Nara Mansur a propósito de Charlotte Corday. Poema dramático con música
“Me gustaba pensar que escribía materiales para la escena…”
Azucena Ester Joffe
Charlotte Corday es una propuesta escénica diferente, extraña, que atrapa al espectador en su mixtura artesanal. Poéticamente inteligente, sólo se puede completar con un espectador activo que ingrese en la ficción sin establecer categorías. En Marzo, nuevamente en el C. C. de la Cooperación, se realizarán dos funciones: sábado 3 a las 21 hs y el sábado 17 a las 23:30 hs.
En una tarde calurosa de Diciembre, Nara Mansur conversó amablemente con LunaTeatral sobre la obra que nos ocupa y otros aspectos de la actividad teatral.
¿Cómo surge Charlotte Corday. Poema dramático con música?
El texto publicado por el CELCIT, fue escrito en el 2003 y tiene 3 partes: “El documento”, “El poema dramático” y “El cancionero”. Ahora convertimos esa primera parte en el programa de mano como si fuera un diario –Journal de París– con la fecha del día de la función. Para que sea parte de la obra con un acercamiento hacia la verdad histórica, distinta a la del poema. Con una estructura de un documento histórico pero donde la verdad es inatrapable. Es como otro delirio. Pretende ser histórico y, a su vez, se siente como traicionado por ese registro. La segunda parte está planteada con una estructura en verso.
Por otro lado, nunca había dirigido ni actuado esta obra. Sí, tuvo muchos montaje en Cuba. Los últimos fueron: Charlotte Corday o el animal que dirigió Martha Luisa Hernández, fue una creación conjunta. En el 2016 y con la dirección del crítico teatral Jaime Gómez Triana, se presentó Opinión critica en escena. Algo interesante. Él no se sentía director sino que estaba opinando sobre el texto. También estuvimos trabajando con Broselianda Hernández pero no llegó a estrenarse aquel proyecto. Luego ella compartió ese material en la XII Bienal de La Habana 2015, donde se realizó toda una experiencia de mujeres y en esa exposición colectiva participó como actriz con parte del texto, Charlotte y yo. Se desarrolló en el circuito de las Artes visuales y sólo fue un día con la presencia de la actriz donde realizaba determinadas acciones.
¿Qué te motivó a tomar la decisión de dirigir y actuar?
Es un texto que ha sido muy estudiado en Cuba, incluso hay una tesis de maestría lingüística de Jamila Medina, poeta cubana, que estudia todo lo que el poema propone como de idiolecto de la revolución. Siempre tuve muchas ganas de hacerlo porque es un texto que tiene doble pata. No se sabe muy bien si pertenece a la poesía o al teatro. La gente de teatro dice que “no es teatro” y la gente de poesía dice “se ve que eres actriz”.
Este año [2017] presenté la obra dos veces en el C. C. de la Cooperación: en “Agosto poético”, como parte del IX Festival Latinoamericano de Poesía y, luego, en Noviembre. En la primera oportunidad, para presentar mi libro, se me ocurrió hacerlo con músicos. Entonces, quise hacer con la palabra un especie de delirio. Impulsarla y retenerla, que el sentido no sea lo más importante. Realizamos esta presentación con cuatro o cinco poemas. Quedamos muy entusiasmados porque se armó algo, algo pasó ahí que no fue exactamente leer poemas. Vimos que había una especie de tejido intuido con lo que podíamos armar un montaje distinto que utilizamos en la segunda presentación.
¿Cómo sería ese “tejido intuido”?
Explorar lo sonoro, la musicalidad del texto. Me interesan mucho las vocalistas experimentales. Cantantes o actrices, como la portorriqueña Ivette Roman, quien realiza un trabajo de vocalización interesantísimo a partir de poemas.
Hacer que la palabra misma sea teatral. Cómo se coloca, cómo se desplaza, qué efectos produce. Y, a su vez, crear una dramaturgia junto con los músicos -Marian Dames y Guillermo Pablo Esborraz. De tal modo que la palabra y todo lo que es la trama escénica se vaya armando en conjunto. Hay cosas más pactadas, por ejemplo si un texto es tipo arenga buscamos una sonoridad distinta con respecto al texto más romántico. O cuando decimos acá percusión, aquí solo piano, etc. Fuimos explorando y sabiendo que cada función iba a ser distinta a otra. Pues depende de la sala, del público y de lo que los músicos estén proponiendo. Ir como viendo y asimilando el transcurrir, entender que es un armado efímero, improvisado, y que la palabra puede ir y volver. Nos gustaba mucho que el texto (el manuscrito) se quedara en escena. También jugar con ese estatuto de si es una lectura o es una puesta en escena.
Asimismo que la obra conservara esa especie de documento, como que el texto pertenece al mundo de la escena. No es que se aprendió y está oculto sino que cada uno está con su partitura. Nos gusta la visualidad del texto, que se maneje, que se toque. Además mí me da otra posibilidad en escena. Hay algo que siempre es “junto con el texto”. Por lo menos en esta primera etapa. Nunca se sabe cuanto durará un espectáculo pero es lo que nos interesa en este momento.
Es un obra que le permite al espectador transitarla desde distintas aristas, …
Sí, por ejemplo, en el C. C. de la Memoria H. Conti teníamos poco tiempo y no realizamos pequeños islotes musicales para construir una trama que fuera sólo musical. La obra avanza y aunque no está la palabra pasan cosas. Como espectador puedo imaginar: “estará llegando a la casa” o “qué será lo que está sucediendo” en este universo.
Vemos tanto teatro musical, tanto virtuosismo, y, a veces, es como que no pasa nada. En ocasiones hay una “dictadura” fuerte del autor/director. Como cuando uno dice “me encantó pero que sojuzgado vi al actor”. Escenas burguesas donde el intérprete tuvo que memorizar todo.
No quiero que el teatro sea sólo eso sino volver a la ceremonia, al ritual. También que tenga eso político que, en un momento, baja línea de forma directa y, en otro, es como un manicomio, como una especie de propuesta catártica.
Además, cuando Charlotte dice “ahora estamos todos de acuerdo” permite varias lecturas. Es la libertad del texto aunque fue escrito hace tiempo.
¿Por qué un poema dramático con música?
Hay toda una intención del que el texto suene distinto. Tampoco aburrir o que se vuelva muy redundante porque sería agotador. Vamos probando cómo usar la palabra, cuándo es más neutra o más desde la emoción, más personal, como confesional, y cuándo es más artificial, algo menos identificable, que sólo sea una voz en escena sonando con efectos.
No está todo decidido de ante mano. Tiene ese componente de la improvisación y de estar yo muy atenta a los músicos, de lo que ellos están proponiendo. De lo qué nos vamos dando en cada momento y qué nos devolvemos.
Se percibe un encastre sólido entre los tres interpretes
¡Qué bueno! Solo hicimos tres funciones. Ojalá tengamos la posibilidad de hacer más funciones aunque deberíamos adaptarnos a otros espacios. Por ejemplo, la escena del fagot fue nueva para el Conti porque teníamos mucha profundidad. Y fue otra sonoridad en sí misma, desde el instrumento musical, en determinada zona del texto. Podría interpretarse hasta como un arma, un cañón, como si pasara por una calle aledaña un centinela, un soldado. Vimos la posibilidad de incorporar eso tan desopilantemente inmenso, pero en la Osvaldo Pugliese no sería posible. Qué hermoso la manera en la cual, en un determinado momento, ese instrumento pertenece a la visualidad de la obra.
En la sala Pugliese se establece una relación diferente con el espectador…
Sí, en el Conti, la gente estaba agotada por los talleres, los seminarios, etc. Estaba como algo desvirtuado. Era difícil saber la identidad de lo que iba a pasar. En cambio, en la Pugliese hay algo muy fuerte de intimidad, de contacto.
Es un desafío también para nosotros decir “¿esto es transportable?”, y «¿puede habitar cualquier espacio?» Es la gran pregunta que nos hacemos.
Ante de la invitación de la XII Movida Teatral de las dos Orillas, en Noviembre, pensamos que debimos ir y ocupar ese espacio mostrando lo subversivo y el ajusticiamiento que propone la obra.
¿Hay alguna propuesta, en lo inmediato, para presentarla en otro sitio?
Creo que no podemos proponer temporada, porque los músicos tienen otros grupos. Es complicado. Me gustaría hacer funciones especiales o en el marco de un festival. Pienso que es un espectáculo que toca como varias teclas: lo político, la poesía, la performance, cuestiones de género, etc. Porque no parte de un lenguaje muy coloquial y está todo el tiempo peleándose entre lo narrativo y lo poético, lo metafórico y lo más literal.
Por ejemplo, el final de la obra, “El cancionero”, lo modificamos para el Conti. El montaje no está del todo armado. Al principio decíamos como cosas más cubanas que tienen que ver con la comida. Ahora estamos viendo si esa última parte quede más en silencio y sólo con Charlotte bailando en una especie de arenga, como arrollando. Porque ya se dijo tanto y, en todo caso, que sea una palabra que se va a decir y no se dice. Como esas frases que ella grita al final: “abre que voy”. Ésto es muy típico de los salseros cubanos, de los estribillos de las orquestas. Es una frase de ruptura, de apertura, como el “voy para arriba de ti”, “abre que voy, abre que voy para guillotina”. En el Conti hubo algo más corporal y de baile, como de “ripeate”, como “hincarse bailado” que es muy cubano.
¿Es ponerle el cuerpo?
Sí, es que desde el comienzo se maneja más en lo estático pero toda esa arenga, toda esa decepción, frustración, idas y venidas, se transforman en otra cosa. Porque en el texto qué pasa: ella va tres veces a la casa hasta que lo mata, eso es real y es como que vuelve a retomar, a empezar.
Comencé a probar diciendo el texto sola, a probar esta aventura sonora. Luego, con la música cambió mucho, porque me guía, me exige, me posiciona y, a la vez, puede ser un obstáculo. Al pianista le dije “eres como el conductor de la ceremonia”. Como en un café brechtiano, un café concert o un café alemán.
¿Cómo imaginas la obra en gira?
Me encantaría. Primero habría que ver cómo sigue funcionando y cómo la toma el público. Porque con Ignacio & Maria no se decía que era una obra cubana. Creo que el teatro acá es tan poderoso que lo que venga de donde venga no importa, ya es de acá. Nadie te pregunta. Me parece que es tan omnipotente el teatro en Buenos Aires que lo devora todo. Uno tiene siempre la duda de qué se verá de Cuba en la obra, aunque se la menciona mucho. Cómo se percibirá este montaje que es un armado entre una cubana y dos argentinos. Eso me da curiosidad. Además tendríamos que tratar de conseguir alguna clase de subsidio.
¿Por qué te da curiosidad?
Cuba es un país que tienen una carga muy fuerte, y como cubano vives en una enajenación muy grande de ser percibido como una postal turística. Somos un país super complejo y tenemos un millón de discusiones adentro nuestro.
Por ejemplo, toda la música que propone Ignacio & María pertenece al pop cubano de los 70. Son artistas completamente desconocidos aquí. Me encantaba porque era muy kitsch. Aunque mi generación se crió con la trova fui al rescate de todo aquello de cuando era niña. Como volviendo al cabaret, a La Habana por la noche, a los programas de TV de esa época.
En el montaje de Corina [Fiorillo] al incluir a Víctor Jara, toda una cosa política, la obra se convirtió en otra cosa. Estaba muy interesante el armado musical que se hizo incorporado a la palabra. Entonces, uno piensa ¡qué interesante! Porque ellos querían que la obra sonara a Cuba de otra manera. Era como una canción política latinoamericana, muy cercana a la causa de la Revolución cubana, y al ingresar a El Ópalo se escuchaba la música de Buena Vista Social Club. El tema del 2001 también fue otro aporte de Corina, no se habla en mi obra de la crisis, ella la politizó de otra manera y fue muy potente. Cómo leemos los textos y cómo los hacemos sonar también. En Charlotte Corday quizá no haya un cambio de principios, porque el texto es el mismo, pero en lo musical es diferente.
Retomando el tema de la actuación…
Estudié en el Instituto Superior de Arte de La Habana y el plan de estudio fue muy bueno Aunque elegí lo teórico, Teatrología, los dos primeros años eran comunes. Entonces teníamos actuación, expresión corporal, etc. Y esa experiencia formadora tuvo que ver con el taller de actuación. Después cuando presenté mi tesis de Licenciatura vuelvo a actuar con quien había sido mi profesor de actuación. Hice como una especie de crítica testimoniante que daba cuenta de todo el proceso de creación de ese grupo de estudiantes. Tuve un profesor maravilloso, en ese momento, el director salvadoreño Filánder Funes. En el 2004, viajé a la Argentina para estudiar dramaturgia con Kartun, Veronese y en El Baldío Teatro. Quedé alucinada con una de las experiencias que vi de Pompeyo Audivert, porque él trabaja con materiales que vienen de la poesía. Después, en el 2005, él va a Cuba invitado por la Casa de las Américas, y participé de su taller. Ya al regresar a la Argentina, en el 2007, fui directamente a su estudio. Formé parte del grupo que estrenó Museo Ezeiza. Me interesó ese tipo de interpretación con el lema de máquinas individuales y máquina colectiva. Creo que eso me incendió un poco. Además preparé con Pompeyo un libro pero quedó medio parado. Son experiencias muy formadoras.
¿Proyectos en lo mediato?
Tengo ganas de publicar poesía y algo de dramaturgia aquí. Lo que he publicó en Argentina es más de investigación. En Cuba publiqué un libro con cuatro obras teatrales, en el 2009, que fueron estrenadas y luego otro con una obra que escribí acá, en el 2016. Me gustaba pensar que escribía materiales para la escena, no tanto obras “bien hechas”. Porque el texto es tan inasible y, a la vez, tan proteico, como para que el espectador pueda trabajar. Qué es lo que uno busca cuando va al teatro. Crear y no que nos den todo servido.
¿Hay algo de lo cual te arrepientas o pienses que no deberías haberlo hecho?
Creo que no me arrepiento de nada o, tal vez, de los riesgos que no corrí. Me interesan varias cosas y también tiene que ver con momentos de la vida donde uno se siente más escritor o más investigador y desde ahí poder crear un mundo. Me parece que los tiempos de cada uno son diferentes, en aprendizajes, en necesidades. Por ejemplo, mi mamá falleció hace un año y es una experiencia muy fuerte, quizá sí tenga que ver con lo que estoy haciendo ahora.
En cuánto a tu formación académica…
Tuve un buen plan de estudio en Cuba y además fui una privilegiada al formarme en la Casa de las Américas. Conocer a tanta gente, viajar, etc. Pasaban muchas cosas interesantes y siempre había que estar como ávidos en incorporarlas. También en Cuba es fuerte la impronta latinoamericana. Estudiando Teatro Latinoamericano me tocó en el examen final Eduardo Pavlovsky y Psicodrama. Son programas de estudios muy actualizados. No sé si se da aquí con los artistas cubanos. Cuba, en ese sentido, es muy curiosa del afuera, quiere impregnarse del otro, contaminarse.
Somos un país tan chiquitito, como que nos sentimos débiles, y quizá se relaciona con que el otro nos complete. Aunque la realidad social y política en Cuba es tan importante, tan mítica. Me parece que aquí es al revés, tienen un teatro tan poderoso que no necesitan mucho del otro. Es tan vasto lo que ocurre acá que es muy difícil sentir esa curiosidad.
¿Cuál sería para vos la diferencia más notable entre el teatro cubano y el porteño?
En Cuba la estructura estatal sostiene casi toda la actividad cultural y no hay distinciones tan marcadas entre un teatro decididamente abocado a la investigación, a lo experimental, y otro más taquillero o comercial. Todavía me impresiona mucho el enorme y casi solitario esfuerzo de autogestión del teatro independiente aquí y de cómo no se puede desmarcar de cierto amateurismo. La palabra profesional es raramente usada, a algunos les resulta casi ofensiva y también es poco usual que el trabajo artístico, como cualquier otro, sea remunerado siempre. Estas dos posibilidades (ser un profesional y cobrar por tu trabajo) parecen estar más cerca del ámbito del teatro comercial y también de la mínima franja del teatro oficial o generado desde el Estado. Éstas serían algunas diferencias en cuanto a las formas de producción. Siento que el teatro en Cuba es decididamente político y subversivo (por suerte), siempre está generando estados de reflexión muy reconocibles del “cómo están las cosas”. Noto la escena porteña muy tomada por la parodia y por el diálogo y el estar con otros psiconalíticos (una escena diván). Nuestra escena es más tribuna, más acto cultural, más fiesta, con todos los dogmas y las anarquías que eso conlleva.
Interesante tu mirada…
Es incomparable la cantidad de obras que se producen en Buenos Aires en relación a La Habana. Tampoco el oficio de dramaturgo tiene la larga tradición argentina. Siento que no hay roles tan jerárquicos en nuestro teatro pero sí más compartimentados. Y los espectáculos más renovadores y que han significado un corta aguas han sido en su mayoría trabajos de un director a partir de textos de otros.
Por mucho tiempo los grandes directores entre los años 60 y 90, como Vicente Revuelta, Berta Martínez, Roberto Blanco, Flora Lauten, montaron clásicos en muchas ocasiones de autores internacionales: Brecht, Shakespeare, Lorca, por ejemplo. Y en menor medida obras de sus contemporáneos, como cuando R. Blanco dirige María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa, Vicente, La noche de los asesinos, de José Triana, o Flora, Lila la mariposa, de Rolando Ferrer (en este caso es un texto de los años 50 llevado a escena por ella en los 80). En ese mismo periodo Abelardo Estorino cumple ese doble rol al dirigir sus propias obras: Morir del cuento, Ni un sí ni un no, Vagos rumores.
A principios de los años 90, en lo que se conoció como proceso de rectificación de errores, la sociedad estuvo abocada a la discusión del modelo socialista y de cómo esas estructuras viciadas, burocratizadas, podían ser transformadas. En el teatro surgen nuevos grupos, en su mayoría de artistas jóvenes egresados de las escuelas de arte: autores-directores como Víctor Varela, Nelda Castillo, Joel Cano, Salvador Lemis, Ricardo Muñoz y Carmen Duarte, por ejemplo, que emigran a mediados de esa misma década. Junto a ellos aparecen las obras de Alberto Pedro: Weekend en Bahía, Manteca, Delirio habanero, entre otras, dirigidas por Miriam Lezcano, y las de otros autores como Reinaldo Montero; estoy pensando en Los equívocos morales, en Medea. La escena a partir de los 2000 recupera la vocación dramatúrgica pese al vacío dejado por la diáspora más reciente: se publican -en una gran labor editorial de Tablas Alarcos- nuevos autores, como es mi caso, junto a otros que ya habían publicado anteriormente, como Amado del Pino. Este es un rasgo también que nos diferencia: en Cuba la edición de libros de dramaturgia de autores contemporáneos constituye casi el estreno de esas obras, le damos un gran valor a la circulación de los textos, aunque sepamos que el recorrido hacia la escena está lleno de nuevas formulaciones y también de dificultades. Asimismo el teatro cubano es también el teatro en las revistas especializadas como Tablas y Conjunto (de la que fui primero redactora y después editora), es decir: las publicaciones periódicas y los libros están muy inmersos en la vida teatral y no se producen desde el ámbito académico sino del artístico propiamente.
Carlos Díaz es un director que irrumpe en los 90 con una trilogía de teatro norteamericano y actualmente –en ese camino de producción y renovación incesante de todos estos años- se ha acercado a los textos de jóvenes dramaturgos como Rogelio Orizondo (en el FIBA de 2015 se vió su obra Antigonón. Un contingente épico) y Agnieska Hernández.
Un rasgo a destacar del teatro cubano es que estos teatristas que he mencionado son/han sido profesores de actuación, dirección y dramaturgia del Instituto Superior de Arte: los grupos de teatro se constituyen en unidades docentes, así que es muy directa la comunicación entre el mundo artístico, la producción de obras y la “academia”. Yo misma, que formo parte del grupo de dramaturgos que aparece a partir del año 2000 y que fui finalista de la primera edición del Premio Virgilio Piñera con Ignacio & María, impartí clases de dramaturgia en el ISA hasta que me vine a vivir a Buenos Aires, y cuando estudiaba Teatrología el plan de estudios incluía muchas materias “prácticas”. Esa es otra diferencia con el teatro argentino: la referida a la enseñanza de la crítica teatral, que en Cuba forma parte de los estudios de la Facultad de Artes Escénicas del ISA y no de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Es decir, la crítica es una de las licenciaturas que se estudia junto a otras como Actuación, Dramaturgia, Dirección. Un estudiante de crítica está en diálogo permanente con sus compañeros de facultad: actores, diseñadores, directores, dramaturgos. Recuerdo en mis años de estudiante estar construyendo y observando escenas todo el tiempo.
¿Qué sería lo más interesante de los últimos años?
Me parece que lo más interesante que ha ocurrido en el teatro cubano del 2000 para acá es la eclosión dramatúrgica: textos, procedimientos, circulación de ideas desde esas escrituras, algunas se han escenificado, otras se presentan como “procesos”, semimontados, en el marco de talleres. A su vez, esa generación de autores está siendo observada desde una crítica (sus compañeros de generación) que busca constantemente herramientas para renovarse y “entender” de qué se trata lo nuevo, qué argumentos crear . Ya mencioné a R. Orizondo y a Agnieska. Junto a ellos: Abel González Melo, Yerandy Fleites, Atilio Caballero, Marien Fernández, Yunior García, Roberto Yeras, entre otros.
Algunos críticos cubanos piensan todavía que un texto que no se ha llevado a escena no se ha validado a sí mismo todavía. Otras personas pensamos que no: que un texto tiene una condición teatral autónoma, que le permite debatir y ser debatido, y formar parte de un proceso artístico del que muchos formamos parte. Así que el debate en relación al “poder” del texto es otro de los pilares de reflexión del teatro cubano. ¿Cómo se validan los nuevos textos? ¿A través de su escenificación solamente o hay otras formas como la publicación, las nuevas búsquedas de la crítica en jornadas de investigación, en otras formas de agrupamiento, de reunión y vínculos de pertenencia?
¿A qué se debería esta compleja situación?
En principio, como no tenemos una cultura de la autogestión, hemos pecado de hiper–institucionalismo. La iniciativa privada ha sido como anulada y en un punto juega en contra. Porque es inconcebible que durante todos los años de la Revolución hubo actores con salarios, estructuras estables de grupos que hoy ni siquiera están produciendo. Quizá para la gente que sí está produciendo no hay fondo salarial. ¿Cómo encontrar fondos para una pequeña producción? Es una gran pregunta. Hoy ya hay intentos de autogestión desde los más jóvenes. Por ejemplo, Martha Luisa Hernández Cadenas y Rogelio Orizondo que armaron una editorial, Ediciones sinsentido, y han publicado tres libros de teatro, sin fondos privados y organizando Jornadas de investigación. Empieza a haber autogestión por fuera del dinero estatal. Pero todavía no está como muy bien visto por las autoridades, pienso que entre los artistas sí.
Por un lado, tiene que ver con esa especie de tradición de cómo producimos y, por otro, hay pocos espacios. No creo que haya pocos espectadores.
Hay que movilizar el sistema histórico que hemos utilizado y encontrar otras opciones, y cuando se encuentran poder sostenerlas. Hay algo que tiene que ver con una estructura social, no sólo del teatro y con la apertura a la iniciativa privada en todo. En un país con una económica super deprimida es complicado poder legislar esa apertura. Está buenísimo que no se pierdan las políticas culturales pero también junto a ellas que hayan otras posibilidades y que el Estado no se retire, porque ese es el peligro.
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Una charla por demás interesante con Nara Mansur, poeta, dramaturga y crítica teatral cubana, a quien le agradecemos por su tiempo y su cordialidad.