Archivos Mensuales: abril 2023

«Queremos ir al Tibidabo» de Cristina Clemente

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“Queremos ir al Tibidabo” de

Cristina Clemente

Mariángeles Sanz

Sanzm897@yahoo.com

Dos hermanas en un espacio reducido a un living hacia la derecha, y dos micrófonos de pie a la izquierda del espectador, dialogan sobre un secreto, sobre algo que debe quedar en secreto, sobre todo para el padre. Hay en el ambiente un clima de tragedia, que matizado por un humor ingenuo, de juego de niños, que se expande en la búsqueda de una solución a un problema, que saben de sobra que no la tiene. El título remite a la infancia, a ese momento idílico para muchos, donde los disgustos a penas las rozaban, y buscaban en los juegos del parque de diversiones, la alegría de la familia.

El sobrevuelo de una enfermedad que no se nombra en toda la puesta, pero que reconocemos por sus consecuencias en la destinataria de la misma: falta de memoria, confusión de nombres, el no reconocimiento de lo cotidiano, entre otros, nos dice de un deterioro neurológico que las hermanas intentan frenar a partir de la repetición constante y del cuidado para que todo quede entre las cuatro paredes de la casa. El hacerse cargo de la situación, las lleva a desinteresarse de sus propias vidas, y sin embargo en algún momento tienen que recurrir a una tercera persona, que cubra los tiempos y los espacios que ellas no pueden. Desde allí la puesta gira hacia otra problemática, los celos ante un tercero que sienten les roba el cariño y el escaso reconocimiento que su madre todavía conserva.

Un padre ausente, sobreprotegido por sus hijas, que ignoran que se siente cómodo en la situación, al comprobar que ellas se hacen cargo de todo. La puesta presenta entonces un universo femenino de sororidad, y de enfrentamientos, donde la figura femenina es para todos y para sí misma atravesada por el mandato social: la que tiene que cuidar, y proteger a sus mayores cuando lo necesiten, obviando la preciosa ayuda que el padre podría aportar y que además sería también su obligación. Un desplazamiento que luego pesa como un fardo. Las actuaciones tienen una buena performance, desarrollan su rol en ese juego de intrigas, que resulta por momentos caótico y divertido; sobre todo a partir de la entrada de Lucía, la cuidadora de Rosalía, la madre. Lucía se convierte en una piedra de escándalo, en ese largo flash –back que recupera el pasado transcurrido, antes del desenlace final, y la concordia entre las tres.

Una dramaturgia que atraviesa un tema difícil, de profunda tristeza, que a partir de los encuentros personales con sus tintes de humorada, nos permite pensar en que debemos hacer cuando la vida nos pone en una situación límite. La pieza formó parte del 11 Festival de Temporada Alta en Buenos Aires.

Ficha técnica: “Queremos ir al Tibidabo” de Cristina Clemente. Actúan: Piedad Montero, Fabiana Mozota, Carolina Sobish. Diseño de escenografía: Fernando Díaz. Diseño de iluminación: Diego Becker. Diseño gráfico y producción ejecutiva: Timoteo Castagna. Producción general: Piedad Montero Márquez, Carolina Sobish. Puesta en escena y dirección: Natacha Delgado.  Timbre 4, Sala Boedo.

«Un mar de luto» de Alfredo Martín

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“Un mar de luto” de

Alfredo Martín

Versión de “La Casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca a partir de la lectura de textos de Judith Butler

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

“La Casa de Bernarda Alba” fue y es un grito desesperado de la lucha de la mujer, o de la conciencia femenina por una libertad negada por el patriarcado. Un concepto que atraviesa los géneros, que los ignora cuándo impone en una sociedad el machismo como forma de vida, como concreción del deseo, como espada que atraviesa los cuerpos de hombres y mujeres para determinar el cómo y el con quién ejercer el amor. Federico lo sentía en el cuerpo, lo sufría en su espíritu, a pesar de su carácter jocoso, y apasionado, fue una víctima de una sociedad, la suya, cerrada, fría, sórdida por momentos, que ejercía el secreto como una armadura para evitar la mirada y el decir de los demás: “Qué la casa se incendie, pero que el humo no salga por la chimenea” decía mi abuela materna, heredera de una tradición que seguramente sufría en silencio. Silencio: “mi hija menor, ha muerto virgen” dirá el personaje que transmite con rigor y furia un legado fatal.

Alfredo Martín atraviesa la textura dramática del autor granadino con los conceptos de género que Butler enciende como luz y como fuego para cambiarle a la sociedad de su tiempo, la forma de sentir la vida de los demás y la propia. Es decir, transporta una mirada del presente para iluminar una situación que la textura dramática expresa a través de personajes, situaciones, que son además el cotidiano de un tiempo, el de una España dividida en dos, entre el futuro y el pasado. Una Andalucía dentro del mapa de toro, que guarda aún con más fuerza los mandatos forjados entre un catolicismo rancio y un pasado árabe de control físico y moral sobre las mujeres. Llevar adelante ese escenario, con cuerpos masculinos es la metáfora explícita de un autor que utilizó la descripción de la prisión femenina, para dar cuenta de la propia cárcel a sus sentimientos. Lo femenino clausurado en el dogma y el cotilleo de una moral de pueblo, donde aparezca, en donde surja su sensibilidad, su pasión y su fuerza. Allí, esté en el cuerpo que sea, será humillado, cercenado, silenciado, ocluido, será cuerpo muerto.

La puesta dirigida por Alfredo Martín logra que esa clausura aparezca en todos los cuerpos presentes en escena, en un trabajo coral que se distancia sólo en los encuentros personales que forman parte de la tensión dramática que nos llevará al desenlace. En escena aparece un texto conocido, y a la vez diferente, que produce el necesario extrañamiento para que nos alejemos de la trama del relato, y podamos distantes ir y venir por las consecuencias del accionar del personaje que rige con mano de hierro los destinos de todos. Bernarda talentosamente concebida por Marcelo Bucossi, asume su rol de inquisidora con determinación y frialdad, nada la detiene, y es el personaje concebido por Lorca, su fantasma más temido. Una madre que no da sino quita el calor de la sensibilidad, que aborta cualquier posibilidad de ternura, ya sea en su relación con los de abajo, Poncia, en la muy buena interpretación de Marcelo Rodríguez, con el desprecio a la criada, o a su propia madre, Daniel Goglino, que es en el texto y en la puesta, la voz de una libertad sometida. La dureza con sus propias hijas, cuya punta de iceberg, cuyo síntoma es Adela, Osqui Ferrero; en ella se sintetiza toda la enfermedad que atraviesa la casa, no les permite ser, ni desear un futuro, que está ocluido por su egoísmo. Son muy claras las acciones entre ellas, donde la frustración de Martirio, Ariel Haal, la pasividad y soledad de Angustias, Gustavo Reverdito, y el desconcierto en Magdalena, Luis Cardozo y Amelia, Juani Pascua, conforman con acierto esa danza macabra que provocará la acción de Adela, y la falta de empatía por su género. Así como los personajes de la sirvienta, Miguel Ángel Villar, la vecina Francisco Tortorelli, y Prudencia, Juan Zenko, son la voz de un afuera intimidante. Un trabajo coral efectivo de todos, donde cada uno de los actores presentes en escena aporta en ese entramado su parte, su presencia necesaria para la lectura que  Alfredo Martín realiza sobre el texto lorquiano.

Muy buena la música y los sonidos en escena, y acertadísimo el vestuario. Un párrafo para la escenografía que en su circularidad, en su presencia laberíntica, resemantiza las palabras les da contextura espacial al agobio de una casa donde el afuera es peligro y prohibición. El interrogante en esa imagen femenina autoritaria de Bernarda, es ¿a quién odia más, a su género, sentimiento que arroja como una granada sobre el cuerpo de sus hijas, o hacia la masculinidad que asume en feroz competencia de géneros? La puesta nos permite hacernos preguntas sobre un texto conocido y desde 1945, tantas veces transitado en el campo cultural de Buenos Aires, y ese es uno de sus méritos, la no clausura del sentido, a pesar de respetar el transcurso de las acciones y el final, una interpretación; nos deja interrogantes, y la certeza que Bernarda y sus hijas todavía reviven su drama.

Ficha técnica: “Un mar de luto” los mandatos de género en la escena lorquiana, de Alfredo Martín. Versión de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca a partir de la lectura de textos de Judith Butler. Actúan: Marcelo Bucossi, Luis Cardozo, Osqui Ferrero, Daniel Goglino, Ariel Haal, Juani Pascua, Gustavo Reverdito, Marcelo Rodríguez, Francisco Tortorelli, Miguel Ángel Villar, Juan Zenko. Música en vivo: Julia Mizes. Escenografía: Ariel Vaccaro. Iluminación: Ricardo Sica. Vestuario: Alejandro Mateo. Realización de vestuario: Soledad Saéz, Titi Suárez. Fotografía y video: Ignacio Verguilla. Diseño de objetos y Gráfica: Gustavo Reverdito. Entrenamiento corporal: Armando Schettini. Asesoramiento teórico: Estela Castronuovo. Asesoramiento musical: Pepa Luna. Cantantes: Julia Mizes, Daniel Goglino y Francisco Tortorelli. Prensa y difusión: Paula Simkin. Sala: El Portón de Sánchez.

«Jarra de Porcelana» de Florencia Aroldi

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“La Jarra de Porcelana” de

Florencia Aroldi

Versión libre de la novela “Rotxs” de Feclha Beyer.

La metatetralidad y sus interrogantes en una pieza singular

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

El ingreso a la sala Harold Pinter del Centro Cultural Ítaca nos depara una sorpresa. El artefacto escénico es un cubículo transparente donde como nunca se establece la relación de voyeur con el espectador, que mira como el actor / personaje, encargado de un “unipersonal” nos ofrece su cuerpo, su voz, sus dudas, y nos deja la función establecida delimitada a ese cubo donde se nos pierde la mirada. Dentro todo es blanco, salvo los cambios temporales que la pared de fondo va asumiendo según el desarrollo del relato: Blanco el piso, el traje del actor y su cara, la pizarra que luego servirá de pantalla, el maniquí descuartizado, aquí y allá, la mesa, el grabador, el libro de donde parte la idea; todo blanco como la página en blanco donde comienza la primera duda de la escritura, el primer interrogante, donde la primera palabra es casi un broche que luego con suerte se extiende como un reguero de hormigas violentas.

Conceptos y definiciones, procedimientos establecidos para una poética determinada, y el personaje; cuya relación con el autor es una incógnita y una tragedia, a pesar del humor desplegado, del cuasi diálogo con ese otro que da el pie necesario para seguir cuando la cuarta pared es un muro, aunque sea transparente. Un texto intenso en su materialidad teórica, para quien disfrute de la locura de la escritura, de los vaivenes entre el creer en ella, y su contrario. La jarra de porcelana rota, es la metáfora perfecta para indicar el momento del quiebre de los límites conocidos entre lo real concreto y la ficción. El dramaturgo en pedazos, quebrado por el suelo, cuya voz es la de su personaje en estado de esquizofrenia es la otra que nos lleva a pensar en los problemas de la identificación y la interpretación de los textos. Todo es texto. Lo escrito, lo hablado y sobre todo los cuerpos en escena, que dan de sí mucho más que las palabras, y se extienden hacia la platea creando una relación invisible pero de intensidad emocional genuina, cuando se saben vehículo y mensajero de un pensamiento otro.

Florencia Aroldi construye un texto a partir de otro, transpone sus centralidades y las tiñe de sus propias imágenes, luego Cristian Thorsen toma la antorcha de ese fuego que no cesa que es la escritura y se hace cargo de sus inquietudes y las expresa bajo la mirada atenta de Mariano Dossena, y lo hace con un talento que nos transporta y nos sumerge con él en ese espacio claustrofóbico. Si todo es texto, que somos además de nuestra carnalidad, ¿un alma o un discurso? ¿Nuestra sensibilidad es ánima, o un juego inteligente de palabras? ¿Es posible una escritura desde el concepto de originalidad? Preguntas que la dramaturga se hace y muchas más como las que figuran en el flyer, donde tal vez la más inquietante de todas sea: “¿Hay arte?, y sí lo hay, ¿es libre?”

Ficha técnica: “Jarra de Porcelana” de Florencia Aroldi. Actúa: Cristian Thorsen. Dirección: Mariano Dossena. Escenografía y vestuario: Nicolás Nanni. Iluminación: Claudio Del Bianco. Comunicación y prensa: Mutuverría PR. Producción: Pelcha Beyer. Producción ejecutiva: Pablo López. Asistente de dirección: Damián Thorsen. Música: Pelcha Beyer, Hernán Agrasar, Locar BT. Sonido y proyección: Raimundo López Castro. Foto fijo: Jaqueline Puyó. Centro Cultural Ítaca. Duración: 50 minutos.

«Marcados, de por vida» de Ricardo Halac

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“Marcados, de por vida” de

Ricardo Halac

La Santa Inquisición y sus brazos tenebrosos.

“-La confesión no tiene límites- replica molesto-; quieren datos y nombres y luego más datos y más nombres. Pedir clemencia es inútil; aumenta la soberbia de los inquisidores y no disminuye el sufrimiento de las víctimas” (Marcos Aguinis, “La gesta del marrano”

“Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora” (A orillas del Duero, Antonio Machado)

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

La España barroca,  donde brillan Velázquez, y Calderón, brillo que no alcanza con su luz a iluminar ni la mente ni los corazones de una institución que no repara en vidas y haciendas para imponer su manera de pensar que además oculta la depredación, el robo. La persecución de un otro indeseable para justificar la construcción de la identidad española, sin moros, ni judíos, sólo cristianos católicos, una identidad que aún hoy, todavía está en tela de juicio. Una cristiandad impuesta a garrote vil, hoguera, y muerte, por eso la duda; si los conversos, lo son realmente, o sólo fingen ser cristianos, quién no lo sería así, quién no cedería ante el temor, solamente ante el temor. La religión del amor y la otra mejilla, no tiene para el diferente ningún tipo de piedad, lo vigila, lo persigue, lo expulsa, o lo mata. Repiten en el cuerpo de otros lo sufrido antaño, cuando ellos eran las víctimas del Coliseo, la atracción de un pueblo embrutecido que gozaba con el sufrimiento ajeno. En ese panorama,  una pareja se entrega al amor, y a la resistencia a ser quienes son. Un dramaturgo que se codea con el poder y los iluminados, una bailadora, se aman, pero ambos llevan el estigma de su herencia judía, y son acuciados por el deseo y la lascivia del inquisidor. Como en un drama de honor la mujer cede para salvar la vida de su amado, y la de aquellos que son su familia. Ella se convierte en el cordero de la redención.

Una historia fuerte con muy buenos diálogos,  “Marcados, de por vida” es, la pieza que forma parte de una trilogía judeo – española que Ricardo Halac, compone con otras dos obras: “Mil años, un día” (1993) dirigida por Alejandra Boero y estrenada en el todavía Teatro Municipal San Martín, que obtuvo el premio María Guerrero; quince años después, “La Lista” (2018) estrenada en la Sala Losada y dirigida por el mismo director de “Marcados, de por vida”, Lizardo Laphitz. Esta última parte fue inspirada por la vida de Juan Bautista Diamante, un dramaturgo de abundante producción en la España del Siglo de Oro, que Halac rescata del olvido que se le impuso por su condición de judío.

En un espacio de sobriedad significativa, cada elemento guarda una razón de ser, y nos remite a al tiempo del relato; con un vestuario cuidado en los detalles,  la actriz y los actores  se mueven con soltura, y construyen con su voz y su cuerpo a los personajes, en una brillante performance que nos tiene el corazón en un puño el tiempo que dura la puesta. La fuerza de la injusticia encarnada en el personaje del inquisidor que finge amistad para desentrañar lo que sospecha y de lo que se vale para su deseo, choca con la fuerza de quienes sabiéndose espiados y en peligro, juegan esa ronda macabra con él, hasta el final. Las escenas se desarrollan con intensidad dramática y todos están a la altura de los acontecimientos que se suceden y que nos remiten a una etapa donde la expulsión de lo distinto era motivo de orgullo nacional; no tan lejana para los espectadores que seguimos con silenciosa atención las acciones. ¿Cuántas veces, la moral, la religión, las buenas costumbres, son la excusa ideal para una sociedad que ansía quedarse con lo ajeno, y por eso “colabora” con las mentes criminales? La historia está plagada de ejemplos que nos atemorizan, nos duelen todavía en el recuerdo. ¿Por qué para ser, tengo que detestar a lo que no se me parece en apariencia, sólo en apariencia? Porque humanos somos todos y cada uno de nosotros, y la convivencia en armonía sería un ideal a construir, no la tolerancia, porque el que “tolera” aún ve como un peligro la diferencia e intenta que lo diferente se asimile a lo propio, se convierta, sino por convicción, por miedo.

Hacia el final un diálogo con el dramaturgo nos permitió dilucidar algunos de los interrogantes que la puesta deja cuando narra en dos cuerpos humillados la historia de siglos. Ricardo Halac este año 2023 obtuvo el premio Trinidad Guevara a la Trayectoria, una distinción más del autor, absolutamente merecida.

Ficha técnica: “Marcados, de por vida” de Ricardo Halac. Actúan: Carla di Amore, José Escobar, Lizardo Laphitz. Escenografía: Víctor De Pilla. Vestuario: Alicia Gumá. Asistencia y realización de vestuario: Anusha Guerenstein y Natalí Sánchez. Fotografía: Nacho Lunadei. Producción ejecutiva y comunicación: Juan Halac. Prensa: Tehagolaprensa. Teatro: El Ojo.

«La Trinidad» de Marianella Morena

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“La Trinidad” de

Marianella Morena

Bella y talentosa, amada y odiada, solamente una actriz en el Río de la Plata.

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

Trinidad, tres personas y un solo Dios verdadero; La Trinidad, una mujer, un deseo, una actriz. Marianella Morena construye un texto intenso, fragmentado por momentos, entrecortado, duro a veces, siempre vivo. Un texto que encuentra voz y cuerpo en la mujer que también actriz siente esas palabras como propias, las concibe ciertas en sus movimientos, en su gestualidad, en las tonalidades de sus silencios. No necesita para lograrlo, ni un vestuario que nos recuerde la época, ni una escenografía que nos ubique en tiempo y espacio, ella es el vehículo y la jineta que nos lleva por la historia de dos ciudades, Montevideo y Buenos Aires, y por el recorrido de una vida, la suya, plagada de encuentros y desazones, de amigos y enemigos, y de una  finalidad, un objetivo, que siempre la tiene tensa como una cuerda, aún en los peores momentos de su vida, el teatro.

Mujer que necesita ser amada, madre de siete hijos, amantes con nombre y apellido: Oribe, Gallardo, Casacuberta; entre sus piernas la historia de los hombres y los Estados. El trabajo que lleva adelante la actriz conmueve, estimula la imaginación, nos lleva y nos trae por los recovecos de un tiempo, nos ubica en el lugar que ocupa la mujer, y sobre todo si se dedica a las tablas: admirada sobre el escenario, vilipendiada en la frontera entre la calle y su casa, víctima propiciatoria de la lengua envenenada del padre Castañeda, admirador de su rival en la escena, la Francisca Ujier. Una síntesis de una vida encerrada en un cuerpo que en escena crece, que no deja elemento sin significación: sus miradas, sus manos que cabalgan con sus piernas, su presencia que lo invade todo, que nos interpela, que nos interpela, y nos obliga a reconocer los caminos recorridos desde un género que se adelantó a su tiempo, queriendo ser, siendo fiel a su deseo.

El monólogo como género teatral presenta la dificultad de la captación en soledad del interés del espectador, pero sobre todo una vez capturado mantenerlo en su butaca en aptitud atenta a lo que transcurre en el hilo de las palabras que van tejiendo relato. La habilidad de Cecilia Cósero hace que no podamos retirar los ojos de su figura, ni los oídos de lo que sus labios nos narran. La Trinidad en cuerpo y alma está presente en los escasos 50 minutos que dura la puesta, el desparpajo que le atribuye nuestra fantasía cuando la recordamos, la valentía de enfrentarse a un status quo hostil, la incertidumbre, sus dudas, sus vacilaciones, entre el deber de ser madre, el deseo de la mujer, y la fuerza de un arte que se la lleva puesta hasta el final. Aunque en su partida de defunción figure como costurera, esas cosas de la historia que invisibiliza a las mujeres. Sin embargo, su recuerdo supo a pesar de todos los vaivenes, políticos y sociales, que son la misma y única cosa, perdurar, permanecer como una llama para las siguientes generaciones.

Ficha técnica: “La Trinidad” de Marianella Morena. Actúa: Cecilia Cósero. Diseño coreográfico y musicalidad cuerpo /voz: Maia Mónaco. Iluminación: Claudia Sánchez. Diseño gráfico: Pablo Vega. Fotografía: Fotos con F. Tema musical: Maia Mónaco. Producción ejecutiva: Adriana Yasky. Dirección general: Marianella Morena. Teatro: Andamio 90.

«Verano» de Luis Loyola Cano

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“Verano” de
Luis Loyola Cano
Stella Gallazi dedica su tarea en esta obra a Celia Granja

«Nuestra vida es coral. Es un canto a voces, hecho de opiniones diversas, de sonidos, acciones y palabras. A veces palabras dichas de un tirón, otras veces ensimismadas en soliloquios. Siempre colectivas» (Luis Loyola Cano)


Mariángeles Sanz
sanzm897@yahoo.com


El verano es la estación no sólo de las vacaciones y los desplazamientos, de la tranquilidad enfrascada en apenas unos días, de la búsqueda de esa paz que nos alcance para el resto del año. Verano es la estación donde madura lo que brotó en la primavera, donde el calor se deja sentir en toda su intensidad, es entonces donde la memoria se afirma en recuerdos que nos constituyeron y que serán difíciles de olvidar. Una estación, un diario de adolescente, y una mujer madura que recuerda y reconstruye momentos, personas y personajes, a partir de la huella, de la impronta que dejaron en ella. Construye su identidad y su historia, no la que aparece en los libros, sino la cotidiana, la que tejemos todos cada día, y de la que guardamos como tesoros, sólo algunos momentos significativos. Un antes y un después, en su vida, en la vida de Ema junto a su abuela Galia, a su mascota, y al héroe que siente tan cercano como ella quiera, King Kong. Una búsqueda en el interior de sí misma para saber ¿quién soy?

Un espacio casi despojado, una silla alta, un saco hacia fondo en un cuasi perchero, una mesa de luz que guarda un cuaderno y lápices, una tela blanca como pantalla que promete imágenes que sólo llegaran al final, cuando la niña y la mujer se enfrenten en un tiempo, el hoy. La adolescencia, el primer amor, el desengaño, la soledad, la vida que nos apura para que nos hagamos cargo de la responsabilidad de vivirla, el trabajo, en un ir y venir entre el pasado y el presente, como las olas del mar que van y vienen siempre a la playa. Stella Galazzi es una excelente actriz, que maneja muy bien las identidades de los personajes que asoman en el relato, pero que lo hace en un tiempo que podría tener otro ritmo, mayor intensidad por momentos.

“Verano” es un extenso poema para dar cuenta de cuáles son los pequeños actos, las pequeñas acciones, que nos van constituyendo, y que parte en esa construcción guarda el silencio, la negación y el ocultamiento. Ema no habla de sus padres más que del accidente que le contaron, sólo sabe de su presente y de su abuela, y esos parientes lejanos que lo son o no lo son, y la imagen de Walter. De la niña que juega en los médanos, que mira el mar, que tiene una piedra para cuidar su casa, que escribe un diario y está enamorada, que canta, pasamos a la figura de una mujer vestida de un gris oscuro, casi negro, un contraste que nos habla sin palabras del pasado y de su presente. El verano y su luz son recuerdo, sus ilusiones también, y la vida sin embargo, gira su reloj de arena, sin prisa y sin pausa.

«Verano» forma parte de la textualidad «Coral» Monólogos teatrales, de reciente edición.

Ficha técnica: “Verano” de Luis Loyola Cano. Intérprete: Stella Galazzi. Diseño de iluminación: Ricardo Sica. Diseño de escenografía y vestuario: Lau Polet. Coreografía: Lorena Ballestrero. Coach vocal: Ana Sánchez. Operación de sonido: Fausto José Perna. Banda sonora: Luis Loyola Cano. Fotografía: María Horton. Piezas gráficas: Agustina Ferreyra. Realización de vestuario: María Graciela Saldaña. Realización escenográfica: Lau Polet, La sociedad del viento. Prensa: Caro Alfonso. Asistencia de dirección: Fausto José Perna. Dirección: Luis Loyola Cano. Duración: 75 minutos. Teatro del Pueblo.

«Suite Chéjov» Basada en escritos del dramaturgo

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“Suite Chéjov” Basada

                    En los apuntes del propio autor ruso

El arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras. (Anton Chéjov)

Mariángeles Sanz

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Suite, una palabra que resume en sus significados el entramado, la estructura de la pieza dirigida por Helena Tritek: una pieza musical diversa en su instrumentación con un tema que la une, o varias habitaciones, comunicadas entre sí. Sí, la obra está constituida por elementos varios de la escritura del autor ruso, y en el espacio escénico los espacios se unen por el hilo de la vida del dramaturgo, con su talento y su fragilidad, con su optimismo a pesar de todo, y su mirada aguda sobre el tiempo que le tocó vivir. Este esquema de puesta obedece también a la dispersión temática de las mismas piezas del dramaturgo, al devenir de sus personajes secundarios que también presentan sus historias y que nos dejan el sabor de poder haber sido desarrolladas en otras piezas. Como afirma Héctor Levy – Daniel: “Chéjov es el maestro de las acciones simultáneas”.

A partir de allí, las escenas se suceden entre personajes que se reúnen para dar cuenta de un pensamiento, el de Antón Chéjov, enlazado por el juego de la imaginación literaria, sus cuentos, y por las secuencias dramáticas, sus piezas, por el amor y la enfermedad, claro y oscuro de su vida. Escenas, personajes, y la realidad de Olga Knipper, todo en una coreografía donde los cuerpos en escena bailan  con música o sin ella en los cuidados movimientos de los cuerpos; en la reconstrucción de época en un bello vestuario, y en el mobiliario que reproduce el escritorio de Chéjov. Los personajes de una Rusia que vive en el estar, y no el ser productivo que el escritor les reclama, que hacen de la vida social un destino, aunque incierto, en un siglo que se va  y otro que llega cargado de conflictividad.

Su relación con el medio teatral de su época también está presente en el diálogo entre bambalinas, en los camarines de las actrices, artilugio que nos sirve para enterarnos de como se llevan con un director famoso al que Chéjov acusará de destruir su obra. Las figuras de Dánchenko y Stanislavski aparecen en las voces de los pasillos del teatro, y en la voz del propio autor que no se cansa de decir a todos que el director más allá del éxito no entendió su obra. Muy buenas actuaciones, todas conforman un conjunto de calidad, que maneja con soltura a sus criaturas, y logran la verosimilitud necesaria para introducirnos en un tiempo ido. Bellas voces que le dan la calidez y el clima ruso a la escena, y una coreografía sencilla pero eficaz en el ritmo que le brinda a las acciones. Una puesta cuidada, bella en imágenes, para disfrutar de un autor que nunca deja de tener significativa presencia dentro de nuestro campo cultural teatral.

Ficha técnica: “Suite Chéjov” basada en escritos de Chéjov. Actúan: Carolina Solari, Milagros Almeida, Silvina Quintanilla, Jorge Sánchez Mon, Santiago Vicchi, Carlos Ponte, Rolo Sosiuk. Producción: Clara Pizarro Pando. Asistencia de dirección: Juan Pablo Sierra. Entrenamiento: Nacho Pérez Cortés. Video: Pablo Accame. Pelucas: Miguel Ale Granado. Dirección: Helena Tritek.

«Discepolín, Fanático Arlequín» de Daniel Casablanca

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“Discepolín, Fanático Arlequín” de

Daniel Casablanca

“Es que la vida de Discépolo es el grotesco mismo, un fanático, un arlequín, un payaso, un clown, un cómico, un actor, que sólo busca ser aceptado, ser querido” (Daniel Casablanca, Guadalupe Bervih)

Mariángeles Sanz

sanzm897@yahoo.com

¡ Discepolín, personaje escurridizo ¡ Así define el actor devenido dramaturgo que intenta encerrar en una textualidad dramática una vida. Vida que el personaje deja escapar por todos los costados de su esmirriado cuerpo, porque posee un alma tan grande como su corazón, y vive en un mundo que no comprende y sufre, y que no lo comprende y se abusa de su ternura y bonhomía. La puesta divide en dos partes definidas el punto de vista sobre Discepolín, la primera profundiza sobre la creación, sobre las dificultades de la hoja en blanco, la búsqueda a veces febril de una inspiración que no siempre llega cuando la convocamos. Las musas, Euterpe, entre ellas, la musa de la música, es tan escurridiza como su propia vida. El punto de inflexión, el sueño, tan parecido a los sueños de Radamés en “Stéfano”, la obra firmada por su hermano Armando, donde todos, los propios y los contras se muestren y sean los propios, los descamisados los que festejen. Punto necesario para llegar a la segunda parte del trabajo, su acercamiento al peronismo, su amistad con Perón, pero sobre todo con Eva, a la que admira, a la que siente a su lado, tan enferma, pero que aún así se preocupa por los otros, la que lo designa director del Teatro Cervantes, y le pide que dirija la puesta sobre la obra de Leopoldo Marechal, “Antígona Vélez”, con Fanny Navarro como protagonista. Esa Eva que a pesar de su debilidad vivirá siete meses más que él, que se dejará morir de pena, ante el desaire de los propios, de sus amigos de siempre, de los que comían de su mano, y lo admiraban, o lo simulaban, y que no le perdonan su personaje radial “Mordisquito”.

Daniel Casablanca tiene un dominio del espacio escénico admirable y esperado, ya que sabe del arte de manejar el cuerpo desde sus tiempos de “Los Macocos” y tiene además un manejo maravilloso de la máscara, la de la comedia del arte, en este caso, la de Arlequín. Un arlequín, ¿así le decían a Discepolín?, o él se sentía así, como lo define en su tango: “Un arlequín”: “Soy un arlequín / que canta y baila /para ocultar su corazón lleno de pena/ Me clavó en la cruz / tu folletín de Magdalena/ Porque soñé / que era Jesús / y te salvaba”. ¿Cómo definirlo a Discepolín? Casablanca lo hace de dos maneras: como el artista lleno de imaginación y talento, y como el hombre bueno, tan bueno que le pregunta a Dios cómo vivir. Sus tangos “Tormenta” “Desencanto” vuelan como un manto musical toda la puesta.

¡Aullando entre relámpagos! / perdido en la tormenta / de mi noche interminable, ¡Dios! busco tu nombre… (…) ¿Lo que aprendí de tu mano no sirve para vivir? / Yo siento que mi fe se tambalea / que la gente mala, vive / ¡Dios! mejor que yo… (Tormenta)

¡Qué desencanto más hondo, / qué desencanto brutal! / ¡Qué ganas de echarse en el suelo / y ponerse a llorar ¡” (Desencanto)

El personaje vive en escena de la mano del actor, y nos trasmite y juega en un diálogo con el espectador, a que vivamos con él la transfiguración que la máscara permite, y lo hace admirablemente, logrando un silencio cómplice con su decir, con su música, con su vida toda. Me tocó asistir un sábado en la sala González Tuñón del Centro de la Cooperación, llena de caras jóvenes, muy jóvenes, llevados allí por sus profesores, una salida educativa, y me tocó ser testigo de la ceremonia de ese encuentro de alguien muy lejano a sus realidades y tal vez tan cercano en el sentir. La risa y el llanto del personaje, se traducían en la platea, los aplausos, la comedia y la tragedia,  -el grotesco-, dejaban a todas y todos, en un estado suspendido de respetuoso silencio. Cada vez los cuerpos más inclinados hacia el escenario, más comprometidos hasta desde allí con lo que se decía y hacía, desde un cuerpo en escena. Fue un instante hermoso de comunión, de comprobar que en un mundo cada vez más incomunicado desde la fantasía de la comunicación permanente e instantánea, ver el milagro que el teatro sigue produciendo cuando alguien en un espacio iluminado o no, con una escenografía simbólica y funcional al relato, donde el único elemento barroco es el altar a Eva; un actor con una máscara, y el talento de saber dibujar las tensiones a través de su cuerpo consigue atrapar la atención, y producir magia, muy bien acompañado por el juego de luces, y de sonidos, que logran verosímil el todo. “Discepolín, fanático arlequín” tal vez no haya abarcado todo el intenso universo del personaje, Enrique Santos Discépolo, su trayectoria en cine, muchos de sus tangos famosos, su dramaturgia quedaron para que los que se emocionaron busquen sobre él lo que necesiten saber, porque la idea era otra. La idea era traer a escena un alma, la de un arlequín que canta y baila para ocultar su pena.

Ficha técnica: “Discepolín, fanático arlequín” de Daniel Casablanca. Actúa: Daniel Casablanca. Diseño de luces: Magalí Perel. Diseño de sonido: Diego Aranda. Diseño gráfico: María Ana Tapia Sasot. Estudio y técnico de grabación: Bulsara records – Marcelo Ceraolo. Diseño y realización de máscara Discepolín: Alfredo Iriarte. Diseño y realización de peluca: Gabriela Guastavino. Realización escenográfica: Marcos Aquistapace. Fotografía: Gustavo Iapeghino. Registro de video: Mauro Parisenti. Piano grabado y arreglos en Tormenta y Desencanto. Hernán Gallegos. Violín grabado en Desencanto: Carolina Rodríguez. Dirección de arte: Analía Cristina Morales. Comunicación Visual – CCC: Claudio Medín. Prensa: Varas Otero. Dirección General: Guadalupe Bervih. Sala  González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación.

Abril 2023 / Javier Villafañe – Titiritero

Imagen

Canción de los tres hermanos

-Madre,

cuando yo sea grande

seré marinero.

Ahora estoy jugando

que aquello es un puerto

y que éste es un barco

y estos son dos remos

y por ese río

navego y navego.

(Agua, arena, piedras

y dos palos viejos:

un río y un barco

un puerto y dos remos)

-Madre,

cuando yo sea grande

seré jardinero.

Ahora estoy jugando

que esto es un cantero

aquél un rosal

éste un jazminero

y ése es un camino

que va por el medio.

(Tierra, flores, hojas

y unos tallos secos:

cantero, camino

rosal, jazminero)

-Madre,

cuando yo sea grande

quisiera hacer versos.

-¿Con qué juegas, hijo?

-Madre.

miro al cielo.

(En dos ojos claros

todo el universo)

Javier Villafañe