Actuar como loco. Experiencias del teatro y la locura
Alan Robinson
Prólogo de Vicente Zito Lima
Ilustraciones de Eric Robinson
Editorial Los Hermanos, 2015
Páginas 218
La realidad es que el libro va a tratar los temas que vos imagines mientras lees. Espero, en mis fantasías, que este libro les sirva a quienes les duele su locura, que colabore con el desarrollo del teatro, pero sobre todo que ayude a superar miedos y prejuicios con la locura, ayude a los psiquiatras que quieren ayudarse a sí mismos, acompañe a los pacientes y estimule a los jóvenes con inquietudes artísticas a trascender los límites de sus egos y sus miedos. Todos tenemos miedo a la locura. Menos nosotros, claro está, los locos… Mis preguntas son acerca del teatro y la locura … (13-17)
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
Con prólogo de Vicente Zito Lima, el texto de Robinson, le da a su escritura un marco de referencialidad que lo aleja de lo académico en cuanto a lo psiquiátrico para enmarcarlo dentro de lo artístico, y desde la subjetividad hacer el camino inverso. No analizar la relación del arte desde la inestabilidad emocional, poniendo el foco en la enfermedad llamada locura, sino por el contrario, ver como una sensibilidad diferente, extrema si se quiere, puede ver el mundo y exorcizarlo desde el arte, entender el desequilibrio a partir del teatro, por ejemplo. Es por eso, que las experiencias personales van a ser constitutivas de su estructura, porque la vida es una obra en construcción que muta constantemente. Y necesita para ello, de un contorno que se lo permita, una relación como línea de fuga, en vez de la ausencia de referente próximos que la medicina aconseja para aquellos que ven con ojos transparentes las viscosidades de la realidad:
Lo primero que decidieron los “profesionales” fue que lo mejor para mí sería dejar de ver a mi familia, amigos y relaciones. No podía recibir visitas. Ni a los presos les hacen cosas así. ¿Por qué no podía recibir visitas? ¿Qué cabezas perturbadas pueden llegar a concluir que el amor de sus seres queridos puede hacer mal a una persona que está sufriendo? (37)
En la soledad de la locura que otros definen, los interrogantes son una constante en el pensamiento del autor. La caída de las certezas produce la necesidad de realizarse preguntas sobre su conducta, el tratamiento, las relaciones con familiares y con profesionales; y por último la conciencia de que es el teatro la llave mágica para lograr recuperarse a sí mismo. “Desde mi primera crisis busco decir algo de la locura mediante el teatro, porque considero que es el arte que más se puede acercar a esa frontera”. (65)
Imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida según el pensamiento de Wisttgeinstein, un filósofo recurrente en el trabajo, como así también los es el filósofo Rodolfo Kusch. La diferencia que este último realiza entre el estar y el ser, le merece un capítulo aparte, donde Robinson analiza la dicotomía cordura – locura a partir de la distinción temporal, se es por siempre, loco en este caso, si a alguien se lo define como tal, o se puede estar loco, que es una situación temporal. En esta transitoriedad se encuentra la posibilidad de salud, que no necesariamente tiene que ver con la que se busca desde la medicina psiquiátrica. La medicina busca en la racionalidad del sentido común una reincorporación del individuo al sistema social, porque considera loco a todo aquél que escapa de él.
Las experiencias extraordinarias fueron sustraídas de la vida, de la salud e incluso del arte, para ser desterradas en la enfermedad, la muerte, la maldad o el miedo. El teatro, por ejemplo, mejor dicho las personas que hacen el teatro, lo han transformado en un pasatiempo, ordinario, industrial y comercial. Tarea casi imposible hoy en día, es recuperar el arte para las profesiones artísticas. (65)
El actor y la locura es el momento de la escritura donde el continente se vuelve sobre el centro mismo, la figura del actor. Allí afirma: “este es un libro de experiencias y opiniones” (89) dejando en claro la separación entre las textualidades que apelan a la teoría, al análisis de lo artística desde la ciencia, para por el contrario, dar cuenta desde el libro de la subjetividad del artista, desde él mismo. El relato de sus experiencias con el estreno de sus primeras obras dramáticas es uno de los puntos que desarrolla. Para pasar luego a los procedimientos que se requiere para llevar adelante el trabajo, dos condimentos que son muchas veces ignorados: el mito y la magia. Ambas instancias diferentes a los métodos que las poéticas habituales interiorizan para que el actor realice el “como si” del personaje.
El tema no es tanto la fe, sino el objeto de fe y como se desarrolla el culto a ese objeto. Dado que en la forma en que se desarrolle el culto se ensayará. En mi opinión, o mejor dicho, según mis creencias el objeto de fe, es el personaje como espíritu que toma al cuerpo del actor mientras este junto a sus compañeros, lo convocan […] La capacidad de ver lo que está pasando, de intuir que le sucede al espectador, de vivir una premonición, son propias de un estado sensible a la locura y la actuación. (92)
En el dejarse llevar del actor en los ensayos se encuentra por fin la realidad del personaje, que se va creando en esa cadencia, y no en la racionalidad, sino en devenir. “Se trata en síntesis de lograr dentro de los límites y propósitos de los ensayos, entrar en trance y enloquecer.” (95)
“Actor del hambre y del sueño” es el título del capítulo donde, atravesado por los conceptos de Glauber Rocha, el autor se interroga sobre el quehacer y para qué y quién se lleva adelante. Los proyectos de los 60/70 y sus manifiestos son huellas que todavía debemos transitar, por ser ésta una voluntad interrumpida por las dictaduras militares. La búsqueda de la libertad cultural del continente es un imperativo categórico. A partir del arte cinematográfico de Rocha, Robinson encuentra las fronteras que también abarcaran su dramaturgia. Y esa frontera le permite pensar en técnicas de trabajo y en la dicotomía peligrosa que separa el arte popular del arte intelectual.
No es posible integrarse al cosmos desde el paradigma de desarrollo occidental. Se encuentra configurado por el catolicismo, el racionalismo, y el colonialismo. Es necesario comprender las raíces indias del continente como única fuerza desarrollada que nos podrá liberar en el sentido público y en el sentido artístico. La razón occidental ve superstición, ignorancia e ingenuidad y populismo en las religiones y las artes nativas. (119)
El actor necesita tener explícita esta situación porque desde allí enfrentará los cambios necesarios para su trabajo: 1- el personaje será no un objeto a construir sino un espíritu evocado. 2- El proceso creador será inspirado en los sueños de los actores. Los sueños como mensajes para la sociedad, el actor mensajero indispensable. “El sueño y el mito serán entonces, desde nuestra perspectiva de trabajo, un medio y un fin de conocimiento” (120)
Experiencias con el mundo de la enseñanza en el teatro, relatos que como guía de ayuda para pares, nos van delineando con claridad aquello que desde el marco teórico puede parecer oscuro o críptico. La oferta de talleres de teatro excede la posibilidad de demanda, y no ofrecen, afirma el autor, la calidad que pregonan. Es el tema que se desarrolla en el capítulo “Experiencias pedagógicas”:
Nada más lejos de mí que defender la institucionalización de la docencia. Rechazo la institucionalización de cualquier tipo de enseñanza y de cualquier tipo de oficio o profesión. Institucionalizar un saber es pervertirlo. Es perverso institucionalizar al loco, al niño, y a quién quiere aprender algo. Creo que la única forma de aprender algo es encontrándose un maestro. (143)
Eso fueron para el autor de este libro, Vicente Zito Lima, y el poeta loco, Jacobo Fijman. Luego del conjunto de anécdotas y principios que componen el texto, le toca el agradecimiento en el capítulo que antecede a la obra teatral que cierra el volumen. “Vicente Zito Lema es mi maestro”, afirma Robinson con la seguridad, y la certeza de quien reconoce y agradece sus enseñanzas, todo lo recibido. Él lo pone en contacto con Jacobo Fijman.
Vicente sabe bastante sobre la locura, sobre manicomios y locos. Tendría mi edad cuando trabajaba de periodista y se juntaba con un profesor y amigo que tenía, el pintor surrealista Juan Batlle Planas. (176)
Planas acercará a Zito Lema a Fijman, como luego éste lo hará con Robinson. El capítulo será entonces una sucesión de anécdotas del encuentro de las tres generaciones, en su relación con el arte y la locura. Y la relación del estado, de lo instituido con aquellos que tienen una sensibilidad diferente; “los que Vicente llama “los excluidos de los excluidos”. Este libro confirma, la deuda que tiene con Zito Lema y su creación cuando Robinson nos dice: a partir de sus consejos decidí ser yo mismo y escribir sin el corset de la academia. Tuvo que matarse a sí mismo, para que naciera la expresión de aquello que quería decir: “Antes de morir todo ser humano debe matar a sus padres, a sus maestros y luego así mismo…es la única forma de ser libre y hacer algo para mejorar el mundo.” (185)
Un párrafo aparte para los dibujos, las ilustraciones de Eric Robinson que acompañan los capítulos, dándole un nuevo lenguaje que ayuda a darle forma y cara a los seres que son mencionados en el texto, pero que no son plasmadas por el foco de una cámara, sino por la sutileza del lápiz sobre el papel, en comunión con la mano que lo mueve.
La escritura de Robinson deja al descubierto la sensibilidad del hombre y del artista. En cada apartado encontramos un relato de vida y la búsqueda constante, ardua, por superar los difíciles momentos del pasado. Una experiencia que recupera ese pasado estableciendo la misma relación con el teatro y con la locura, como el autor lo desarrolla en “Teatro y locura”. Su estilo particular tiene la simplicidad de una charla de amigos que nos permite acceder a su intimidad sin recovecos, sin secretos, pero de manera inteligente y sin golpes bajos. Y, a su vez, en la soledad de la lectura nuestros recuerdo parecen ser convocados como en un ritual, y como en el actor, “El actor y el mito de Orfeo”, deseamos que la diosa de la memoria, Mnemósine, nos acompañe para recordar siempre quiénes somos y hacia dónde vamos. A lo largo de lo que para algunos podría ser “una utopía en voz alta”, el texto es un recorrido por los intersticios de las instituciones y los consultorios, los talleres y la licenciatura, del espacio público al espacio privado. Siendo este último el punto de anclaje, de contención, para superar cualquier “trastorno y/o enfermedad” que responde a una concepción egoísta y mezquina. Mientras que el teatro, como el autor sostiene en “Teatro, Performance y Temazcal”: “el rito del teatro es un asunto sagrado […] porque nos ofrece la posibilidad de soñar despiertos para reconocernos en todos los aspectos de nuestra vida y de alguna manera integrarnos como individuos y como comunidad”. (139)
El escritor, actor y director teatral, en este ensayo reflexiona sobre sobre el arte y la praxis: el teatro, la actuación y la poesía, la salud mental y chamanismo. Por último y a manera de epílogo, nos entrega el texto dramático de Daría mi memoria por volverla ver1, pues este libro está dirigido a los actores en especial. Pero, podemos asegurar que cada idea, cuestionamiento y reflexión nos involucra, más allá de pertenecer o no al quehacer teatral. Como sociedad debemos saber que la locura es parte de nuestra identidad, colectiva y privada, y defender lo que Alan Robinson ha llamado el «derecho al delirio».
La primera edición se publicó en diciembre de 2013, ya cuenta con varias, y en el 2015 se realizó el acto en la Legislatura Porteña que había declarado, el año anterior, el interés cultural y social de Actuar como loco2.
1 A partir del 6 de mayo a las 22.30 hs se presentará la segunda temporada en El crisol.
2¡Entrá a la página Facebook Actuar como loco para conseguir tu ejemplar por «Delivery» http://www.alanrobinson.com.ar/