40 minutos en el País de las Hadas de Ignacio Apolo
La memoria entraña cierto acto de redenciòn. Lo que se recuerda ha sido salvado de la nada. Lo que se olvida ha quedado abandonado. Si un ojo sobrenatural ve todos los acontecimientos de forma instàntanea, fuera del tiempo, la distinciòn entre recordar y olvidar se transforma en un juicio, en una interpretaciòn de la justicia, segù la cual la aprobaciòn, se aproxima a ser recordado, y el castigo a ser olvidado. (Berger, 2005, 73)
Marìa de los Àngeles Sanz
La vida, la muerte y el tiempo entre ambas, realidades de las cuales si nos encontramos habitando la primera no podremos alejarnos de la segunda. Porque nada de lo que existe permanece para siempre, y cada ser vivo lleva en su adn la fecha de vencimiento, sòlo que no sabemos cuàl es. La pulsiòn de vida, la pulsiòn de muerte, no como un accidente sino como una constancia del deseo de volver hacia esa nada de la cual partimos, nos informa miràndonos y rompiendo la cuarta pared, el personaje narrador, que lleva adelante el propio dramaturgo – director, Ignacio Apolo. Y nos narra ademàs una historia, de una paciente, ya que su rol es ademàs de psicòlogo; que nos trae a Freud a la escena, como testigo teòrico de sus palabras. La historia de una mujer – niña, personaje desdoblado que a partir de la voz y las acciones, nos va introduciendo no sòlo en el relato de su vida, sino tambièn en el punto exacto donde todos nos sentimos tocados de alguna forma, la infancia, y las relaciones primarias con nuestros primeros e inevitables interlocutores, los padres, los hermanos, los amigos, reales o imaginarios: las hadas. La habilidad de la puesta es centrar en ese triàngulo imperfecto el cùmulo de sensaciones que van desde la frialdad de la teorìa, hasta la dulzura manifiesta de la niña, que reclama una atenciòn paterna que no tiene, y que deviene en su adultez en el reclamo al gènero masculino de una mirada, aquella que no produce una identidad. Porque las mujeres, en esta sociedad patriarcal, como lo afirmò Berger, y Freud mediante, nos afirmamos a travès de la mirada masculina, nos miramos con sus ojos, y queremos ser aquellos que la mirada nos devuelve. Nos cuesta mirarnos a nosotras mismas sin la construcciòn del otro. Pero la puesta, tambièn propone otra temàtica, aùn màs inquientante: la pregunta en que pondrìamos el acento si supieramos que nos queda, como al personaje, sòlo 40 minutos de vida. Preguntarnos eso es casi una blasfemia, si pensamos que esos momentos finales son de conocimiento divino, aunque no tal vez, para los condenados a muerte, tenga un doble sentido. Condenados a muerte con fecha fija, porque todos tenemos ese destino ùltimo sin atenuante. A partir de allì, el relato toma una fuerza centrìpeta hacia la intimidad del personaje, que busca en su memoria aquello que necesita recordar para finalmente dar cuenta de quièn es, o cuàles fueron los momentos que la constituyeron. Las actrices que toman la responsabilidad de llevar adelante a las dos Lucilas, tienen una muy buena performance, su frescura, su naturalidad para incorporarnos a segmentos de su vida, logran la empatìa, mientras que el personaje del narrador, se mantiene en ese punto equidistante necesario, para mirar desde el afuera, como la ciencia lo hace, a ambas como objetos de estudio, sin implicarse sentimentalmente. Aunque sospechamos que esa distancia no es tal. La memoria de Lucila està presente en la voz y en una pantalla de televisiòn donde aparecen los referentes de su vida, aquellas mujeres que le sirvieron de imagen a imitar, porque el personaje es un alma, sòlo 21 gramos, que no està conforme con su cuerpo, y lo expresa a travès de las enfermedades que la llevaràn al final. Sintoma y enfermedad, un diàlogo de superficie que esconde un drama que no puede procesarse, la disonancia con el entorno, con la vida familiar ausente con aviso, y con el amor, que se escapa porque no sabe como debe manifestarse. Una puesta inquietante que dejò a algunos espectadores aferrados a la platea, tocados seguramente en alguna de los puntos que la pieza desarrolla en sòlo 50 minutos, pero que como la estela de un cometa, deja en todos un interrrogante que sòlo la vida puede contestar, si tenemos presente, que es finita, y que merece ser vivida a pesar de todo.
Bibliografìa:
Berger, John, 2005. Mirar. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
Ficha tècnica: 40 minutos en el paìs de las hadas de Ignacio Apolo. Actùan: Maia Lancioni, Luna Apolo Alvarez, Ignacio Apolo. Coreografìa: Aymara Abramovich. Mùsica: Federico Marrale. Vestuario: Maricel Aguirre. Maquillaje y FX: Soledad Moràn. Espacio e Iluminaciòn: Fèlix Padròn. Av Càmara: Julia Lucesole. Av Ediciòn: Agustìn Obregòn. Diseño gràfico: Agustìn Obregòn. Prensa: Carolina Alfonso. Producciòn: Lucìa Chedafau. Colaboraciòn en dramaturgia y direcciòn: Lucìa Chedafau. Direcciòn: Ignacio Apolo. Teatro: El Camarin de las musas. Duraciòn: 50 minutos.