«Marathon» de Ricardo Monti – Compañía Teatral Juvenil «En las nubes»

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“Marathon” de

Ricardo Monti

Por la Compañía Teatral Juvenil “En las nubes”

Guardaespaldas.-“(Moviéndose entre los cuerpos, con exaltación sonámbula.) La victoria es el orden. Esta tierra está podrida, llagada. Hay que cauterizarla a fondo. América bellaquea, hay que sofrenarla. La quietud es mi sueño, un vasto cementerio. Este territorio que hace cuatro siglos nuestra estirpe ha conquistado, ¿hemos de entregarlo a esa plebe ultramarina, y a sus cómplices mulatos y mestizos, a esa ralea mayoritaria, triste chusma de las ciudades? No es cuestión de que el derecho esté de nuestra parte, sino únicamente la victoria.  Al vencedor no se le pedirán explicaciones. La ejecución tiene que ser brutal y sin miramientos. Todos los que ha meditado sobre el orden de este mundo saben que sólo se cimienta en el éxito de los que mejor utilizan la fuerza” (Marathon, Ricardo Monti)

Mariángeles Sanz Vélez

sanzm897@yahoo.com

En la escena del teatro El Popular, sala que se caracteriza por dar prioridad a las obras de teatro argentino a los autores contemporáneos y clásicos, Cinthia Demarco y su grupo de jóvenes actrices y actores, llevan adelante la puesta de “Marathon” de Ricardo Monti. En una disposición en H rodeados de mesas, como en un café concert, como en un salón de baile, los espectadores estamos atentos a las acciones de una situación muy particular. Un concurso de baile, para parejas que estén dispuestas a danzar hasta morir, por un premio que forma parte del misterio del concurso, en un clima social la década del 30, luego de la crisis de Wall Street del 29, crisis que asoló al mundo y por supuesto a nosotros también. En ese contexto de drama y miseria, las parejas compiten tanto adentro mientras bailan, como afuera en ese mundo cargado de hostilidad que los espera.

Desde el personaje que nos recibe a la entrada, vestido de negra capa, hasta el presentador y su peculiar manera de actuar, desde la barroca manera de cubrir su cuerpo, hasta las parejas que en el centro de nuestra atención se muestran agotadas, agobiadas por el tiempo y el movimiento continuo, con sus cuerpos en posiciones extrañas que buscan el descanso, el sosiego a su cansancio infinito; todo se va tejiendo en un clima de sordidez, de extrañamiento, de imagen siniestra. ¿Quiénes son los integrantes de esa danza mortal? ¿Por qué están ahí? ¿Cuánta miseria los abruma más allá del cansancio?

Roles que se cumplen sin paz ni tregua en esa maratón de vida acuciada por la enfermedad: sífilis, tuberculosis; por la prostitución y el deseo siempre latente, de una vida más próspera, luminosa, sencilla y feliz. El muy buen vestuario de Jess Menéndez, nos introduce en esa Buenos Aires de ayer, mientras el texto de Monti, nos trae de ese pasado al presente, en su tiempo al de la dictadura militar del ’76, con su macabro danzón de muerte, y hoy a este desolado momento de incertidumbre por el futuro. Dentro de ese círculo dantesco, las clases sociales se diluyen en la necesidad de sobrevivir, y así aparece el último integrante, la mujer, que habla francés, y entrega sin reservas su glamour.

Actuaciones intensas, bellas, de la mano de Cintia Demarco,  internalizadas por jóvenes actrices y actores, que sienten en su cuerpo y lo expresan en el clima de devastación que el texto propone, metáfora de un país, o de un tiempo, cargado de una filosofía existencial que se transmuta en identidad  nacional, a través de las poesías, de la música, del modo subjetivo de relacionarse entre los participantes,  y de estos con ese presentador, mano ejecutora junto al mefístoles de capa negra, de un poder que mueve los hilos de la marioneta universal. Coreografías imaginadas por Mirna Serra que necesitan de un trabajo, de una preparación detallada sobre los cuerpos, que dicen más allá de las palabras, que nos hablan de su humillación y su desolación. Cuerpos que nos inquietan porque se mezclan entre las mesas y los sentimos temblar y respirar a nuestro lado. Un trabajo excelente desde una inteligente lectura de un texto difícil, cargado de tormenta, como era la escritura del dramaturgo. Hermosamente amarga, pero necesaria para entender a través de la escenificación de los mitos que propone, una realidad que nos hace bailar sin ton ni son, a golpes de bastón.

Ficha técnica: “Marathon” de Ricardo Monti. Actúan: Benjamín de Vedia, Chano Itzcovich, Agustín Malec, Felipe Mariuzzi Szekely, Milo Messina, Milagros Mocellini, Ciro Pomposiello, Delfina Rey, Camilo Sánchez Nistral, Camila Truyol, Lucía Tucci Giménez, Ione Marina Ullúa, Paloma Urquiza.  Escenografía: Compañía Teatral Juvenil “En las nubes”.

Caracterización: Camila Armenia Fuster. Diseño de vestuario: Jess Menéndez. Redes sociales: Paloma Urquiza. Edición musical: Benjamín de Vedia. Diseño de iluminación: Ignacio Geli. Asesoramiento corporal: Mora Díaz, Mirna Serra. Asistencia de dirección: María La Venia. Producción general: Compañía Teatral Juvenil “En las nubes”. Coreografía: Mora Díaz, Mirna Serra. Dirección: Cinthia Demarco. Teatro: El Popular. Duración: 100 minutos. Domingos 20,30hs.

Iride Mockert, talentosa y comprometida actriz

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Iride Mockert, talentosa y comprometida actriz

Me gustan los personajes con transformaciones importantes. Que le pasen cosas y si le pasan muchas, mejor.

foto irideAzucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz

Entrevista a Iride Mockert realizada en algún bar de la calle Corrientes, en Villa Crespo, en Junio del presente año. Con un clima distendido, nos reunimos para un diálogo ameno y la entrevista se fue dando en ese clima cordial. La talentosa actriz con generosidad se brindó a nuestro cuestionario, y lo que surgió en ese tiempo, entretiempos, es lo que publicamos hoy.

¿Qué te parece estos formatos de los Festivales, en especial 2º Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América? ¿Te parecen productivos para el intercambio de poéticas?

Para mí está buenísimo siempre el generar. En este caso, el Festival que organiza Matías Umpierrez. Está bueno lo que hacen, en tanto que acercan textos que, de otra manera, uno no llegaría a conocer. Textos más contemporáneos y más autores jóvenes. Tal fue el caso de Ivor Martinić, autor de Mi hijo solo camina un poco más lento de quien, por ejemplo, este año se realizaran otras dos obras suyas. Si no hubiese pasado lo anterior, no quedaría esta secuela buena.

Después si me parece que estamos atravesando una situación bastante complicada. Hablé con algunos colegas que están con obras en el Festival y planteábamos lo siguiente. El Festival duró 15 días, a dos funciones de cada obra con precios muy accesibles -$75, una ganga para estos tiempos-. ¿Qué pasa después? Se sale del Festival y el precio pasa a ser otro, el que está acordado con la sala que se combinó hacer ese espectáculo. Estamos en un momento muy duro, donde la gente está eligiendo mucho en que gastar y lo que más está recortando es el esparcimiento, salir a comer, salir a ver un espectáculo, ir al cine. Una amiga -que está con otra obra del Festival-, me decía que, cuando pasan estas cosas, te planteas para quién estoy haciendo lo que hago y para qué lo hago. Con todo el laburo que llevó poner la obra, arengas para que la gente vaya y quizá solo van 20 personas. Entonces, te angustias mucho. Este es un momento complicado y en ese punto siento que este Festival está moviendo un poco las turcas. Algo interesante que paso fue ver un poco el post-Festival. Había gente que pensaba que las obras no seguían. Entonces se pensó en relanzar todo. Que ellos siguieran publicando en sus páginas, porque la obra seguía viva.

¿Cómo fue tu experiencia en No daré hijos, daré versos?

Acepté la obra por las condiciones que eran. Por el material y por el grupo, se armó un equipo hermoso. No ví las otras obras. Entiendo que hay textos mejores y otros peores como en todo festival. Después, está la realidad y es que hubo poco tiempo para preparar el material. Creo que hubo una suerte de prueba. Siento que todos lo tomamos con mucho profesionalismo y también como un espacio de experimentación. Una especie de “prueba y error”. Es un texto que te llega y quizá uno le cambiaría cosas. Pasó que quizá pensás: “esto no lo haría o sacaría esto”, pero aceptás ese juego y ese desafío al mismo tiempo. En el caso de la obra que hacemos, de Francisco Lumerman, fue así: montarla, convocar a la gente y colocarse el proyecto a la espalda, meterle el cuerpo en el poco tiempo que hubo. Nos pasó que no podíamos cuajar los ensayos porque todos teníamos otras cosas y terminamos haciendo un ensayo general dos días antes y sin el músico.

¿Conocías la obra de Delmira Agustini?

No, no conocía nada. ¡Y eso que soy fanática de Uruguay! Conocía más a Idea Vilariño, a Marosa [di Giorgio], a Juana [Ibarbourou]. Empecé a ver quién era a partir del texto. Pedí libros y me prestaron uno de las cartas que ella se escribó con Reyes. Delmira viajaba mucho a Buenos Aires porque la madre se hacia atender acá por los médicos. Se escribía con Reyes y después con [Manuel] Ugarte. Una amiga mía, Anahí Gadda, me prestó una novela de ella.

¿Hay planes de llevar la obra a Uruguay?

Se está haciendo allá y es dirigida por Marianella Morena. Había una idea de llevarla para hacer dos versiones. Le tiramos la idea de un intercambio de puestas, como posibilidad. Después si salen viajes está buenísimo. Estamos contentos, trabajándola en cada función porque estrenamos con muy poco ensayo. La obra tiene algo un tanto peligroso como es el ritmo. Al hacerla una vez por semana es una maquinaria que tiene estar muy bien aceitada. Son tres registros, tres dinámicas y tres actuaciones supuestamente diferentes. Después empiezan a jugar más cosas del personaje que le tocó actuar a cada uno. Pero hay un caos, en la parte del medio, que necesita imprimirle más ritmo.

Además pasa algo, que habíamos hablado con Marianella -ella sabe más que todos nosotros-, y es que había algo que, de pronto, pasa a tomar más poder y reverberancia que es la forma de su muerte que la obra misma. En un momento de la obra, Reyes le dice a Delmira, “Nadie te leerá, no sos nadie, ¿para quién escribís?, sos una niña mimada”. Eso a mí me resuena de Delmira y de ver que nos toca a todos los que somos artistas: ¿hacia dónde va lo que uno está haciendo? El valor que le pone el otro es muy subjetivo.

Es un personaje totalmente distinto a lo que haces en Yiya, el musical:

Sí, Yiya es otra cosa. En las dos obras me divierto mucho, aunque en Delmira sufro. Me formé con Guillermo Cacace. Soy de las que cree en la actuación en red, en la acumulación y de que uno no está solo en el espacio. Se atraviesa con el otro. Hay algo de No daré hijos, daré versos y el laburo que hizo Francisco, como director, que me hace acordar mucho a Guillermo y a mi formación. Me volvió como amigar con el teatro. Había quedado muy dolida con La Fiera el año pasado y me bajé de muchas obras. No tenía ganas de actuar en teatro. Uno hace las cosas que elige hacer y lo que representa como artista, por amor. Cuando ocurren proyectos así, te vuelven las ganas y decís “¡Qué bueno que soy actriz!” Te resignifica todo y en ese punto, más allá del sufrimiento del personaje de Delmira, lo paso muy bien. Siempre es una aventura, por esto de que no hay plata en el Festival. La pollera que uso, está retocada pero es la que usaba en el 3er año del IUNA, cuando hacía Lorca y a O’Neill. Para mí es muy fuerte estar actuando trece años después, con esa pollera en algo más profesional. Eso me emociona. Son las vueltas de la vida… Al final, la obra entra en un registro muy heavy metal, al estilo Lorca, y justo estoy con esa pollera. Es emocionante el verse uno en el recorrido que hace y sumar.

Sos una actriz intensa, todo terreno: televisión, teatro, cine y ahora un musical:foto skefington

La comedia musical es otro planeta. En Yiya, el musical canto a tres voces a diferencia de No daré hijos, daré versos que cantamos al unísono o en La fiera que cantaba sola. En Yiya,… nosotras somos las amigas de la protagonista. Hacemos la armonía y eso es difícil. Pero también lo es porque la comedia musical no es como el teatro. Está bueno porque es un color que nunca hago y es diferente. Entrené mucho. Siento que, con Yiya, aprendí un montón de cosas como lo del oído musical, entrenar, cantar a tres voces -que es dificilísimo-, las coreografías. Hice muchas obras con coreografías, como Marathon de Ricardo Monti, dirigida por Villanueva Cosse en el Cervantes. Eran dos horas en las que estábamos bailando todos pero nunca tan rigurosamente como siento con Yiya. Es una disciplina, en el mejor de los sentidos, a veces yo siento que como actriz uno no la tiene. Con Patricio Contreras decíamos que es como otro planeta, es entrar en otro código. Hay marcas en el piso y tenes que respetar las posiciones. Un segundo que te colgas… La música es en vivo, y también hay algunas pistas superpuestas. El otro día se nos cortó la luz, a los 20 minutos de obra y dije ¡qué loco! Ahí tomé aún más dimensión de lo que es la comedia musical. Hay un juego del artificio -en el buen sentido de la palabra-. Se sostiene mucho a partir de lo espectacular, el sonido, la música en vivo. Depende mucho de la luz, de la energía eléctrica. De otra manera, es imposible seguir. Pensaba que, en La fiera, cantaba sin micrófono y con la música en vivo. Si se cortaba la luz se podía seguir. Era poder hacerlo incluso en una plaza. Cuando se arma un gran show, con luces estroboscopias, plataformas que suben y bajan como en Yiya, sin luz no se puede.

¿Se está filmando la película de Yiya?

Lo único que escuché es que el hijo estaría filmando un documental. Creo que es sobre su vida, para juntar plata y filmar después la película en la que él haría de su padre.

Hablemos de tu trabajo en Yiya, el musical

La obra es Karina K. El elenco está buenísimo pero Karina es impresionante. Yiya es Karina. Es una capo cómica, muy Tita Merello. La idea es que es una revista y ella es como la que remata todo. Para mí está buenísima la experiencia. Aprendo y el verla a Karina también. Es muy grosa Karina. Tiene un laburo del cuerpo con gran precisión. Se nota que hace años que hace esto. Hay que tener mucha concentración porque es cantar, bailar, actuar, el ritmo… Son un montón de micro-pensamientos al instante en la comedia musical. Siento que, cuando uno actúa en las obras de teatro, hay algo más del vértigo de no saber bien por dónde se va a ir. Pero en la comedia musical hay una velocidad, un ritmo, una posición y una música que te van corriendo el tiempo. Tenes que ser una maquinita, pero bien. Es a otra velocidad. Todo es mucha más atención y en ese punto, es un entrenamiento que está buenísimo. En mi caso, que soy muy visceral y doy todo, me vino bien estar en Yiya. Por ejemplo, tengo un micrófono y soy la única que acoplo porque hablo muy fuerte. Entonces me joden. “Tenés mucha sensibilidad” me dicen pero es que uno está acostumbrado a otra cosa. En eso siento que suma muchísimo, en todos los sentidos. Después el elenco, como laburar con Patricio Contreras a quien admiro y adoro. Uno tiene esa cosa de cantar y siento que Pato se dio ese permiso. Es conmovedor ver eso en un actor con tantos años de trayectoria, que encuentra un nuevo desafío. Cuando se labura tanto es difícil encontrar desafíos, algo que te conmueva.

Me gusta pensar la actuación como un acto de fe. Uno tiene que tener fe a la hora de salir al escenario, en eso que está haciendo. Vas sumando material y back up asi como conociendo gente y elegís con quien laburar y con quien no. Uno está avisado y se pone como después de muchas rupturas de pareja. Ya se sabe. Esto si, esto no. Uno va viendo donde quiere poner su fe.

¿Cómo encontrás el equilibrio entre el proyecto que te proponen y tu búsqueda personal?

Creo que es la impronta que uno le pone. En Paraná Porá el personaje que hacía lo había hecho antes Valeria Lois. Hacía otra cosa y el personaje por escrito era lo mismo. Pasa lo mismo en las Delmiras de No daré hijos,… Hago la Delmira en la parte del realismo pero antes somos tres y bastante diferentes entre nosotras. Siento que tengo una naturaleza pero también la elijo. Por ahí me domo la fiera que hay en mí como en Yiya, o en la tele.

En el verano hice mi primer protagónico en un largometraje. Se estrenó en Corea y ganó un premio. Se llama Los decentes. La historia es tremenda. Me encanta la historia y en Corea hicieron merchandising de mi. ¡No lo podía creer! Es una mucama que no se sabe de donde viene. Llega a una consultora y comienza a trabajar cama adentro en el country. En la casa de una mujer con mucha plata que vive con su hijo. Mi personaje casi no habla en toda la película. Tengo muy poco texto. Medio que no entendes para qué vive. En un momento descubre, bordeando el country, que hay un club nudista y se empieza a liberar, al final se arma una revolución. La película pone en juego a las clases sociales. Hay desnudos obviamente, pero el tema que toca es quiénes son los decentes. ¿Los del country que tienen plata? Expone a los vínculos que se construyen así como a la gente que se deja ser libre. Que deja su vida en la puerta del club y se abre a jugar a ser lo que realmente es. La película fue dirigida por el director austríaco Lukas Valenta Rinner. Se filmó en diciembre, enero y los primeros días de febrero. El elenco cuenta con la participación de Pablo Seijo, Martin Shanly, Mariano Sayavedra y Andrea Strenitz. Recuerdo haber pensado, cuando fui a hacer el casting, “tengo que ir modo clonazepam, para bajar las revoluciones”.

En teatro me gusta vibrar una energía que no se puede en la tele ni en el cine porque no lo permite el formato. El año pasado hice Un gesto común con dirección de Maruja Bustamante. Ella me conoce bien y me dijo que está bueno como para probar otro color. Hay algo que me agrada de eso. Me gustan los personajes con transformaciones importantes. Que le pasen cosas y si le pasan muchas, mejor.

Contános algo de tu trabajo en la película “Topos”

Ahí hago de pareja de Osqui Guzmán. Fue hace un montón de tiempo y estuvo buenísimo. Emiliano Romero tiene una búsqueda personal y específica. Me interesa cuando aparecen directores como él, porque hace cosas muy disímiles. Ahora está dirigiendo Sucede como un espectáculo interdisciplinario con poesía, canciones y performance. Tiene un humor que va mutando como si fueran sketchs pero es otra cosa. Es muy particular.

¿Vas a hacer tele proximamente?

Tuve dos casting para TV y nada que ver con lo que venía haciendo. Eso me alegra porque hace que uno pueda probar cosas distintas, lo cual es muy difícil en la tele. Una cosa era un delirio, un descontrol, obviamente en lo que quisiera quedar. Fui relookeada y me dieron ganas de actuar. A los cincos días me llaman para castear para una serie, un tema que a mi me interesa como el de trata de personas, con una actuación más lavada.

¿El proyecto trabaja sobre la trata de personas?

Si. También estoy en otro proyecto con Emiliano Romero. Estamos armando una serie con un equipo que está buenísimo. Es medio en clave de comic. Una suerte de Kill Bill, una vengadora por causa personal pero, a su vez, nacional. Estuvimos investigando y juntándonos mucho con Margarita, de Madre Victimas de Trata, y nos pasábamos datos. Por ejemplo, hace poco detuvieron a un pastor en Mar del Plata que reclutaba personas con la excusa de la iglesia y se le descubrió que, junto con su mujer y un par más, tenían 25 personas trabajando. La idea es que cada capítulo está basado en un hecho verídico y para eso tenemos mucha información.

¿Cómo fue el contacto para llegar a esa información?

Se fueron dando cosas de mucha casualidad. Filmé en febrero la película y una de las extras estaba ayudando a esta madre víctima de la trata, con la Asociación que recién se había armado. Esta madre es una super héroe urbana. Le desaparecieron la hija en los 90′. Sabía donde estaba y la iban cambiando de lugar. La entrevistamos varias veces y hablamos también con otras madres. Me quedó grabado lo que nos dicían: “cuando uno pierde una hija por la trata, perdés tu trabajo y es lo primero que necesitas para darle comida para tus hijos -si tenes-, porque lo único que haces es salir a buscar a tu hija todos los días. Lo otro es que empezás a hacer política”. Esas fueron como las dos cosas más contundentes. Empezás a tocar todas las puertas: la policía, el juzgado de menores,… Entonces haces política. Nos contaron de todo, muy duro. Me llamó mucho la atención aunque hice La fiera, la leyenda de la mujer tigre.

¿Cómo se sigue el camino de tu trabajo?

Ahora estoy en un proyecto con Maruja. Le dije que no a registrarlo en nombre de las dos pero si que aparezca que la idea es mía, ya que yo no escribo. Los personajes son los que yo quiero actuar y contar. Así que ahora estoy armando eso y lo de la serie. Después estoy con otras cosas, pero bueno, eso es lo que un poco a mi moviliza, como hablar de la trata, de la violencia, del abuso.

¡Cómo son las vueltas de la vida que Mané Pérez, la actriz que está haciendo La fiera en Uruguay, hace el personaje de la mucama de No daré hijos,… ¡Es chico este mundo!

¿Cómo ves el campo teatral hoy? ¿Qué podés decirnos sobre nuestra actualidad?

Está muy complicado. Por ejemplo, Silvio Lang y el grupo de danza van a realizar como un Congreso de política y arte. Yo creo que en la crisis es cuando más se caldea el buen teatro. Como que el teatro se estaba medio aplanando, se estaba poniendo un poco más panqueque y digestivo. Eso es lo que yo rescato, en esta situación de emergencia, en la que no hay casi plata ni gente que pague las entradas. O sea, todo te cuesta más. Uno de verdad decide que hacer y como denunciar, como activar para que el espectador piense sobre todo lo que está pasando. Entonces, me parece que en ese punto ganamos todos dentro de la crisis. Siento que todo se va a poner más revulsivo y revolucionario. Después me parece terrible que empiecen a pasar cosas, como a jugar con las listas negras o a señalar. Como hizo Lopérfido, antes de su renuncia, con [Luis] Machín, Rita Cortese. Gente que uno conoce y sabes como trabaja, que no son millonarios. Entonces vos decís: “no puede ser que una persona porque es ministro y tiene ese poder malverse la información, que esté diciendo mentiras, falacias. El actor es un ser político, de otro modo no haría lo que hace. Lopérfido fue un supuesto trabajador de la Cultura y se ocupaba teoricamente de promover la Cultura, entonces cómo puede decir esas cosas. Espero que de esta crisis el teatro salga fortalecido.

La entrevista se termina, entre tazas de café y risas por la alegría del tiempo compartido. Un buen momento para reunirnos hablar de lo que amamos y es nuestra pasión: el Teatro.

* No daré hijos, daré versos de Marianella Morena, en Timbre 4.

* Yiya, el musical de Osvaldo Bazán, en Teatro El Nacional.

Un teatro de resistencia y perduración

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El teatro y la resistencia durante los años de la

Dictadura cívica- militar

El teatro Payró y la experiencia de Teatro Abierto 81

El TIT un caso singular

Una estructura que perdura

…Porque el teatro no puede vivir como la literatura, la pintura o la escultura, de la comprensión de los que nacerán dentro de cien años (Peter Brook)

 

María de los Ángeles Sanz

Cuando se piensa en el arte enfrentado a un poder autoritario, siempre se habla de la censura que se ejerció sobre cada una de las disciplinas, la pregunta que uno se hace a menudo, es que si bien todos coincidimos en que el arte no puede modificar el transcurso de la historia, aunque es el emergente, la voz de un contexto que necesita expresarse; no podemos dudar de su poder de resistencia cuando, como en una paradoja, vemos que lo que se supone sin fuerza para modificar el entorno, es perseguido sistemáticamente. La última dictadura cívico – militar, entre 1976 /1983, ejerció sobre todos los medios de comunicación un estricto control: canales y radios intervenidos, el cine controlado bajo una férrea censura, el material gráfico, diarios y revistas, corrieron la misma suerte, libros que fueron quemados en piras, a lo largo y ancho del país1. ¿Qué pasó entonces con el teatro? ¿Cuál fue el grado de censura que sufrió? Y lo más interesante como ejerció una resistencia necesaria para ofrecerle al espectador un espacio de libertad, donde ver y escuchar aquello que no podía ser dicho, aquello a lo que no se le podía poner el cuerpo. Abarcar lo que sucedía en el ámbito teatral en cada uno de sus circuitos: el oficial, el profesional, y el teatro independiente, es una tarea que no puede ser abarcada en esta exposición, por lo tanto, voy a realizar una selección de mi objeto de análisis tomando dos momentos de la situación teatral: el trabajo del grupo Payró durante los años 76/81 y la creación de un movimiento no sólo de resistencia sino altamente contestatario como Teatro Abierto 81. La resistencia del teatro independiente, como el Payró constituye el antecedente para que la respuesta dada por los integrantes de Teatro Abierto fuera posible. Necesitamos antes hacer un poco de historia. Desde la aparición de la Triple A2, muchos actores tanto de cine como de teatro, ya que era frecuente encontrarlos en ambos circuitos, tuvieron que exiliarse ante las amenazas y la realidad de ver sus nombres en las numerosas listas negras. Teatros incendiados, como el Estrellas o el Argentino de La Plata, fueron como un cerco que se cerraba sobre los teatristas que veían sus vidas en peligro. Sin embargo, el teatro hacía ya tiempo que había dejado de ser una mass- media, por lo tanto, tuvieron algunos intersticios donde poder seguir ejerciendo una labor perseguida. La dramaturgia de esos años utilizó como procedimientos necesarios para su poética la metáfora política, luego de las experiencias sufridas por autores como Roma Mahieu ante el estreno de Juegos a la hora de la siesta (1976) o de Eduardo Pavlovsky con el estreno de Telarañas (1977) audacias que les costaron el exilio. Otros grandes exiliados de aquellos años fueron Juan Carlos Gené, que pasaría más de diez años en Venezuela, y fundaría un grupo de teatro, Grupo Actoral 80 y Arístides Vargas que de Mendoza partiría hacia Perú, para luego dirigirse a Ecuador donde también daría inicio a un grupo teatral que permanece bajo su dirección hasta hoy, La Malayerba. A pesar de la búsqueda de un lenguaje que no abordara la temática de forma directa, la puesta de La nona (1977) de Roberto Cossa, no pudo evitar sufrir atentados en sus puestas. En dictadura, entonces, la temática abordada se metaforizó en la escritura dramática y giró hacia la intimidad de la pareja como Segundo tiempo (1976) de Ricardo Halac, Una pareja, cositas tuyas, cositas mías (1976) de Eduardo Rovner;  sobre la familia disfuncional y la violencia como Familia se vende (1977) de Eduardo Griffero o Visita (1977) de Ricardo Monti, textualidad trabajada desde la perspectiva del absurdo. Estas puestas tuvieron lugar en el espacio del teatro Payró, salvo Marathon (1980)  de Ricardo Monti que tuvo que llevarse adelante en los teatros de San Telmo3, por el Equipo de Teatro Payró, el grupo desde su creación a mediados de los cincuenta atravesó diferentes gobiernos de facto, y durante todo el tiempo que duró la última dictadura fue un lugar de posibilidad para algunos de los autores que persistieron en su trabajo a pesar de un contexto que no ofrecía garantías no sólo para el teatro sino para la vida misma. Durante el período que estamos presentando también existían grupos de teatro con fuertes contactos en lo político clandestino y que veían en el teatro una posibilidad de herramienta para la causa libertaria; El TIT, taller de investigaciones teatrales, que luego dio lugar al TIM, (musicales) y al TIC (cine); uno de sus integrantes declaraba:

No éramos gente de teatro eramos jóvenes de acción. Contestarlos  y revolucionarios más allá de la política. Para nosotros, el arte revolucionario era mucho más que la actitud revolucionaria en la política, pues abarcaba también toda una forma de pensar (…) a pesar de que eramos militantes y trokistas, el teatro nos permitió vivir intensamente. Amar y vivir de forma libertaria en un grupo grande. Era otro modo de hacer las cosas, algo que no aceptaban los militantes más tradicionales y de mayor edad. Vivíamos en el filo de la navaja (…) el teatro nos confirió una actitud de autoconservación muy sabia (…) el teatro nos aportaba esa periferia que se aprende en la militancia ortodoxa la forma de infiltrase en ella para conseguir militantes. A medida de que decaían los partidos crecíamos en la clandestinidad. (Ricardo Chiarri, 51)

Su composición de grupo era heterogénea, de diferentes barrios porteños, de extracción obrera y de clase media. Algunos habían militado en la escuela secundaria y en su barrio. Buscaban una forma diferente de vida, y el teatro que impulsa la creación colectiva les daba una herramienta para sobrevivir a la represión de la dictadura. La formación del TIT se produce cuando un grupo de jóvenes se reúne con Juan Uviedo, de la provincia de Santa Fe, que ya tenía experiencia con el teatro experimental dentro y fuera de la Argentina, hasta que este debe exiliarse al Brasil en 1978.  El grupo estaba formado por 100 integrantes de forma permanente y otros 150 que circulaban de forma fluctuante.  A la partida de Uviedo, se divide en tres subgrupos o talleres: el primero a cargo de Marta Gali, o Marta Cocco; que trabajaba sobre Meyerhold y Lautréamont. El segundo bajo la dirección de Rubén Santillán, el gallego,  que se centraba en el estudio y la investigación sobre Jean Genet, Artaud y el teatro de la crueldad. El tercero, fue dirigido por Ricardo Chiarri, o Ricardo D’Apice, que se orientaba hacia la poética de Ionesco y el teatro del absurdo. Como grupo artístico se oponían al teatro realista, documental o panfletario, y buscaban en el surrealismo, una poética revolucionaria, sin embargo, declaraban:                     

(…) ignorar tanto los desarrollos sesentistas de la articulación entre el arte y la política en el medio local, cuya memoria había sido obliterada por la dictadura militar, como las aportaciones del surrealismo desarrollado en Argentina en las décadas anteriores, por ejemplo la producción editorial, poética ensayística y crítica de Aldo Pellegrini, por mencionar el antecedente más inmediato y visible del surrealismo argentino. (56)

Llevaban a la práctica acciones públicas e incluso callejeras muy arriesgadas en medio de un duro contexto de represión; buscando crear espacios de libertad, territorios de impulsos vitales y espirituales, que se les negaban sobre todo a los jóvenes,  en medio del horror y la clausura del espacio público4. También tenían intervenciones en salas que alquilaban para sus trabajos. En 1980, en el Teatro del Picadero, Carlos Cthulhu presentó como integrante del TIT, La cámara, provocación y dirección de Raúl Zolezzi. El 25 de marzo de 1981 se iba a realizar allí la obra Lágrimas fúnebres, pompas de sangre, basada en la obra de Jean Genet Pompas fúnebres, montada también por el Taller de Investigaciones Teatrales (TIT) y el Taller de Investigaciones Musicales (TIM) A la hora del estreno, el dueño del teatro, Mónaco, decidió prohibirla. Es que era un hecho teatral-político que cuestionaba claramente, transponiendo los personajes de la obra de por sí transgresora, a la dictadura en su quinto aniversario. El pasaje había sido cubierto por coronas mortuorias hasta la entrada misma del teatro mientras sonaba música electroacústica. Las columnas y paredes del pasaje se llenaron de autoadhesivos que decían “Aquí cayó un joven…”. En un volante se decía:

Nuestra tarea es aún más alta que recordar la historia, nuestra obligación es hacer sentir todo el peso de esta realidad abrumadora bajo la forma de signos nuevos y aún más, debemos adelantarnos a ella, debemos engendrar el futuro. Y si como artistas no podemos hacerlo directamente, sí lo haremos a través de la sensibilidad de las personas. No seremos artífices de la transformación de la realidad, pero sí seremos los primeros en anunciarla. Somos artistas que buscamos la ruptura de las convenciones, por lo tanto revolucionarios en el arte, y como tales, no podemos separar la palabra revolución de movimiento, y así no podemos tener una visión pesimista del futuro de la humanidad…   

 

 A partir de 1982, el Partido ya devenido Movimiento al socialismo, tras la derrota de Malvinas, presenta para estos grupos una contradicción: la doble pertenencia entre la militancia política y la artística que hasta la posible llegada de la democracia parecía una actividad unívoca, comienza a generar conflictos y luego algunos siguen en el camino sólo político y otros en el camino que el arte les ofrecía. El grupo entonces se disolvió ante la disyuntiva, cuando se priorizó la militancia partidaria en 1982.

Desde la UBA, existió también un teatro de resistencia en la agrupación TUBA, un teatro oficial de repertorio dirigido por Ariel Quiroga:

Nosotros, desde el TUBA, no pretendíamos que la Dirección de Cultura fuese de determinada manera, pero la Dirección de Cultura sí pretendía que el elenco de teatro que “dependía” de ella, fuese y obrase a “su” manera. ¿Su manera cuál era? Me gustaría que algún analista sociopolítico de la época que transcurre entre 1974 y 1983 en la Universidad de Buenos Aires, se dedique a investigarlo y sacar luego las conclusiones del caso. Montamos “Una tragedia florentina” de Oscar Wilde, como cierre de la temporada 1981, con un vestuario que daba la impresión de ser fastuoso (era liencillo teñido al frío y pana sintética comprada en el Once), y para cuyo diseño nos habíamos inspirado en los frescos de Piero della Francesca. (…)Quise rescatar ese texto doloroso y apasionado, porque Wilde hace en él agudas reflexiones sobre el sentimiento amoroso y el legítimo derecho del que ama y no es correspondido, a dirimir ese derecho con la alternativa de la muerte. Otro golpe para la gente de la Dirección de Cultura de la UBA. Era como que nos empecinábamos en hacer autores que a ellos les disgustaban. No era así la cosa. Es que siempre que los que quieren pensar y elegir en libertad choquen con los que pretenden que nadie piense ni elija con libertad va a generarse una zona de conflicto.

(Ariel Quiroga  http://arielquirogatuba.blogspot.com.ar/2010_03_01_archive.html)

 

Simultáneamente con el movimiento de resistencia más recordado de aquellos años, el TUBA desde un espacio acotado supo producir un teatro que hablara de los acontecimientos que se sucedían y expresar el descontento que la fuerza de la represión mantenía en la clandestinidadEs por eso, que las textualidades que llegaron a formar parte de un movimiento con continuidad, fueron ante la persistente tarea de invisibilización de sus trabajos, quienes produjeron como respuesta el evento que marcaría una época en el campo cultural teatral argentino, aunque comenzara en Buenos Aires, y sucediera en el Teatro El Picadero. Siguiendo con el relato de línea histórica,  en 1979 aprobaron un plan de estudios para la carrera de Actor Nacional, la Dirección Nacional de Enseñanza Artística y la Dirección Nacional de Investigación, Experimentación y Perfeccionamiento docente, ambas dependientes del Ministerio de Educación de la Nación, en el cual excluían las asignaturas de Teatro Argentino y de Historia Argentina, pero sin haber consultado a ninguno de los integrantes de los diferentes claustros de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Dicha medida fue fundamentada bajo la afirmación de que no existían dramaturgos argentinos contemporáneos.  Este plan de estudios duró hasta el año 1981. Por otra parte, en una entrevista radial al director del teatro San Martín, Kive Staiff, cuando se le preguntó sobre cuál era el motivo de que en la programación del teatro no hubiese más autores argentinos contemporáneos, la respuesta fue parecida: “no había”.  Ante esta situación, los autores sintieron que era tiempo de oponerse a la negación de que eran sujetos, y hacia fines de 1980, se reunieron ante la propuesta de crear un grupo de teatro con autores, directores, escenógrafos, vestuaristas técnicos y actores para demostrar que sí existían dramaturgos argentinos. Estos autores eran dramaturgos consagrados como Osvaldo Dragún, Tito Cossa, Ricardo Halac, Roberto Perinelli, y Carlos Gorostiza, entre otros. La idea se desarrolló y fue cobrando forma en manos del dramaturgo Osvaldo Dragún, quien lanzó la idea de  convocar a veintiún autores y veintiún directores y así conformar veintiún espectáculos de la muestra que acentúen la crítica y una marcada oposición  al contexto autoritario.

 El objetivo era realizar tres obras breves por día, formar un espectáculo y repetirlo durante ocho semanas.  La idea era demostrar la existencia de dramaturgos argentinos. Para ello los 21 autores y los 21 directores se presentaban cada uno con su obra. Los actores serían convocados de acuerdo al nivel del personaje, a la necesidad de cada espectáculo: “Algunos estaban en listas negras o habían sufrido atentados y amenazas” (Consentino, 2006,13) Casi doscientas personas entre autores, actores, directores, plásticos y técnicos participaron del primer ciclo. Los espectáculos se realizaban a las 18hs, por dos razones que involucraban a creadores y a destinatarios;  para facilitar la participación de aquellos actores que deseaban estar presente en este movimiento cultural pero que trabajaban en horarios centrales, es decir entre las 20 y 21 hs y para posibilitar el acceso a aquellos que podían ir al teatro luego de su trabajo sin tener que volver a la noche al centro.

Los requisitos que debían cumplir las obras para integrar Teatro Abierto 1981 eran sencillos y puntuales. El teatro debía tener una función social, por lo tanto, las piezas contarían con un mensaje en forma directa o indirectamente. Las obras debían ser cortas, en lo posible no más de media hora, pocos actos y pocos cambios escénicos, número limitado de personajes y referirse a la realidad nacional, sin restricciones de tipo ideológico o estético. Se había implementado un sistema de bonos que se vendieron en su totalidad antes del comienzo del evento que comenzó el 28 de julio de ese año, que marcaba el éxito de la empresa y la necesidad del eventual espectador de tomar parte de la realización de la propuesta. Pero, una semana más tarde, un atentado que luego se supo estuvo a cargo de un grupo de tareas de la Marina, produjo el incendio del teatro; el desconcierto primero cedió al espíritu de resistencia y aunar fuerzas allí donde parecía que el evento realizado no había sido de interés. Todo el campo, desde la plástica a la literatura se congregó para auxiliar a los integrantes del movimiento, y promover que el mismo continuara. Cuadros cedidos para ser rematados y reunir recursos que aliviaran la falta de los materiales perdidos, y la voz de Jorge Luis Borges repudiando el hecho, fueron algunos de los sucedidos. Por otra parte, el campo cultural teatral ofreció al grupo una lista de nuevas salas donde llevar a cabo las puestas; finalmente se eligió El Tabarís, un teatro dedicado a la revista porteña, de una capacidad superior al Picadero, y por otra parte situado en plena calle Corrientes. De allí en más lo que comenzó como un hecho artístico de afirmación de identidad de los dramaturgos, se convirtió ante la torpeza de los que provocaron el incendio en un acontecimiento político de envergadura cuyas consecuencias trascendieron el espacio teatral, atravesaron otras disciplinas, otras provincias, y otros países. Ese año todo terminó en una fiesta colectiva, de protagonistas del hecho teatral y de espectadores que comulgaban en el común deseo de expresar lo que no podía ser expresado en otros medios. La guerra de Malvinas, cambiaría la fisonomía del Teatro Abierto que se llevaría adelante al año siguiente, 1982, además que ante el aluvión de participantes se decidió realizar un concurso de obras, para elegir por supuesto sólo algunas de ellas; la poética que más se desarrollaba era la realista, en un claro uso de la metáfora política, pero sin poder dar cuenta de la nueva realidad, la guerra, que el país todo estaba viviendo. Dos teatros albergaron en esta ocasión los trabajos; El Margarita Xirgu, y el Odeón, dividiendo también el público que tenía entonces más opciones para elegir. A pesar de las dificultades, los hacedores de Teatro Abierto programaron una nueva emisión para el año 1983: año del retorno a la democracia, de la realización del Siluetazo, un año de dolor por la guerra vivida y de euforia por la llegada de una nueva instancia en las urnas; la asunción de Raúl Alfonsín en diciembre de ese año marcaría una nueva situación para el país y para el panorama teatral. En una entrevista a Tito Cossa por Laura Litvin, para el matutino Tiempo argentino de octubre de este año, el autor declara sobre la última función de Teatro Abierto 83:

Creo que ese fue el último día de Teatro Abierto, en el año 1983. Fue un día antes de que asumiera  Raúl Alfonsín. Terminó la función y salimos a la calle a festejar la democracia en un clima de gran alegría y optimismo. Hicimos una marcha por la calle Corrientes, se sumaron otros actores que desplegaron sus oficios. Había murga, había música. Recuperamos la calle, se hizo presente la libertad, nos podíamos reír. Fue nuestra manera de decir que se había acabado la pesadilla. (Cossa, 2013, 19)

Para los integrantes históricos del movimiento este terminaría con la llegada de la democracia, porque ya no existiría el oponente que había dado lugar a su concreción. De hecho, en 1984 y a pesar de arduas deliberaciones con Osvaldo Dragún, no hubo Teatro abierto. Sin embargo, un año después y con una conformación parecida y diferente, saliendo de los espacios conocidos y recorriendo con los grupos distintos barrios, se llevó adelante el Teatrazo, que para sus realizadores, entre ellos, el actor Manuel Callau, es continuidad del anterior. La polémica sigue aún hoy cuando se toca el tema. Sí podemos afirmar, que una continuidad de aquel proyecto es sin dudas Teatro x la identidad, ya que ofrece casi la misma estructura, y una propuesta concreta que es: la recuperación de los nietos desaparecidos. Por otra parte, el teatro ha adoptado en algunos grupos la estructura de piezas cortas, tres o cuatro en una sola puesta, que trabajan temáticas específicas como las presentadas por el grupo Aconcagua (2014), que tiene dos trabajos uno sobre la década del ’90 y otro sobre la del ’50, conformados por cuatro pequeñas obras, con dramaturgos diferentes, directores para cada una de las dramaturgias, como así también sus elencos. De la misma forma, Rosario Albornoz en su Espacio Zafra, presentó el año pasado dos ciclos Trígono (2013) que reproducen de alguna manera, si bien no en la temática si en la forma la estructura que Teatro Abierto inauguró en los ’80; al igual que la propuesta que se llevó adelante en  ElefanteClub de Teatro con la puesta de Pozos (2013)

 

Epílogo feliz sobre El Picadero

El teatro incendiado en 1981, pertenecía a Alberto Mónaco y  Guadalupe Noble5, la hija del director del diario Clarín, luego del siniestro permaneció cerrado durante veinte años hasta que Hugo Midón se hizo cargo del mismo y se recuperó por un corto tiempo, para luego cerrarse nuevamente. Es desde que Sebastián Bultrach, tomó el teatro en sus manos que definitivamente volvió a funcionar con regularidad, y está en las mejores condiciones. Con una programación heterogénea y cuidada, nacional e internacional que lo hacen una opción interesante para el espectador habitué de teatro en Buenos Aires.  Un espacio ganado al terror, que resurge con toda la fuerza que el teatro tiene en resistir todos los avatares.

 

 

 

 

Bibliografía:

Dosio, Celia, 2003. El Payró. Cincuenta años de teatro independiente. Buenos Aires: Emecé.

Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina. Madrid, España, (2013) Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Quiroga, Ariel, 2010. “Lo ‘amoral’ de la libertad en oposición a lo inmoral de la represión en http://arielquirogatuba.blogspot.com.ar/2010_03_01_archive.html

 

Hemeroteca:

Cosentino, Olga.  “Una epopeya de coraje y belleza”, en Clarín, Buenos Aires, 22 de julio de 2006, espectáculos, p.13

 

 Liszt, Gabriela. “La verdadera historia del Teatro Picadero” mayo 2012, IPS blog de Debate.

Vera Calderón, Rodolfo, 2012. “Guadalupe Noble: ser hija de Roberto Noble es un orgullo para mí”, para ¡Hola! Argentina, sección: Entrevistas. 16/12.



1 En 1976, el general Luciano B. Menéndez ordenó una quema colectiva de libros.  Entre ellos incluían obras de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Antoine de Saint- Exupéry,  Eduardo Galeano, entre otros.  Esta quema incluyó el libro Ganarse la muerte de Griselda Gambaro, dramaturga que luego se sumaría al movimiento de Teatro Abierto ’81.

2 La Triple A fue creada por el ministro de Bienestar Social José López Rega. Esta organización ilegal, tuvo como objetivo secuestrar, torturar y a asesinar a sindicalistas, intelectuales y dirigentes que simpatizaban con la izquierda.  Su accionar también llegó a  numerosas personalidades del medio artístico y cultural, muchas de las cuales se vieron obligadas a abandonar el país: “En la segunda mitad de 1974 la Triple A asesinó a unos setenta de sus adversarios, la mayoría destacados intelectuales y abogados de izquierda a un ritmo de cincuenta por semana”.

3 (…) los fantasmas del posible desalojo no dan tregua al Payró. En 1980, Ferrocarriles Argentinos anuncia su intención de vender las Galerías Pacífico. Por este motivo, solicita al teatro que abandone el local, a más tardar, a los treinta días de llevada a cabo la licitación. La cooperativa debe buscar otro lugar donde funcionar aunque sea de manera provisoria. (…) El 13 de junio de 1980, se estrena Marathon en los teatros San Telmo.

4 La mañana del 24 de junio de 1982, varios integrantes del Grupo de Arte Experimental Cucaño se infiltraron en una misa oficiada en una conocida iglesia de Rosario frecuentada por militares y oligarcas. Durante el culto empezaron a oficiar una “contramisa” inspirada en los Cantos de Maldoror, de Lautréamont, con el fin de criticar uno de los símbolos más venerados por la dictadura argentina y sus defensores: la iglesia.

5 Separada del folclorista Enrique Llopis (59) y madre de Sara (19), con tan sólo 23 años fundó el Teatro del Picadero, donde se llevó adelante el primer Teatro Abierto de Argentina. En 1984, creó el diario El País de Córdoba y en 2001 incursionó en el mundo de la televisión. Lupita, como le dicen sus íntimos, es una mujer incansable que también escribió dos libros de poesía, una biografía sobre su padre y produjo varias obras teatrales. Una gestora cultural cuyo linaje la convierte en un referente obligado de la difusión del cuidado del patrimonio nacional argentino. (Vera Calderón, 2012)