El trajecito rosa de Nara Mansur
Llego con la lengua morada, así como de trapo –diría–
como de tela oscura, violácea, de terciopelo raído
maltratada por algún mal tintorero la lengua.
Llego y me callo.
Es lo primero que digo: “qué pena, quién lo diría”
quizá sentarse es un decir
un gesto como eso es un decir
una palabra sentarse, un mohín doblar los vuelos de la falda
decir “que no se te vea la hilacha”
decir lengua, sacar la lengua. Hacer es la mejor manera de decir
es lo que sale de la boca sin pensarlo dos veces, es más, lo repito
como para convencerme, lo repito:
“Hacer es la mejor manera de decir”. (“El silencio no está vacío”)
Azucena Ester Joffe
El particular estilo de la poeta, dramaturga y crítica teatral Nara Mansur nos propone una lectura íntima y, a la vez, polifónica, pues al final de cada poema encontramos una cita, una referencia. Nara nos envuelve con una mirada poéticamente política y comprometida tanto con el mundo femenino, aquel tan asociado al color rosa, como también con una determinada coyuntura que irrumpe en los intersticios de su escritura. El libro El trajecito rosa se ubica en el centro de dos puntos equidistantes: La Habana y Buenos Aires. Seguramente, tanto aquí como allá, recibirá la recepción y la lectura atenta que se merece.
En Octubre ser realizó, en la sala Osvaldo Pugliese del C. C. de la Cooperación, la Presentación de El trajecito rosa. La autora también coordina su ciclo Dramaturgias posibles, el segundo jueves de cada mes desde el 2013. Un encuentro donde la música en vivo, a cargo de Marian Danes y Guillermo Esborraz, y las imágenes proyectadas fueron el marco perfecto, el clima necesario para tanta poesía. Un continuum musical, desde la sonoridad del poema a la de cada instrumento. La poeta es dicha por la musicalidad de sus propias palabras que recita con los tonos precisos antes de la participación de cada uno de los invitados a la especial velada: Ana Arzoumanian, Liliana Heer, Nora Lía Sormani y Pompeyo Audivert.
El primero en presentar el libro fue Pompeyo Audivert:
Intenté hacer un collage para Nara Mansur, hecho con la misma sustancia de su ciencia: la palabra que es presencia. Las fui sacando de su libro, al azar, y las puse a hervir en mi argumento que era un agradecimiento. Al principio algunas palabras se enojaron y me pidieron que las devuelva de inmediato a sus extractos. Qué cómo es eso de hacer con ellas otro decir, otro canto, otra revuelta del sentido. La revuelta del sentido tiene sentido, les dije a las palabras reveladas, me extraña de ustedes que tienen una madre guana. Sí, ya sé, dijo una, no te hagas el vivo; se trata de que no queremos hacer otro nido. Creo que la que hablaba era la palabra “partido”, aunque me pareció que se lo soplaba la palabra “provinciano”. Más tarde comprendí que ellas tienen un sistema de soplidos y que hablan en conjunto. ¿Para quién? ¿Para qué? ¿Por qué ponernos a tu servicio grandulón? Agregaron algunas mientras otras lagrimeaban temiendo no poder salir de paseo. Para ella, porque sí, para celebrar esta noche, respondí ofuscado y casi lamentando mi propósito de convidarlas al agasajo. No obstante, me puse político y un poco poético: porque Nara siempre está encendida y encendiendo con su flor otros alientos. Si al fin y a cabo ustedes son deudoras como yo de su paciencia que las pescó distraídas después de acecharlas por años. De su magnética voz cantarina que las puso allí en esos riscos donde nunca estuvieron. De su niña risueña con sandalias rosas saliendo de la niebla envuelta en llamas con su abuela pájaro. Nara resuelta en poesía, en amnesia y en porvenir, porque ella sabe suspenderse y proyectarse más allá, en ese salto tan hondo y alto que da su ritmo. Las convoca a su lengua de trapo morado. Roja la lengua, mojada la lengua de saliva placentaria, enamorada. En eso la palabra “estigma” me dice: se nota que no eres de aquí, que sufres la poesía como en un parto con fórceps, que te sube la presión y te huele mal la boca. Es cierto, respondí mientras buscaba en su lengua un gatillo fácil para vengarme de las astutas. No soy de aquí, soy de otro páramo. Vengo del páramo de huesos, de la despresencia, del destiempo, del desaire. Ah.., del escenario, el pelado viene del escenario, dijo la palabra “madre”. Sí, soy un actor border, no obstante soy pariente convocado y tengo algo para decir junto a vosotras, si gustáis, y sino lo haré a mi modo. Mentí en la emergencia de verme descubierto. Fue ahí que las palabras “terciopelo”, “estigma”, “polvorín”, “tardecita”, “combate” y “limousine”, dieron un paso al frente y se pusieron a la orden, sonreí para mis adentros. Las estaba conquistando. Las palabras: “revolución”, “decoración”, “traumatizado”, “liderazgo”, “retaguardia”, “victoria”, “perseguidor”, “cobarde”, se mostraron distantes y angustiadas. No obstante, y para no ser menos,se pusieron también en la fila y arrastraron a las otras que faltaban. Ya estaban todas y nos miramos un rato. Y al verlas así dispuestas y expectantes de otro abismo, de otra aventura que yo debía darles, comprendí mi error, lo absurdo de querer homenajear a la poeta con las palabras de su propia paleta. Comprendí también que las palabras, como el aire, son aliento que se vuelve viento. Y que a veces, la poesía logra enamorarlas y hacérselas quedarse rato en su asunto; emancipadas de la servidumbre a las que el mundo las condena y hacerlas valer en otro sueño. En el sueño del lenguaje, en el lenguaje ensoñado. Esa criatura que vive atrás, más atrás del sueño, que nos tiene y nos impele sin replica al patíbulo del canto, en el rito del mártir. Las palabras comprendieron mi fracaso y volvieron alegres al aliento del libro, a su plan de consistencia rosa, roja, rosa, roja, rosa. Sólo me queda decir con mis palabras poca cosa: gracias Nara por militar tu oficio de poeta, por restituir el lenguaje a su valencia milagrosa; gracias por emancipar las palabras de su ausente presente sin porvenir y devolverlas al sueño de la otredad, a la realidad de poder ser en ellas presencia.
Luego fue el turno de Liliana Heer:
Tristeza heroica, alegría extravagante, impotencia carente de evasivas. Lejos del arrebato dualista, Nara Mansur pincela diversos ángulos introduciendo abismos: toques de amor, ruptura, éxtasis son disparados por un rebelde poder imperfecto, como son los poderes vibrantes. El trajecito rosa es una tragedia con maquillaje. Estamos ante la puesta a punto de lógicas del cuerpo presente: epifánicas encarnaduras de una escribir político por consistencia teatral vibrante de poesía. Si pensamos en el respeto como rodeo de la violencia, el erotismo es respeto de los valores prohibidos.
Nara Manzur expone su equipaje hecho de sueños y esquirlas, historias donde la verdad tiene el labial en erección.
Corresponde a otros despojarme de los harapos y dejar de asustar a los modistos.
Llevo tiempo con el figurín de Ellas en romance entre los dientes
el cadáver de mi abuelo a mis espaldas con el uniforme de caqui gris
el trabajo voluntario y la pedrada que no se quitó del ojo
las botas en la mano y los hongos en los pies, los surcos
horadados para sembrar papa, tabaco, café y naranjas.
Mis circunstancias, mis moldes como episodios de telenovela.
Mis horas y mi boca rosa rosa rosa vivaz.
«La libertad siempre ha sido y es libertad para aquellos que piensan diferente”, decía Rosa Luxemburgo. Entran en vigor los nombres, las alianzas configuradas mediante el devenir jugoso de la letra más los sabores del tema: una cabalgata mayor enarbolando el deseo desde todos los orificios. Marti está con nosotros, Lino Figueredo está entre nosotros. Cárcel donde la palabra tajea cobardía y posee la maldición del perseguido.
Nara Manzur conjuga los desfiles del signo con las revistas de moda del significante, transmitiendo al lector el mejor de sus dones: un cocktel embriagante compuesto por aguda reflexión, ritmo, suspenso, lucha, generosidad; en cada frase, esa pincelada irónica color asombro. “Tienes que tener estilo. Te ayuda a bajar las escaleras”. El trajecito rosa es una obra que estremece, celebremos el tesoro!
A continuación, y después de volver a deleitarnos la poeta, Nora Lía Sormani comentó:
Es un placer para mí presentar este libro de la gran escritora Nara. Nara es una poeta y entonces es una artesana que va confeccionado, cosiendo, hilvanando metáforas a través de sus sentimientos y sentires más profundos, más contradictorios, más humanos. “Hacer es mejor que decir”, dice Nara mientras hace poesía. El trajecito rosa es una donación, un nuevo testimonio, un nuevo libro de las huellas que deja Nara para construir sentidos y brindarlos a las lectoras y a los lectores. Y las huellas que deja para construir esos sentidos en este collar de poemas son “trapo”, “tela”, “terciopelo”, “hilachas”, “lentejuelas”, y también, “pana”, “satén”, “frunces”, “plisados”, “vuelo de las faldas”, “encajes”, y “costura”, “capa”, “botas”, “zapatos”, “tacos aguja”, “tiaras”, “tacones cuadrados”, “tocados de novia”, “sandalias”, “probadores”, “harapos”, “figurines”, “camisa blanca” que nunca pueden faltar, y también las figuras acicaladas, disfrazadas, matelaseadas o desnudas. Y engalardonando esos sentidos, el color rosa, presente a través de los billetes rosas para hacer las paces pero también el desamor rosa. El trajecito rosa con sangre de Jackie, el capullo rosa, el que no podemos hacerlo sin rosa, el gusto que es rosa, la boca rosa, las rosas rojas, lo rosáceo, el rouge, el filetado en rosa, y rosa mi carne y ese rosa tan violento o las rosas sin espinas, como dice el último verso del libro. Y Neruda con su frase: la rosa está desnuda o sólo tiene ese vestido. Y la infancia, en el poema “Aurora”, una infancia que se deja ir y que como una rosa se deshace en infertilidad, una bella durmiente que muere de amor. Y la Cenicienta de Nara, que se debate entre la mugre y el deseo, para tomar posición frente a la supuesta fatalidad de ser mujer y sus deseos más profundos, más auténticos. Y también las mujeres solidarias de la guerra. En el libro aparecen también las musas inspiradoras de Nara: John Cage, Marelin Thornton, Mauricio Kagel, Federico Garcia Lorca, José Martí, por supuesto, Pablo Neruda, Diana Vreeland, Fidel Castro, por supuesto, Renée Méndez Capote, Juana Bignozzi, Rosa Luxemburgo, Néstor Perlongher, Miguel Ángel Zapata, Olga Cossettini, Nicanor Parra, entre muchos otros. Las lecturas de Nara que alimentaron y vistieron sus pensamientos, sus sentimientos, sus formas de hacer poesía. Todos estos vestidos sociales de las telas y los rosas, son capas, texturas, que tapan el alma desnuda, revolucionaria, del yo poético, de la poeta. Alma que empuja las telas como puede, repite alegremente la maestra Rosa Pastora Leclere: escribir en lugar de pespuntear. Alma que empuja entre esas telas para salir a la superficie como cartas abiertas y mostrarse para gritar, para declamar, para compartir con los lectores, entre hilos y calzados apretados, sus grandes verdades con belleza. Una felicidad que estos poemas de El trajecito rosa lleguen desde hoy a todos los lectores argentinos, cubanos, y del mundo. Lectores contemporáneos que sabrán degustar y disfrutar de las sutilezas, de los decires poéticos de Nara Mansur
Por último, fue el momento de Ana Arzoumanian:
«Voy a dejarme la ropa puesta, quiero que todos vean lo que han hecho”, dijo ella. Podría haber sido ella. Podría ser aquella que se ajusta a la mancha de su traje arañando una frase, susurrando: la sangre de la muerte no se puede negociar. Podría ser, si no fuese que cada una de nosotras hemos tenido un trajecito manchado, una mancha por estridente, por inoportuna, por indigesta. Y por inadmisible, la hemos ocultado. Cada una de nosotras, caminando a tropezones, nos hemos cambiado el trajecito. Engullidas y desmenuzadas, para acabar con nuestros ciclos, desechadas luego de un proceso de neutralización y consumo; hemos portado todas el emblema de un asesinato.
Un archivo nacional testimonia el estallido de la descarga sobre la tela, un impacto mudo que no penetra, no horada; mancha. Una madre guarda el traje que guarda la nación en una sala sin ventanas y a temperatura constante.
Era 1963, la televisión era en blanco y negro. El primer católico presidiendo ese estado, la escena, la impresión del rostro, la Verónica. La imagen verdadera, la reliquia. El color.
“Esa boca dada vuelta” “esa rosa dada vuelta dentro mío”, escribe Nara Mansur a la vista de todos, porque quiere que todos vean lo que se ha hecho. La Habana y sus tiendas, los uniformes, los cupones y los safaris de color grisáceo. El sábado negro, los trece días y la Isla, la Isla.
En casi todo mito fundacional la Nación es una mujer, una matrona o una guerrera de una cierta desnudez que un escudo o una espada apenas vela. En el rosa del vestidito, en la elección del hábito, radica la apuesta política de Nara Mansur. El rosa, ese silencio del rojo, es la abolición de la ginecocracia. Rosa como reducción de hembra a mujer alineada al catálogo del folletín, de lo romántico. Ese trajecito, el diminutivo, instancias de lo frágil, expresa la necesidad de una matriz regulada bajo el control estético.
Pero la del trajecito rosa, en el poema de Nara Mansur, tiene un arma en su mano, una pistola con silenciador. No para hacer invisible su disparo “en la boca del himno y del banco nacional” sino para no quedar sorda por la explosión. Sabe que “el silencio como ruido callado” corrobora una expropiación: ella sólo posee su cuerpo bajo los apelativos patrios. Es así como la Nación pide ser ubicada; emplazada por la emergencia del crimen que la convierte en la miliciana, una mujer en nombre propio que perturba el lenguaje inquisidor.
Nara Mansur cerró la Presentación de su nuevo libro con una cita del gran poeta Federico García Lorca que ha incluido al mismo. ¡Oh, bacanal poética!:
Es una rosa que nunca has visto; una sorpresa que te tengo preparada. Porque es increíble la ‘rosa declinata’ de capullos caídos y la inermis que no tiene espinas; ¡qué maravilla!, ¿eh?, ¡ni una espina!; y la mirtifolia que viene de Bélgica y la sulfurata que brilla en la oscuridad. Pero esta rosa las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman ‘rosa mutabile’, que quiere decir mudable, que cambia… En este libro está su descripción y su pintura. […] Es roja por la mañana, a la tarde se pone blanca y se deshoja por la noche. (Doña Rosita la soltera)
Mansur, Nara, 2018. El trajecito rosa. Editorial: Buenos Aires Poetry. Colección Pippa Passes: 80 pág.