El amor y la Academia, esa institución blanqueada en el relato a través de pequeños signos, “sus paredes descascaradas”, el amor que lo exige todo, “dejemos a nuestras parejas”, el amor que necesita poseer al otro hasta convertir a dos en un solo cuerpo con la misma sangre, atravesando las mismas venas. Un amor intelectual atravesado por lo real concreto, el deseo desaforado de un ser otro, y al mismo tiempo el mismo. Devorarse y ser devorado en un gesto desafiante, último e irreparable.

Bibliografía:

Sztajnszrajber, Darío, 2018. “Filosofía en once frases” Buenos Aires: Editorial Paidós.

Ficha técnica: “Canción de Carnaval” de Ignacio Torres. Dramaturgia escénica: Mariano Stolkiner. Actuación: Luciano Crispi. Diseño de iluminación: Julio López. Diseño gráfico: Addxsso. Diseño de movimiento: Sofía Rypka. Asistencia Técnica: Tomás Capelli. Fotografía y Asistencia de dirección: Lucas David Ramírez. Prensa: Paula Simkim. Producción: Gigi Courtade. Dirección: Mariano Stolkiner y Sofía Rypka. Sala: El Extranjero.

«Pequeñas cosas que se quiebran» de Juan Cruz Bergondi

Estándar

“Pequeñas cosas que se quiebran” de

Juan Cruz Bergondi

La encrucijada

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

En un punto crucial, el café de una estación de servicio, se cruzan tres mujeres, tres historias, que tienen en común, la transgresión, y el secreto. Con la definición de road – theatre, se desarrolla un thriller, que transcurre a través de un texto fragmentado, acompañado por el ritmo de una batería, que no es sólo su marco sonoro, y que va construyendo un diálogo diferente en el relato. La geografía se marca en el piso de la escena, con una tiza que señala como mojones kilómetros recorridos, de la mano de un cuarto personaje, César, que trabaja en el café, y guarda también una historia trágica en su vida. La relación del hombre, y de las figuras fantasmales de otros hombres, serán el puntapié para el inicio de un recorrido por los motivos que hicieron posible que las tres coincidieran en esa encrucijada de vida.

El cuerpo como fuente de deseo, el propio y el del otro, el amor como un momento de placer y de dolor, la posibilidad de lo efímero y prohibido, la muerte como posibilidad y como hecho concreto, van sucediéndose sin respiro por la hora y media que dura la puesta. Con momentos muy buenos de las actrices, que narran su situación, la textualidad dramática se desarrolla, a veces en una espiral que no parece hallar resolución. El cuerpo es exhibido en escena, al igual que las acciones sexo – eróticas, que no sólo hablan del deseo prohibido, sino aún más de la carencia de afecto de los personajes.

Juan Cruz Bergondi, es un joven dramaturgo y novelista, que incursionó primero en el cine, y algunos de los procedimientos de su lenguaje aparecen en la puesta y en la elección de género. La simultaneidad, los primeros planos logrados desde la iluminación, el relato fragmentado, la convergencia de todos en un punto geográfico, el suspense, entre otros. Los temas que subyacen en las palabras de diálogos entrecortados, van dejando delinear las preocupaciones de su escritura: el amor, la soledad, la maternidad deseada o no,  el crimen, y la culpa, sobre todo, la culpa, que abarca a todos por diferentes motivos, y los encierra en un círculo del que les es difícil salir. Una propuesta diferente, atravesada por una mixtura de elementos que construyen una poética no habitualmente transitada por nuestro sistema teatral, con muy buenas performances del grupo de actores.

Ficha técnica: “Pequeñas cosas que se pierden” de Juan Cruz Bergondi. Actúan: Mariana Romagnano, Rocío Magalí Rivera, Matías Bertiche y Mariana Jové. Músico: Mario Di Santo. Vestuario y Escenografía: Martina Nosetto. Diseño de luces: Fernando Chacoma. Fotografía: Ignacio Pérez Salinas. Tutoría artística: Alejandro Tantanian. Producción: Marina Kryzczuk. Prensa: Ati Zárate. Dirección: Juan Cruz Bergondi. Sala Teatral: El Extranjero. Duración: 90 minutos.

«Lola Mora, un ángel audaz» de Carlos Vittorello

Estándar

“Lola Mora, un ángel audaz” de

Carlos Vitorello

De Tucumán al mundo

“No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura”. (Lola Mora)

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Un espacio escénico despojado, hacia foro, vemos, casi intuimos un objeto parecido a una escultura. Sólo en espacio vacío, el cuerpo de una mujer vestida de época, con ropa que según las fotografías sería de trabajo. Porque ella, al contrario de muchas de sus contemporáneas trabaja. Pero no en una labor que la sociedad toda considera o tolera como femenina, no. Ella transgrede el canon del campo cultural de Buenos Aires y del país todo. Ella es escultora, es decir, en un mundo de hombres, de machos como decía, se atreve a dar vida a la piedra, de crear vida de la inmovilidad, de hacer que parezcan seres vivos los que salen de sus manos. Pero Lola, tucumana, viajada, internacional, es además una mujer de mundo que se permite amar como un hombre de su época, eligiendo su compañero aunque éste tenga veinte años menos que ella.

La dramaturgia nos la presenta en un comienzo, vencida por los años y la intransigencia, luego como flashes- back van apareciendo sus momentos de gloria, y los de sufrimiento profesional y sentimental. Su carácter, su pasión, su deseo, su maternidad frustrada, porque madre de sus obras, no puede convertir en carne y alma sus criaturas; y la incomprensión de propios y ajenos, salvo unos pocos, como el personaje que la acompaña, su modisto. La textualidad de Vitorello no escapa al relato histórico, aunque lo haga a saltos temporales, pero no recurre a las anécdotas para narrar cronológicamente los hechos, porque el relato surge de la subjetividad de Lola Mora, de su mirada sobre las cosas que se enfrenta a la mirada prejuiciosa de los otros. Reconocida y vilipendiada, es sobre su obra que recae la infamia y la venganza por su atrevimiento.

María Marchi compone en una muy buena performance, una Lola verosímil, de carácter, que mide con justeza el vaivén de sus expresiones, desde la gestualidad y la tonalidad de la voz. En su cuerpo luchan como en la real, la fuerza y la debilidad, el amor y el odio, la pasión y el deseo, y por fin el amor por su trabajo, que va más allá de lo concreto, porque en ello no se juega sólo el arte como concepto abstracto, sino la posición de su género ante él. Hugo Consiansi y Junior Pisanú, le dan la espesura necesaria a las palabras del monólogo inicial, con acierto, pincelando, a veces con humor, y desparpajo, un clima, el que rodea al personaje Lola Mora, para entender por contraste la dificultad de la mujer y su entorno.

La Lola que aparece en escena, vive, en las esculturas, que a pesar de vagar por diferentes territorios del país, a pesar de querer ser destruidas y olvidadas, nos miran desafiantes desde su impronta de mármol. Allí están como símbolo de una mujer, y de una época, y del largo camino que las artistas femeninas han tenido que recorrer para hacerse un lugar, un espacio dentro de un campo que hizo lo imposible para cerrar caminos, para desconocer valores. Las mismas criaturas que como un manto cubren su cuerpo todo.

Ficha técnica: “Lola Mora, un ángel audaz.” De Carlos Vittorello. Actúan: María Marchi, Hugo Consiansi, Diseño de vestuario: Susana Zilbervarg (ADEA) Diseño de iluminación: Damián Monzón (ADEA) Realización de vestuario: SARTE: Tití Suárez, Soledad Saéz. Pintura Nereidas: Nicolás Miranda. Pintura Textil: Juan Argerich. Realización de calzados: Mariana Politi, Leonardo Arce. Realización de tiradores: Laura Klein. Fotografía: Sofía Montecchiari. Asistencia de dirección: Antonella Jaime. Dirección: Leandra Rodríguez. Prensa: Daniel Franco. Espacio: Teatro Payró.

Festival TABA / 2023 – «360 gramos»

Estándar

“360 Gramos” de

Ada Vilaró

La niña de las naranjas

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Un cuerpo en escena, ¿una imagen, una figura, un personaje, un otro diferente a nuestro yo, alguien que se presta a narrarnos una historia, un ser dividido en dos, desdoblado, en su verdad y en la verdad de la ficción? Todos esos interrogantes se nos plantean, al ver un cuerpo en escena. Sin embargo, cuando lo que se narra tiene sólo de ficcional la construcción del relato, la forma de la narración, pero de auténtico todo lo demás, incluido el cuerpo, la mirada se nos vuelve más íntima porque la relación es confesional.

Ese grado de intimidad es la que nos ofrece Ada Vilaró cuando frente al público, desnuda no sólo su alma, y sus reflexiones sobre la vida y la muerte, sino también su cuerpo, literalmente hablando. “Vivir es una fiesta” enuncia una y otra vez, para presentar a través del dolor en primera persona, un canto de esperanza, de resistencia y de lucha contra aquello que nos llevará inexorablemente a la muerte, la vida misma y todas sus sorpresas, las buenas y las otras. Una historia familiar que nos llevará luego a través de fotos expuestas en blancos paneles a fondo de escena, a reconocer a sus protagonistas: padres, abuelos, tíos, primos. Y el resumen del concepto del buen vivir y el buen morir en la decisión de una abuela que tiene el coraje de elegir el cómo. Todo gira para darnos una expectativa ante la posibilidad de que nuestro cierto destino se nos presente de la misma manera que Ada; cáncer de por medio, un instrumento más de un final anunciado, al que nuestra fuerza interior puede dar pelea.

La actriz lleva adelante una excelente performance, cargada de gestos simbólicos, y de una energía que contagia el deseo de vivir, a pesar de todo, sobre todo, a pesar de la mirada de los demás que nos categorizan de acuerdo a un canon que homologa, la verdad, la belleza, el deseo, y el amor. Su cuerpo desnudo en escena, mostrando sus cicatrices como medallas obtenidas en un campo de batalla que no eligió, es de un coraje inusitado pero ejemplificador para quienes guardan con vergüenza el paso del tiempo, y sus temibles consecuencias. Mientras hay vida, si nos aceptamos como realmente somos, si olvidamos el censor que guardamos dentro a partir de la mirada del que nos observa fuera, la vida sigue siendo una fiesta. Todo lo logra tras el conocimiento de esa herramienta preciosa, que pone en funcionamiento  sin temor bajo las luces de un escenario, ante la mirada de un espectador, con el pudor inocente de lo verdadero. No es extraño que esta dramaturgia haya sido premiada, por lo necesaria, y por la belleza estética que propone. Todo aparece cuidado, medido, incluidas las naranjas que son símbolo de un nacimiento deseado, y que luego brillarán en el suelo que con sus pies descalzos Ada pisa. Una excelente propuesta para reflexionar no sólo sobre la salud y la enfermedad, sino sobre el sentido de nuestro paso por la vida.

Ficha técnica: “360 gramos” de Ada Vilaró. Intérprete: Ada Vilaró. Dirección: María Stoyanova, Vero Cendoya, Ada Vilaró. Espacio escénico y video: Paula Bosch. Espacio sonoro: Carlos Gómez. Diseño de luces: Sylvia Kuchinow. Asesoramiento actoral: María Stoyanova. Asesoramiento de movimiento: Vero Cendoya. Imagen promocional: Eva Freixa. Producción ejecutiva: Imma Romero. Sala Boedo. Duración: 55 minutos.

«AY, Camila» de Cristina Escofet

Estándar

“Ay, Camila” de

Cristina Escofet

Yo- ¿Quién soy ?…Le pregunto a mi abuela. La que quieras ser, me dice. La que elijas ser. Me enjabona la espalda. Me enseña el arte de seducir. Nos reímos. La negrada nos vigila. Y ante el menos atisbo de padre, otra vez el silencio obediente. Mi abuela me habla con los ojos. Quiero tener un tatuaje como ella. Quiero tatuarme mitad mariposa, mitad centauro. Quiero tatuarme una estrella en la frente, y en cada tobillo una U. La de Uladislao.

Anita Perichón de Vandeuil. Mi tía abuela. La prohibida. La que en cada encuentro me traspasa un pedazo de su piel. Piel de salvaje. ¿De puta?.. (Ay Camila, Cristina Escofet)

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

La dramaturgia de Cristina Escofet es transgresora. Sus personajes femeninos son construidos desde una subjetividad que no se entrega a los mandatos de su tiempo, son sujetos que actúan, toman las riendas de su destino, y se enfrentan a él. Camila O’Gorman era una niña, o casi, enamorada de un imposible, el sacerdote Uladislao Gutiérrez, con una tradición familiar de mujeres decididas, no su madre, su tía abuela, La Perichona, la amante de Liniers, la presa en su propia casa por años, la madre de un padre despótico, débil, miedoso al poder, que se avergüenza de ambas. El poder, es el contexto que va a decidir sus vidas, el gobierno de Juan Manuel de Rosas, ni la amistad de Camila con Manuelita, torcerá su mano cuando firme la condena. Allí, cuando está capturada, indefensa, embarazada, cuando es llevada a Santos Lugares, allí en ese momento crucial, sitúa Escofet a su criatura.

Carla Haffar asume la construcción de Camila, y le da un tono y una energía que la muestra en el delicado equilibrio entre el amor y la muerte. Bajo la mirada de Pablo Razuk, la actriz conjuga persona y personaje, y construye una Camila potente, que nos traspasa en su dolor y en su ilusión primera, en un relato que la ubica como atravesada por el amor, sin límites, sin el decoro impuesto por los otros. En su gestualidad, en el manejo de su cuerpo por la escena, en las tonalidades diferentes de su voz, nos describe no los hechos, que tal vez muchos conozcamos, sino los sentires, la visceralidad de una mujer y una época. Desde ese interior nos empatiza, porque asimilamos que la indefensión de un cuerpo femenino, de un sujeto en su definición primordial, sigue aún hoy, en la misma situación de frágil equilibrio, acechada por los fantasmas de una sociedad hipócrita, y por la muerte.

En un espacio escénico diseñado para la intimidad entre personaje y espectador, Carla /Camila rodeada por las miradas de los demás, nos hace sentir con su trabajo, en ese locus diseñado para su relato, partícipes de su historia. Entre el juego de la iluminación, las acciones se potencian, y nos van llevando hacia un final anunciado y temido. Con sólo dos elementos una silla y una chalina negra, juega, canta, nos conmueve, simula, baila, teje la telaraña de su corta vida, de la de ella, Camila la real, en ésta la de la ficción y el juego escénico. Las dos se confunden en una, y ya no importa la distancia del tiempo y el espacio; mientras los sonidos de un contexto de época nos sitúan en él.

Una puesta intensa, que condesa muchos de los tópicos que la dramaturga explora en sus personajes, la cuestión de género, el lugar que ocupamos en una sociedad diseñada para silenciar, invisibilizar el derecho a elegir quien somos. Una temática que aborda desde el pasado para que no olvidemos y con un salto temporal, para que entendamos el  presente, donde los sujetos femeninos siguen siendo campo de batalla, botín de una lucha política que no diseñamos.

Ficha técnica: “AY, Camila” de Cristina Escofet. Intérprete: Carla Haffar. Banda de sonido: Sergio Vainkoff. Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. (ADEA) Diseño de luces: Lisandra Rodríguez. (ADEA) Maquillaje: Cholumakeap. Fotografía, Diseño gráfico y Multimedia: Pablo Cernadas. Asistencia técnica y arte de escena: Ariel Chavarría. Comunicación y Prensa: Paula Simkin. Asistencia de dirección: Caro Peralta. Dirección General: Pablo Razuk. Producción: Korinthio Teatro producciones y Pablo Cerradas. Espacio teatral: El Extranjero. Duración: 60 minutos.